miércoles, 3 de enero de 2018

¿Ir a mejor?

Un chute de pesimismo constuctivo de Bryan Appleyard para empezar el año.

Aquí en VO.


Aquí en tradu exprés.



La conspiración de la felicidad: contra el optimismo y el culto del pensamiento positivo


La canción de los Beatles "Getting Better" [Mejorando] es una pequeña obra maestra de ambigüedad. Se mueve entre el temperamento de Paul McCartney -solar, positivo - y el de John Lennon -escéptico, negativo-. Aquí va el estribillo: 

"Tengo que admitir que las cosas están mejorando (mejorando)
Cada vez van un poco mejor  (no podrían ir peor)"

Este último apunte lennoniano socava el optimismo de la canción e, implícitamente, plantea la pregunta asesina: ¿mejorando… respecto  qué? Al final del tema, los “mejoradores” McCartneyistas acaban incurriendo en letanías desesperadas: [mejor, mejor, mejor...] Ahora pregúntate a ti mismo: ¿con quién preferirías cenar, con el ufano Paul o con el John  más sardónico? Si contestas que con Paul, no va a estar de acuerdo con lo que sigue.
Aquí van otro par de canciones, ambas de Noël Coward. "There Are Bad Times Just Around the Corner” (Malos tiempos a la vuelta de la esquina) fue escrita en 1952 (Robbie Williams la versionó en 1999).En ella se pasea alegremente por el globo terráqueo, encontrando malas noticias por todas partes y satirizando las invocaciones optimistas de los años de guerra. Concluye la letra con un:"Vamos a desempacar todos nuestros problemas del viejo maletín/ y esperar hasta caer muertos". Luego está la canción "Why Must the Show Go On?" (¿Por qué debe continuar el espectáculo?), que data de 1956. El título hace otra pregunta asesina y toda la canción subvierte brutalmente los sentimentalismos más tontos del mundo del espectáculo: "Y si pierdes la esperanza, /coge la droga, /y enciérrate en el baño, /¿Por qué tiene que continuar el espectáculo?".
Estos tres casos coinciden en una cosa: el pesimismo es agobiante pero, a menudo, muy divertido. También consuela, ya que nos libera de las cargas que ha de soportar el optimista: la necesidad de insistir en que se está mejorando, la búsqueda de buenas noticias, la necesidad de hacer tareas inútiles (y, a la larga, toda tarea lo es).
Por desgracia -pero para los pesimistas: "como era de esperar"-, el pesimismo tiene mala prensa. Esto se debe a que se asume rutinariamente que es lo mismo que la depresión o un aspecto inevitable de ésta. Dado que la persona más feliz y mejor adaptada que yo conozco es un pesimista empedernido, encuentro esta idea ridícula. Mi amigo disfruta de la vida precisamente porque no espera nada de ella. Si le sucede algo bueno o hermoso, entonces es una gratificación, un milagro. Sus días están llenos de descubrimientos y consolaciones. Su sentido del humor es parecido al de Coward y Lennon, una respuesta personal a las malas noticias y a las falsas esperanzas. Una de sus frases favoritas es la típica expresión carrozona: "Y nada de quejas". Huelga decir que es una alegría estar con él.
Este "Y nada de quejas", que es un frase de las de toda la vida, es una máxima importante, al igual que el hecho de que las dos canciones de Coward procedan de los años cincuenta. En los primeros años de la posguerra, el estado de ánimo británico imperante parecía ser un pesimismo resistente y teñido de humor, si bien atravesado por algo más sombrío.
"Creo -dijo Kingsley Amis, figura señera de la posguerra-, que prefiero el pesimismo instintivo que lo contrario".
Películas como Night and the City (Noche en la ciudad)  (1950), The Third Man  (El tercer hombre) (1949), Black Narcissus (Narciso Negro) (1947), las dos primeras películas de Quatermass (1955 y 1957), los horrores de Hammer y el verdaderamente chocante film Peeping Tom (El fotógrafo del pánico) (1960) parecían responder a cierto apetito por las fuerzas de destrucción y la irracionalidad, que fluyen como un río subterráneo bajo lo cotidiano. La guerra quizás había proporcionado más justificaciones para nuestra sombría e irónica sensibilidad.
Todo eso ha desaparecido, porque ya no se nos permite ser sombríos, irónicos y no digamos pesimistas. El neo optimismo se aplica ahora con tanta brutalidad en Gran Bretaña como en Estados Unidos. “En Estados Unidos, el optimismo se ha convertido casi en un culto", declaró el psicólogo social Aaron Sackett a Psychology Today. "En este país", dice otro psicólogo estadounidense,"el pesimismo lleva aparejado un profundo estigma".
Como en cualquier culto, incluso los individuos más renuentes se ven forzados a adaptarse a la norma. En el mismo artículo de Psychology Today, B. Cade Massey, profesor de comportamiento organizacional en Yale, dice:"Ha llegado hasta el extremo de que la gente se siente presionada para pensar y hablar de una manera optimista". La investigación de Massey muestra que, a la hora de evaluar riesgos en inversiones u operaciones quirúrgicas, la gente hace predicciones que sabe que son demasiado optimistas, sólo porque quieren pertenecer, incluso en estas crisis que amenazan su vida o su riqueza, al clan de optimistas sonrientes e idiotas que parecen  siempre llevar bien sujetas las riendas de su existencia.
Puedes sentir esta presión allá donde te encuentres, sobre todo en Internet, cuya multiplicidad está sujeta a una única ortodoxia neo optimista y ferozmente impuesta. El botón de "Me gusta" en Facebook es un arma de los neos. Como determinó un estudio de la Universidad de Leicester, este botón "dirige el debate en la plataforma de los medios sociales en dirección a lo blandamente positivo". Los medios de comunicación social, con su cacareante retahíla de “me gusta", seguidores, comentarios y “compartir”, están abrumadoramente sesgados  hacia una insistente positividad, que provoca vergüenza ajena. Fíjate en los tuits extasiados que parlotean sobre la gran maravilla que es todo, o en los grupos de Facebook u otros lugares de personas que se reúnen para salvar el mundo y difundir la amabilidad; y ello simplemente, eh… ¡reuniéndose! Diariamente recibo solicitudes por correo electrónico para "ayudar a X  a celebrar" su cumpleaños/promoción/ lo que sea. "Ayudar a celebrar". ¡No me fastidies!
Esto no es sólo irritante: es siniestro. Los sitios web “ciberanzuelo” están infectando los antiguos medios de comunicación serios simplemente porque tienen la capacidad de acumular millones de clics haciendo que la gente se sienta optimista o se divierta con fotos de gatitos. El nuevo editor de libros de BuzzFeed.com, por su parte, dijo en una ocasión que sólo publicaría reseñas positivas, rechazando el "mordaz destripaje” que veía en los" viejos media". Demos a este enfoque su auténtico nombre: esto es censura ideológica.
Lo verdaderamente siniestro de todo ello es que Internet, gracias a sus tontos útiles de usuarios, se está convirtiendo en un gigantesco atrapabobos para las corporaciones. Sé optimista y luego compra cosas y mira nuestros anuncios. O, para decirlo de otro modo, pierde toda tu energía siendo cada vez más ignorante, pobre y depresivo.
Los medios tradicionales son igual de nefastos, aunque algo menos ladinos. Hay espectáculos de talento y "realitys" en los que hay que dejarse abrumar por la alegría,  por la gloria de poder participar, incluso en la derrota; es un elemento televisivo importado de Estados Unidos: si uno no se muestra exasperantemente optimista, se convierte en profundamente sospechoso.
John Updike describió Estados Unidos como "una gran conspiración para hacerte feliz". Lo que no añadió es que esa conspiración entrañaba feroces prejuicios combinados con una necesidad puritana de evitar a toda costa al pesimista y al gruñón. (Una vez, un católico me dijo que, según él, la fiebre histérica por la felicidad que se exhibe en la televisión estadounidense era un legado del calvinismo en el que los excesivamente felices anunciaban su pertenencia a las filas de los salvados por predestinación. Pudiera ser).
En el Reino Unido, nuestra industria publicitaria fabulosamente amoral, inteligente y que sabe muy bien lo que se pesca, ahora evita cualesquiera honestas sugerencias en el sentido de que deberías comprar un producto por sus cualidades, prefiriendo en su lugar una sucesión de cómodos chistes, de pequeños cielos domésticos o bien seguir la pauta de esos anuncios navideños de John Lewis, esas historias de toda la vida que evocan un futuro optimista en el que los productos juegan papeles esenciales.
Pero la importación más insidiosa y eficaz del neo optimismo llegó bajo la forma de "la teoría de la gestión”. El texto básico sobre el tema es la obra cáustica, divertida, amena, despiadada y muy legible de Barbara Ehrenreich  titulada Smile or Die: How Positive Thinking Fooled America and the World. (Sonríe o revienta: cómo el pensamiento positivo engañó a América y al mundo).  La autora nos dice que el neo optimismo al que ahora estamos sometidos no es, como muchos afirman, un valor estadounidense fundacional. La Declaración de Independencia de los Estados Unidos y la Constitución no son pesimistas ni optimistas: son realistas, sobre todo en lo que se refiere a la naturaleza humana. Además, tal como dejó escrito Max Weber : no hay nada intrínsecamente optimista en el capitalismo; es un trabajo arduo, cargado de riesgos, y que vale la pena porque, para el imaginario protestante, es obra de Dios.
La tendencia empezó en el siglo XIX con el surgimiento de lo que llegó a conocerse como el pensamiento positivo; un rechazo, nos dice Ehrenreich, frente a las austeridades del calvinismo. Esto tuvo orígenes distinguidos en los trabajos de Ralph Waldo Emerson y William James. En nuestro tiempo, sin embargo, ha acabado degradado en propaganda agresiva para grupos selectos.
El pensamiento positivo de hoy en día, como el pesimismo británico de "Y nada de quejarse", se hizo realidad en los años cincuenta con la publicación del libro de Norman Vincent Peale The Power of Positive Thinking (El poder del pensamiento positivo) (1952). Así pues, fue anterior, y ciertamente inspiró la ola charlatanesca de “la teoría de la gestión”, que realmente comenzó en los años sesenta. Esta visión del mundo hacía que el crecimiento económico perpetuo y el mejoramiento infinito de la existencia no sólo pareciesen posibles, sino también algo ordenado. La otra cara cruel de la moneda de esto es que el fracaso es visto como una negativa a pensar positivamente y, por lo tanto, los pobres y los excluidos no son seres desafortunados o perseguidos: son culpables.
“Si el optimismo es la clave del éxito material ", dice Ehrenreich, "y si se puedes lograr una perspectiva optimista a través de la disciplina del pensamiento positivo, entonces ya no hay excusas para el fracaso".
El resultado es el quietismo político combinado con la búsqueda vana y febril de logros materiales. Como indica la autora, esta actitud debe fundarse en última instancia en la idea absurda de que tu estado mental puede cambiar el mundo y vencer las contingencias de la vida; cuando no (aún) las de la muerte. Esto es mera superstición, al igual que toda la industria del pensamiento positivo, cuyo mercado es pasmosamente boyante. Por lo visto, los estadounidenses gastan más de 100.000 millones de dólares al año en motivar a sus empleados utilizando diversas técnicas de pensamiento positivo.
Esto es una locura, como puede confirmarte quienquiera que haya sido sometido a una formación de espíritu de equipo o cualquiera de los otros dispositivos del ramplón prontuario de ensalmos que es “la teoría de la gestión”. Y que produce declaraciones claramente falsas como ésta de Marc Andreessen, empresario e inversor de Silicon Valley: "Y puedo decirte, al menos desde hace 20 años, que si apuestas por los optimistas, generalmente tendrás razón". De hecho, teniendo en cuenta el número de fracasos debidos a los optimistas, la vedad es que perderías hasta tu último chavo.
Más absurdamente si cabe, tuvimos la expresión suprema del pensamiento positivo con El Secreto (2006), un libro de Rhonda Byrne. Exponía las raíces supersticiosas del pensamiento positivo al decir abiertamente que había una "ley de la atracción" mediante la cual el universo recompensaría materialmente tus pensamientos positivos. Nuestro querido Noel Edmonds es un adicto a algo similar llamado "orden cósmico", una forma de Amazonía intergaláctica.
Que esto se nos haya ido peligrosamente de las manos es obvio para los más inteligentes. El premio Nobel Daniel Kahneman (el autor del best seller Thinking, Fast and Slow)  (Pensar rápido, pensar despacio) y su colaborador Dan Lovallo, consideran que el optimismo socava las decisiones ejecutivas. Demuestran que las previsiones basadas únicamente en actitudes internas de la empresa son a menudo excesivamente optimistas, y sugieren que las empresas deberían adoptar en su lugar "previsiones de referencia de clase" en las que se tenga en cuenta el rendimiento de los competidores en situaciones similares, y en las que, al mismo tiempo, se incorpore el pesimismo. También existe la paradoja de Ícaro, identificada por el economista Danny Miller, que se refiere a la forma en que el éxito extremo en los negocios es seguido a menudo por el fracaso más estrepitoso, precisamente debido al exceso de optimismo provocado por los buenos tiempos.
En política, el neo optimismo puede ser letal. Como afirma John O' Sullivan, Blair y Brown eran optimistas empedernidos -en política exterior y finanzas- y su legado se puede ver en el caos de la guerra de Irak y sus secuelas y en la ola de crímenes que asoló  la ciudad de Londres. El monumental esquema Ponzi que fue el sistema financiero hasta 2007 (y tal vez todavía lo sea) se basaba en un optimismo cínico, en el caso de los bancos, o ingenuo, en el de sus víctimas. El optimismo de Blair se fundó en la extraña convicción neoconservadora de que nosotros, en particular, podríamos, con la fuerza de las armas, intimidar al mundo para que se convirtiera en una democracia liberal.
Sin embargo, el optimismo tonto es ahora el modo predeterminado en política. ¿Quién, ahora, podría decir como Churchill:"No tengo nada que ofrecer sino sangre, trabajo, sudor y lágrimas"? Y fíjate en la palabra "nada". No se trataba de una situación temporal: no había ni un gramo de optimismo.
Hay dos ámbitos en que el neo optimismo parece estar más firmemente arraigado: la medicina y la Historia. Ha habido muchos estudios médicos en los que la actitud del paciente parece poder afectar al curso de una enfermedad. En algunos casos esto ha generado aún más superstición; cuando se descubrió que el humor tenía un efecto marginal en el sistema inmunológico, hubo una serie de afirmaciones que decían que el optimismo podía curar el cáncer.
El jurado no estará de acuerdo con esto, pero sospecho que la parte culpable no será el pesimismo, sino la depresión. Además, los pacientes felices, tranquilos, engañados y optimistas suenan como algo sospechosamente conveniente para la profesión médica. Una vez más, se trata de grandes sumas de dinero y el escepticismo, por tanto, no está permitido.
Sin embargo, están apareciendo grietas en la fachada del optimismo médico. La gente está notando que las maneras de medir tales rasgos -pruebas de lápiz y papel- son dudosas y que la suposición de que esos rasgos innatos te siguen a lo largo de la vida puede ser errónea. Las personas pueden ser estratégicamente optimistas o pesimistas según la situación en que se encuentren. Esto implicaría que el pesimismo tiene ventajas adaptativas: una herejía primitiva, pero si reflexionamos sobre ella, es muy probable que sea así.
La Historia neo optimista, mientras tanto, es realmente un aspecto inherente al cientificismo, la creencia de que a cada pregunta coherente debe corresponderle una respuesta científica. Lo viví hace unos años en una cena de autores de la editorial Penguin a la que asistieron, entre otros, Steven Pinker, David Deutsch y Simon Baron-Cohen. El ánimo, particularmente en el caso de Pinker y Deutsch, era optimista, basado en la creencia de que, gracias a la Ilustración, se han  resuelto (por lo menos, en teoría) la mayoría de nuestros problemas pendientes. El libro Pinker estaba allí para alimentar la cosa. The Better Angels of Our Nature: a History of Violence and Humanity  (Los ángeles que llevamos dentro: el declive de la violencia y sus implicaciones) desde entonces se ha convertido en una de las dos biblias (la otra es The God Delusion  (El espejismo de Dios) de Richard Dawkins) de la fe cientificista y del neo optimismo basado en la ciencia.
La tesis de Pinker es que la violencia, según los índices de criminalidad y los datos de las muertes bélicas, está declinando cada vez más. Atribuye esto, al menos en parte, a la difusión de la racionalidad de la Ilustración. Pero técnicamente él no es optimista, porque no aspira a hacer predicciones. No hay pruebas de que esta tendencia continúe. Sin embargo, parece haber algo a lo  McCartney en su enfoque. Mi primera reacción fue que las armas nucleares ciertamente han evitado un gran número de muertes en los campos de batalla, pero eso  sólo significa que hoy hemos concentrado nuestra violencia en unas armas terribles que podrían utilizarse en cualquier momento. La violencia futura podría, en un instante, resultar ser mucho peor que cualquier otra en el pasado.
Ahora también hay muchas muertes no relacionadas con el campo de batalla -en el Congo, por ejemplo, o cada vez más bajo el Estado Islámico- pero  causadas por la guerra. Además, un reciente artículo de la politóloga Tanisha Fazal cuestiona muchas de las estadísticas de Pinker. Muchas muertes bélicas, nos dice, han sido evitadas porque hay mejores instalaciones médicas, por la evacuación más rápida de los soldados del campo de batalla y por la mejor salud de las tropas de combate. Esta evidencia no refuta a Pinker, pero hace que algunas de sus cifras parezcan menos llamativas.
El neo optimismo científico o cuasi científico es el modo predeterminado de nuestro tiempo. Las cosas mejorarán, se cree, y si miras hacia atrás, hacia la oscuridad, a los siglos anteriores a la Ilustración, Lennon tenía razón: las cosas es que no pueden empeorar. Obviamente, esto es históricamente un dislate. El siglo XX le sentó de lo más desastrosamente a Alemania, que era el país mejor educado y más ilustrado de Europa. Además, el optimismo no fue en realidad un valor de la Ilustración. Voltaire, el príncipe de la causa, despreciaba el optimismo por las brutales contingencias de su propia vida y por las aún más brutales contingencias de la naturaleza, en particular el terremoto de Lisboa de 1755 en el que murieron más de 100.000 personas. Dirigir la nueva mirada racional a las realidades del mundo debería generar un saludable pesimismo. O, como dijo Saul Bellow, refutando, como quien no quiere la cosa, el lema más conocido de Sócrates,"la vida sobreexaminada podría hacerte desear estar muerto".
Todo esto importa mucho: en primer lugar, porque el puro optimismo es peligroso, tanto en la vida personal como en la política y los negocios. El mejor consejo que se puede dar es el de ser positivo  pero esperar siempre lo peor. “Poned vuestra confianza en Dios, muchachos, pero mantened la pólvora seca", como se decía en la época de Cromwell  ( y no, como sugiere la leyenda,como decía el propio Cromwell). "Confía, pero comprueba", era la versión de Ronald Reagan; estaba citando un proverbio ruso.
En segundo lugar, es importante por todo ese optimismo idiota que se ha convertido en el modo imperante en mucha de la cultura moderna, desde la televisión del desayuno hasta las emisiones de juego,  talento y realitys. Es tan omnipresente  que ya no nos damos cuenta de lo extraño, de lo completamente demencial que es cuando los concursantes y presentadores ríen, lloran, se desmayan y en general hacen todo tipo de aspavientos para demostrar lo maravillosamente bien que se lo están pasando. Incluso los actores se han visto infectados; puede que sea cosa mía, pero muchos de ellos parecen querer ser agradables, parece que necesitan que los quieran. Peter Cook debería ser su luminosa guía: sus miserias de dandi trasnochado y sus agudas salidas de tono son el otro gran legado pesimista de la posguerra.
El optimismo es una forma de presión, provoca estrés y reduce la inteligencia. El pesimismo es una liberación: es relajante y amplía la mente. Lee el Libro de Eclesiastés ("Todo tiene su momento y cada cosa su tiempo") o el Rubaiyat de Omar Khayyam ("El pájaro del tiempo tiene ahora poco espacio/para volar...") para comprobar cuán hermoso y pacífico puede ser el tener cero expectativas. Y recuerda que cuando John Lennon escribió "No podrían ir peor" estoy seguro de que estaba siendo irónico. Claro que pueden ir peor, siempre pueden ir peor...


Bryan Appleyard


Los libros recientes de Bryan Appleyard incluyen “The Brain Is Wider Than the Sky: Why Simple Solutions Don’t Work in a Complex World” (Weidenfeld & Nicolson) ("El cerebro abarca más que el cielo: por qué las soluciones simples no funcionan en un mundo complejo")