Aquí en VO.
Y aquí en una tradu exprés:
"Cuando los periodistas me preguntaron si podían escribir que me
había influido Oswald Spengler, respondí que era demasiado simplificador,
que sería mejor que yo explicara este punto con más detalle. Éste es el propósito pues de este discurso.
Yo mismo soy miembro del jurado de un premio. La "Fundación
30 Millones de Amigos" es una fundación francesa dedicada a la defensa de la
causa animal, que ha creado un premio literario.
Cada año, los miembros del jurado reciben dos tipos de libros: novelas en las que uno de los protagonistas es un animal; y ensayos: ya sea ensayos científicos sobre uno u otro
aspecto del comportamiento animal, o bien textos más militantes, por ejemplo,
sobre las condiciones de vida de los animales en el sector de la ganadería industrial.
Cada año, los jurados se dan cuenta de que es posible
comparar novelas entre sí; que es posible comparar ensayos entre sí. Pero que
es imposible comparar una novela con un ensayo; que se trata de entidades estrictamente inconmensurables.
Terminamos tomando la única decisión racional, la de dividir
el premio en dos: uno para la ficción, otro para el ensayo.
Se puede decir que Flaubert influyó en los novelistas
naturalistas. Se puede decir que Baudelaire influyó en muchos poetas de la
segunda mitad del siglo XIX (la influencia también puede ser negativa; en gran
medida, Nietzsche es sólo una respuesta a Schopenhauer). En definitiva, las
influencias literarias reales se dan entre personas que escriben el mismo tipo
de obras. Y desde un punto de vista filosófico, o en materia ensayística, no puede decirse que yo haya hecho gran cosa. Tengo muy pocos textos de ese tipo, y el más largo
debe de tener veinte páginas. De hecho, uno podría incluso preguntarse si
merezco el Premio Spengler.
La primera respuesta que me viene a la mente es: más bien no. Alguien como Éric Zemmour, que realmente ha producido extensos
y bien documentados ensayos históricos, se lo merecería de una manera mucho más
significativa.
Sin embargo, cuando lo pensé más detenidamente, concluí que la
respuesta era sí. Y ahí es cuando hay algo realmente misterioso en
la novela. Digo" misterioso" aunque yo haya escrito bastantes novelas; pero sí,
para mí, el misterio permanece, y todavía no sé cómo lo hacen los novelistas, por mucho que me haya convertido en uno de ellos. Pero el hecho es que aprendemos más sobre la Francia de 1830 leyendo las novelas de Balzac que leyendo a una docena de
historiadores, por muy serios, competentes y bien documentados que sean. Y si alguien escribe dentro de cien años: "Sobre el Occidente de finales del
siglo XX y principios del XXI, sobre la decadencia que estaba experimentando en
ese momento, Houellebecq ofrece un testimonio de gran valor", será un
cumplido que aceptaré gustoso.
Así que sí, en ese sentido, sí me siento con derecho a aceptar
el Premio Spengler.
Incluso diría que la palabra "decadencia", en mi
caso, es casi demasiado suave. Había un documental de la BBC sobre mí, que el
director originalmente quería llamar "Suicide of the West".
Finalmente creo que la BBC lo encontró demasiado violento, y al final se cambió el título, pero lo sentí. Encontraba que "El suicidio
de Occidente" era un buen resumen
de mis libros.
Sin embargo, para mi propia sorpresa, no estuve de acuerdo con el
título del penúltimo libro de Éric Zemmour, Le Suicide français.
Porque en la historia reciente de Francia hay algo que no es suicidio, sino
directamente asesinato. Y el culpable de este asesinato no es difícil de
descubrir: es la Unión Europea. En cuanto a los cómplices en Francia, son
numerosos.
En resumen: el mundo occidental en su conjunto sin duda se
está suicidando, y de hecho mis libros se entienden exactamente de la misma
manera en todo el mundo occidental. Pero dentro del mundo occidental, Europa ha
elegido un modo particular de suicidio, que incluye el asesinato de las
naciones que la componen.
Sobre la cuestión de la influencia, por lo tanto, he
respondido en parte, y he respondido la parte de la pregunta que considero más
esencial, porque los personajes de una novela, su escritura, son mucho más
importantes para mí que las ideas que contiene ésta.
Pero no quiero esquivar la segunda parte de la pregunta,
porque con la palabra "influencia" a menudo queremos decir algo más
modesto: ¿comparte usted las conclusiones de Spengler? ¿Está de acuerdo con
su tipo de razonamiento?
Para resumir mi respuesta muy rápidamente, diría que
comparto sus conclusiones, pero no su modo de razonar.
Antes de desarrollarlo, debo hacer un segundo paréntesis,
triste pero cierto: no son sólo las civilizaciones declinan, sino también, más
obviamente, los individuos. Poco a poco el cerebro se vuelve menos maleable,
menos dispuesto a aceptar nuevas ideas. Para que un pensador te influya, no
basta con que su pensamiento sea notable; también es necesario que lo hayas leído lo suficientemente joven.
Lo que me lleva a regresar a vuela pluma, a mi biografía
intelectual.
Estudié ingeniería agrícola. En mi escuela de ingeniería
había pocas autoridades científicas, pero había una: el profesor Valdeyron. No
sólo gozaba de gran reputación científica, sino que era un excelente pedagogo.
Enseñaba genética de las poblaciones.
Gracias a esta frecuentación con la genética poblacional quedé marcado por ciertas ideas que difieren bastante claramente de la idea
general que se tiene del darwinismo.
En primer lugar, la lucha por la vida, la famosa
"struggle for life", no tiene la importancia que se le da habitualmente.
Lo realmente importante es la lucha por la reproducción. Lo que determina el
valor genético de un individuo es un parámetro, no dos; es uno solo: el número de
descendientes que genera.
En otras palabras, puedes correr más rápido que los demás,
tus garras y dientes pueden ser más afilados que los de los demás: si no
produces descendencia alguna, tu valor genético será nulo.
Y el razonamiento "si sobrevives más tiempo que otros,
producirás una progenie mayor" es, en el mejor de los casos, aproximado, e
incluso completamente falso en el caso (mayoritario) de las especies animales
que sólo tienen una temporada de reproducción.
Es esta lucha por la reproducción la que explica por qué
tantas aves macho tienen un plumaje brillante, un canto melodioso: lo único que les
importa es ser vistos por las hembras, fecundar a tantas hembras como sea
posible en el poco tiempo (la época de cría) que se les otorga. Si, luego, son
avistados por un depredador, no importa. Su misión genética ya ha terminado.
Para las hembras es diferente, porque tienen que sobrevivir
no sólo hasta que nazca su descendencia, sino hasta que ésta sea capaz de
alimentarse por sí misma. Por lo tanto, en general son más discretas.
El ser humano es un caso muy especial, porque su
superioridad tecnológica le ha permitido no sólo no tener depredadores, sino
ser un depredador potencial para todas las demás especies. Por eso, en los
humanos, la hembra puede permitirse ser más decorativa que el macho.
Obviamente, hay muchas variaciones en este esquema básico,
dependiendo de la especie animal, pero todavía hay dos conclusiones en esto que me conciernen.
La primera es que no es sorprendente que la sexualidad
juegue un papel importante en mis libros, y finalmente he dejado de disculparme por
ello, porque, en efecto, es un tema muy importante.
La segunda es que no es de extrañar que muy pronto diera una
enorme importancia a la demografía, que es sólo un caso especial, aplicado a
los seres humanos, de la genética de las poblaciones.
Llego pues al segundo punto, en el que la genética de las
poblaciones lleva a conclusiones muy diferentes de las que normalmente se
asocian al darwinismo.
La mayoría de especies más avanzadas son especies
sociales. Y en las especies sociales, los comportamientos de solidaridad y
altruismo se convierten en fuertes activos en términos de selección para todo el grupo. La
lucha por la vida ha cambiado: no tiene lugar entre individuos, sino entre
rebaños o manadas que luchan por el control de los territorios.
Esta emergencia de solidaridad y del altruismo es
particularmente evidente entre los carnívoros, que cazan en grupos y luego
comparten lo obtenido en la caza. Los lobos, por ejemplo, tienen una táctica de
caza notablemente sofisticada; y el sistema de jerarquía dentro del grupo es
preciso, la distribución de los productos de la caza no es de ninguna manera
igualitaria. Pero también existe un sistema de solidaridad. Los lobos viejos
que no pueden cazar no son abandonados por la manada. Por lo tanto, existe un
plan de pensiones en los lobos, y es un plan de reparto.
Pero no hay un sistema de jubilación entre los antepasados
de las ovejas. En cuanto a las ovejas actuales, no alcanzan, de todos modos, la
edad de jubilación.
Si volvemos a la humanidad, es importante destacar que el
hombre, al principio, no era un cazador-recolector: era simplemente un
recolector. Fue cuando decidió abandonar la selva ecuatorial para aventurarse
en la sabana cuando tuvo que empezar a cazar, y comenzó a desarrollar comportamientos
solidarios y altruistas, y que se acercó al nivel moral del lobo... sin llegar a
alcanzarlo del todo, como tampoco el hombre actual ha alcanzado el nivel moral
del perro.
La consecuencia de este segundo punto en mi recorrido intelectual es que mi liberalismo siempre ha sido cuestionable. Aunque me
sorprendió muy pronto la indigencia intelectual de Marx y los marxistas, esto no me
ha convertido en un verdadero liberal.
Sus trabajos, aunque nunca lo dijo explícitamente, hicieron
que Darwin perdiera la fe en un Dios bueno, y sabía que tendrían el mismo efecto
en sus lectores. Si a veces él mismo hace demasiado hincapié en la lucha por la
vida, en mi opinión se debe a un puro deleite masoquista. Los dos puntos que
acabo de mencionar, que relativizan la importancia de la lucha por la vida,
están en realidad -hay que subrayarlo- estrictamente en línea con el espíritu
más profundo de la obra de Darwin.
Sin embargo, hay un tercer punto más importante, en mi
opinión, en el que la genética de las poblaciones se aparta completamente del
darwinismo. Es el que trata no ya de la competencia entre individuos de la
misma especie, sino de la competencia entre especies.
Esta competición, y es el punto a recordar, no juega
prácticamente ningún papel en la evolución animal. Si una especie tiene una
larga supervivencia, es muy poco frecuente que sea así porque prevalece sobre
otra especie en una competencia por los mismos recursos; es mucho más frecuente
que sea porque se ha adaptado a un biotopo en particular donde no tiene ninguna
competencia. Aquí, la variedad de métodos es infinita: puede ser vivir en
condiciones de temperatura o de aridez extremas, en aguas con una composición
química particular, para desarrollar una enzima que permita comer una planta
que es veneno para las otras especies. Las modalidades son infinitas, pero la
conclusión es la misma: la mejor manera de sobrevivir no es ganar la
competición, sino escapar a ella.
Este es un punto que tiene consecuencias metafóricas
considerables.
Sobre la riqueza de las naciones: la mejor manera de
sobrevivir no es producir lo mismo que los demás, siendo más competitivos; es
producir algo que nadie más sabe producir.
A nivel cultural, incluso: si mis libros están destinados a
sobrevivir, no será porque sean mejores que los demás, sino porque son
diferentes. Un autor que sobrevive es un autor que escribe libros que nadie más
puede escribir.
Creo que ya he hablado bastante de la importancia de la
genética de las poblaciones en mi formación intelectual. Además, me
gustaría hablar, sobre todo, de dos pensadores que me han marcado y que tienen
la interesante particularidad de ser radicalmente incompatibles: son Arthur
Schopenhauer y Auguste Comte. Arthur Schopenhauer es sin duda el que me resulta
más cercano, por el que siento más afecto y al que releo con mayor placer.
Tiene una característica que, todo hay que decirlo, sigue
siendo sorprendente, y es que no cree en la Historia. Para él, el hombre sigue
siendo esencialmente el mismo a lo largo de los milenios y las civilizaciones
son sólo una modalidad de poca importancia.
Es una cuestión de perspectiva. Creo que el punto de vista
de Schopenhauer debe ser preservado para ser utilizado de manera complementaria
al punto de vista normal, que es obviamente el de que la Historia sí existe.
Cuando nos sumergimos en un escrito de tiempos muy remotos,
podemos considerar lo que nos acerca a estos hombres, o lo que nos separa de
ellos; es una cuestión de punto de vista.
Schopenhauer, cuando lee una tragedia de Esquilo o un libro
del Antiguo Testamento, lo lee exactamente como si fuera un autor alemán
contemporáneo. Esto es muy especial y bastante impresionante.
Antes de hablar de Auguste Comte, me gustaría leer dos citas
de Spengler, ambas de El hombre y la técnica.
Un extracto de su prólogo: "Estoy convencido de que
sólo es posible comprender el destino del hombre teniendo en cuenta de manera
simultánea y comparativa todos los ámbitos de su actividad, sin cometer el
error que consiste en convencerse de que
se ha revelado todo iluminando sólo el lado político, religioso o artístico de
su existencia".
El hombre y la técnica, aparentemente, es sólo
el comienzo de un trabajo mucho más amplio, que pudo haber tenido tal vez el
mismo alcance que La decadencia de Occidente, y que desafortunadamente
nunca leeremos.
En mi opinión, lo que le llevó a embarcarse en este proyecto
fue que, por mucho que en La decadencia de Occidente tuvo en cuenta muchas
áreas de la actividad humana, se percató de que no había abordado
suficientemente el aspecto técnico de esta actividad que se estaba volviendo
tan importante en su época; y esta dominación de la técnica no ha dejado de
crecer.
Segunda cita, mucho más corta: "La Historia, hoy como ayer, es la historia de las guerras".
En efecto: estudiar Historia en la escuela es esencialmente
estudiar la historia de una sucesión de guerras.
Ahora, consideremos el punto de vista de Auguste Comte,
porque es bastante asombroso.
Primero, para Auguste Comte, la historia militar no tiene
interés y las guerras son peripecias sin importancia. En un momento dado, por
ejemplo, describe a Napoleón como un "fantoche militar".
En segundo lugar, Auguste Comte en absoluto tiene cuenta todos los ámbitos de
la actividad humana. Él toma en consideración uno, y sólo uno: el ámbito
religioso. Para juzgar el estado de salud de una sociedad, se refiere
únicamente al estado de salud de la religión que la fundamenta y la constituye.
En cuanto a una sociedad sin una religión específica -lo que
ahora se llama una sociedad laica-, a Comte le parece obviamente abocada a una vida calamitosa y breve.
Si este punto de vista de Auguste Comte, que puede parecer
simple e incluso simplista, me sedujo, no es por la finura de su argumento: es
un bulldozer. Tampoco es por la calidad de su escritura: se trata de la
escritura de un loco. Se debió a que he tenido la oportunidad de ver, en mi vida
privada, que la religión puede cambiar el comportamiento humano -y que es lo
único, en realidad, que es capaz de hacerlo, aparte del amor.
Ahora, si miro el estado de Occidente en términos de los dos
criterios que mi historia intelectual me ha llevado a considerar fundamentales
-demografía y religión- es obvio que estoy llegando a conclusiones
exactamente idénticas a las de Spengler: Occidente se encuentra en un estado de
decadencia muy avanzado.
Dicho esto, soy más optimista que él; bueno, en realidad, me
embarga mayor incertidumbre, es decir, en el fondo sí soy más optimista. Es
bastante infrecuente que me sienta más optimista que cualquier otro autor, así
que cuando esto sucede no quiero dejar de subrayarlo.
La razón de mi incertidumbre es que los hechos, cuando se
miran de cerca, son extraños.
El último episodio demográfico realmente impresionante en
Occidente fue el "baby boom".
Sin embargo, el "baby boom" en Francia comenzó en
1942. Sin duda uno de los años de la historia de Francia en que ésta se
sintió más humillada, cuando estuvo más cerca de tocar fondo. Y es entonces
cuando, en medio de la derrota, la gente comenzó a engendrar hijos de nuevo.
Se podría decir que fue gracias a las medidas en favor de la
familia adoptadas por el régimen de Vichy; pero no es muy convincente. Estas
medidas sólo prolongaban las del Frente Popular, tomadas en respuesta a la baja
natalidad de los años 30; desde este punto de vista, el régimen de Vichy no
hace más que ampliar la política del Frente Popular.
Y el final del "baby boom" en Francia es igual de
sorprendente. Comenzó a suceder a mediados de la década de 1960. El primer
choque petrolero, la primera crisis, se remonta a 1973. Tampoco había tenido
lugar Mayo del 68 con todos sus cuestionamientos. Quizás nunca antes Francia había
sido tan optimista, tan felizmente optimista, tan confiada en el progreso
universal y permanente, como en 1965; y sin embargo, en 1965, las curvas de
nacimientos comenzaron a declinar.
El sentido común sugiere que las personas fabrican niños cuando son optimistas, cuando creen en el futuro. Pero podríamos apoyar
más válidamente la idea opuesta, que la gente fabrica niños como se tiran los dados
una última vez, como se juega una última carta, cuando estamos convencidos de
que la partida está perdida. Se pasa el relevo a otras manos, sabiendo
que les estamos dejando una mala mano, y lo hacemos por esa misma razón.
La historia de las religiones es igual de sorprendente.
Consideremos la situación del Islam a finales del siglo XIX o principios del XX
en los países musulmanes tradicionales. Aunque la mayor parte de la población
se mantuvo leal a la religión, las élites se separaron de ella rápidamente. El movimiento de
occidentalización y secularización progresaba rápidamente; el Islam aparecía
como una supervivencia arcaica, destinada a desaparecer en un corto periodo de
tiempo. Consideremos lo que es el Islam hoy en día en esos mismos países.
¿Quién puede argumentar seriamente: "Lo que le pasó al
Islam nunca le pasará al cristianismo"? La modestia me parece esencial en
estos asuntos.
Un auténtico católico diría algo muy irracional. Diría:
"Dios proveerá. La mediocridad del Papa actual carece de importancia.
En el último momento, Dios nos mandará santos".
Un católico optimista añadiría que puede incluso algunos ya los esté mandando, discretamente, en este mismo momento.
Podría concluir citando uno de los varios insultos de Schopenhauer
a Hegel: conozco a muchos de ellos, podría encontrar fácilmente la cita exacta.
Pero al final prefiero citar a Dostoievski; lo hago de memoria, pero garantizo
más o menos el sentido:
"Podemos decir casi todo lo que queramos sobre la
historia universal; podemos, con apariencia de razón, apoyar las tesis más
contradictorias. Lo único que no podemos decir -y, en cuanto empezamos a decirlo, lo absurdo de las propias palabras le embarga a uno- es que la
historia universal es razonable. La historia universal es todo lo que queramos,
excepto lo razonable; y esto viene del
hecho de que el ser humano es todo lo que queramos excepto un ser razonable".
Bruselas, 19 de octubre de 2018
Bruselas, 19 de octubre de 2018
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