La americanización de la política francesa (y europea, añado yo) nada bueno ha de traer.
Habrá en Francia una segunda vuelta entre Marine Le Pen... ¿y su papito?, se pregunta el director del diario satírico (que sigue haciendo de Pepito Grillo, y que dure...)
¿Le Pen vs. Fillon?
Espero que Macron no lo permita.
Aquí en VO.
Y aquí mi tradu exprés.
Fillon en la Casa Blanca
En política, no hace falta gran cosa para convertirse en
alguien. Después de su primer debate televisado con Nixon en 1960, Kennedy
encabezó los sondeos. Ese día, Nixon estaba enfermo, se había negado a que lo
maquillasen y se pasó el rato secándose la cara ante las cámaras, mientras
Kennedy parecía mucho más a gusto en la pantalla. El guapo JFK sedujo más a los
espectadores que un Nixon con mala cara. Sin embargo, las encuestas de los
estadounidenses que habían escuchado el debate sólo por la radio, sin verles
las caras a los candidatos, dieron a Nixon ganador. Debería hacerse lo mismo
con los candidatos en cada elección presidencial. Mirarlos un poco menos y
escucharlos un poco más. Los norteamericanos tal vez hayan mirado demasiado a
Trump pero no lo han escuchado suficientemente.
En este pequeño mundo de los medios, no hace falta gran cosa
para convertirse en alguien: un poco de buena pinta, dos o tres frases bien
traídas, y uno tiene la oportunidad de
medrar en los sondeos. La facilidad con que los medios de comunicación le dan a
uno importancia, si sabe cómo hablarles, le da a las elecciones hechuras de concurso
televisivo. Las imágenes de Trump después del anuncio de su victoria se
parecían a las de un programa de tele-realidad en la noche de la final. Pálido,
avanzó hacia las cámaras, sin una sonrisa, sin ningún tipo de expresión, o
quizás sólo la de la incomodidad. Detrás de esta máscara de dignidad que su
nuevo cargo le obligaba a llevar, parecía decirse: "¿En qué mierda me he
metido?". Como un vendedor que ha vendido enciclopedias durante años sin
haberlas ni siquiera hojeado, Trump había ganado un concurso que, probablemente,
nunca esperó ganar. La facilidad con que el más listillo puede acceder a los
más altos cargos es simplemente flipante. ¿De qué sirven las elecciones
primarias si permiten elegir a semejantes energúmenos?
En Estados Unidos, los partidos políticos se parecen a estantes
de supermercado. Se puede encontrar de todo. Entre los republicanos, los más
moderados (que en Francia tendrían cabida en el partido del centrista Bayrou)
se codean con xenófobo-racistas y anti-abortistas que militarían en el Front National. Entre los
demócratas, los partidarios del anticapitalista Bernie Sanders coexisten con empresarios que financiaron a Hillary Clinton.
Para poder presentar a un solo candidato
en una única vuelta en las elecciones presidenciales, el pragmatismo americano
sacrifica todas las diferencias ideológicas. En Estados Unidos, las primarias
son como la primera vuelta de las elecciones presidenciales; y las organizan
internamente los propios partidos políticos.
¿Por qué Francia se ha convertido a las elecciones
primarias, cuando ya existe una primera vuelta que sirve para designar a los dos
finalistas de la segunda vuelta? Pues porque Francia es un país de gallitos de
corral donde cada candidato piensa que es un Napoleón y un De Gaulle y cree encarnar por sí
solo a la nación entera. Es difícil poner freno a las tendencias irreprimibles
de los políticos franceses, siempre convencidos de tener razón en contra de
todos, como De Gaulle en 1940. En Francia, las primarias se asemejan a una
comparecencia ante un juez de menores que trate de llevar por el buen camino a
adolescentes que se comportan como jefes de pandilla. En estas primarias de la
Derecha el debate de ideas ha sido modesto, ya que los candidatos tenían más o
menos el mismo programa. Sus diferencias ideológicas ante las cámaras han parecido
sobreactuadas, porque si mañana la Derecha vuelve al Elíseo, casi todos tendrán
cabida en Matignon alrededor de la mesa del Consejo de Ministros. En el fondo,
las primarias sólo sirven en Francia para resolver problemas de ego.
En estas primarias, Fillon no tenía mucho más que aportar que
sus competidores. Pero no poseía sus puntos débiles. No era tan veterano como Juppé, no estaba tan
expuesto como Sarkozy. Bastó con que
hiciera dos o tres intervenciones decididas durante los debates televisivos
para seducir a los votantes. En octubre de 2002, con motivo del debate en torno a la semana laboral de las
35 horas, Fillon habló de "la responsabilidad del Frente Popular en el
hundimiento de la nación", retomando un argumento usado por el régimen de
Vichy durante el proceso de Riom de 1942 en el que se acusó a la Izquierda de
la derrota de 1940 ante los nazis.
Marine Le Pen tiene hoy motivos de preocupación. Si la Izquierda
no sale de su marasmo, podría tener que luchar, en la segunda vuelta, con un
hombre que habría podido ser su padre.
Riss, director de Charlie-Hebdo.