A Ibarretxe, hace un par de lustros, cuando llevó su plan puertorriqueño al Congreso, se le vino a decir que "sin violencia se puede hablar de todo". Y eso que en dichos tiempos la ETA ejercía la violencia a pleno régimen.
Y con esa violencia arreciando se habló de todo. Pero el proyecto naufragó en la tribuna y en la votación; y ello marcó un punto de inflexión hacia la sensatez en el PNV, que duró unos años.
Hace dos, una propuesta de referéndum unilateral, bajo forma de suspensión temporal de un precepto de la Constitución, se paseó por el Congreso, en plan La Cubana, con una actuación estelar e inolvidable de Marta Rovira, colideresa de ERC. Pero el sentido común esta vez no prosperó desde entonces hasta acá. Esa votación y debate fueron a todas luces insuficientes. Y la función continuó con sus faroles, con consulta fantasma incluida y una elecciones plebiscitarias que aún colean, todo al margen de la ley.
Ayer, por fin, Rajoy le regaló en Moncloa un Quijote, segunda parte, a Puigdemont, el líder de los independentistas. Dos años tarde. En el descuento de la segunda parte.
Al rebelde hay que regalarle libros, una y otra vez, y llevarlo a votaciones que sólo pueda perder. Tantas veces como haga falta. Un debate sobre el tema catalán cada tres meses en el Congreso habría sido muy oportuno. Muy aburrido, pero muy oportuno.
La bota o gota malaya democrática.
La soberanía nacional compartida se merecía esto y más.
Ante los golpistas, la ley. Toda la ley, pero nada más que la ley. El aburrimiento virtuoso de la ley.