Aquí en VO.
Aquí en tradu exprés.
La conspiración de la felicidad: contra el optimismo y el culto
del pensamiento positivo
La canción de los Beatles "Getting Better" [Mejorando] es
una pequeña obra maestra de ambigüedad. Se mueve entre el temperamento de
Paul McCartney -solar, positivo - y el de John Lennon -escéptico, negativo-. Aquí va
el estribillo:
"Tengo que admitir que las cosas están mejorando (mejorando)
Cada vez van un poco mejor (no podrían ir peor)"
Este último apunte lennoniano socava el optimismo de la canción e,
implícitamente, plantea la pregunta asesina: ¿mejorando… respecto qué? Al final del tema, los “mejoradores”
McCartneyistas acaban incurriendo en letanías desesperadas: [mejor, mejor, mejor...] Ahora pregúntate a
ti mismo: ¿con quién preferirías cenar, con el ufano Paul o con el John más sardónico? Si contestas que con Paul, no va
a estar de acuerdo con lo que sigue.
Aquí van otro par de canciones, ambas de Noël Coward. "There Are Bad Times Just Around the
Corner” (Malos
tiempos a la vuelta de la esquina) fue escrita en 1952 (Robbie Williams la
versionó en 1999).En ella se pasea alegremente por el globo terráqueo,
encontrando malas noticias por todas partes y satirizando las invocaciones optimistas
de los años de guerra. Concluye la letra con un:"Vamos a desempacar todos
nuestros problemas del viejo maletín/ y esperar hasta caer muertos". Luego
está la canción "Why Must the Show Go On?" (¿Por qué debe continuar el espectáculo?), que data de
1956. El título hace otra pregunta asesina y toda la canción subvierte
brutalmente los sentimentalismos más tontos del mundo del espectáculo: "Y
si pierdes la esperanza, /coge la droga, /y enciérrate en el baño, /¿Por qué
tiene que continuar el espectáculo?".
Estos tres casos coinciden en una cosa: el pesimismo es agobiante
pero, a menudo, muy divertido. También consuela, ya que nos libera de las
cargas que ha de soportar el optimista: la necesidad de insistir en que se está
mejorando, la búsqueda de buenas noticias, la necesidad de hacer tareas inútiles
(y, a la larga, toda tarea lo es).
Por desgracia -pero para los pesimistas: "como era de esperar"-, el
pesimismo tiene mala prensa. Esto se debe a que se asume rutinariamente que es
lo mismo que la depresión o un aspecto inevitable de ésta. Dado que la persona
más feliz y mejor adaptada que yo conozco es un pesimista empedernido, encuentro
esta idea ridícula. Mi amigo disfruta de la vida precisamente porque no espera
nada de ella. Si le sucede algo bueno o hermoso, entonces es una gratificación,
un milagro. Sus días están llenos de descubrimientos y consolaciones. Su
sentido del humor es parecido al de Coward y Lennon, una respuesta personal a
las malas noticias y a las falsas esperanzas. Una de sus frases favoritas es la
típica expresión carrozona: "Y nada de quejas". Huelga decir que es
una alegría estar con él.
Este "Y nada de quejas", que es un frase de las de toda la vida, es una máxima
importante, al igual que el hecho de que las dos canciones de Coward procedan
de los años cincuenta. En los primeros años de la posguerra, el estado de ánimo
británico imperante parecía ser un pesimismo resistente y teñido de humor, si
bien atravesado por algo más sombrío.
"Creo -dijo Kingsley Amis, figura señera de la posguerra-,
que prefiero el pesimismo instintivo que lo contrario".
Películas como Night and the
City (Noche en la ciudad) (1950), The Third Man (El tercer hombre) (1949), Black Narcissus (Narciso Negro) (1947), las
dos primeras películas de Quatermass (1955 y 1957), los horrores de Hammer y el
verdaderamente chocante film Peeping Tom (El fotógrafo del pánico) (1960) parecían responder a
cierto apetito por las fuerzas de destrucción y la irracionalidad, que fluyen
como un río subterráneo bajo lo cotidiano. La guerra quizás había proporcionado
más justificaciones para nuestra sombría e irónica sensibilidad.
Todo eso ha desaparecido, porque ya no se nos permite ser
sombríos, irónicos y no digamos pesimistas. El neo optimismo se aplica ahora con
tanta brutalidad en Gran Bretaña como en Estados Unidos. “En Estados Unidos, el
optimismo se ha convertido casi en un culto", declaró el psicólogo social
Aaron Sackett a Psychology Today.
"En este país", dice otro psicólogo estadounidense,"el pesimismo
lleva aparejado un profundo estigma".
Como en cualquier culto, incluso los individuos más renuentes se
ven forzados a adaptarse a la norma. En el mismo artículo de Psychology Today, B. Cade Massey,
profesor de comportamiento organizacional en Yale, dice:"Ha llegado hasta
el extremo de que la gente se siente presionada para pensar y hablar de una manera
optimista". La investigación de Massey muestra que, a la hora de evaluar
riesgos en inversiones u operaciones quirúrgicas, la gente hace predicciones
que sabe que son demasiado optimistas, sólo porque quieren pertenecer, incluso
en estas crisis que amenazan su vida o su riqueza, al clan de optimistas
sonrientes e idiotas que parecen siempre
llevar bien sujetas las riendas de su existencia.
Puedes sentir esta presión allá donde te encuentres, sobre
todo en Internet, cuya multiplicidad está sujeta a una única ortodoxia
neo optimista y ferozmente impuesta. El botón de "Me gusta" en Facebook
es un arma de los neos. Como determinó un estudio de la Universidad de Leicester,
este botón "dirige el debate en la plataforma de los medios sociales en
dirección a lo blandamente positivo". Los medios de comunicación social,
con su cacareante retahíla de “me gusta", seguidores, comentarios y
“compartir”, están abrumadoramente sesgados
hacia una insistente positividad, que provoca vergüenza ajena. Fíjate en
los tuits extasiados que parlotean sobre la gran maravilla que es todo, o en
los grupos de Facebook u otros lugares de personas que se reúnen para salvar el
mundo y difundir la amabilidad; y ello simplemente, eh… ¡reuniéndose! Diariamente
recibo solicitudes por correo electrónico para "ayudar a X a celebrar" su cumpleaños/promoción/ lo
que sea. "Ayudar a celebrar". ¡No me fastidies!
Esto no es sólo irritante: es siniestro. Los sitios web
“ciberanzuelo” están infectando los antiguos medios de comunicación serios
simplemente porque tienen la capacidad de acumular millones de clics haciendo
que la gente se sienta optimista o se divierta con fotos de gatitos. El nuevo
editor de libros de BuzzFeed.com, por su parte, dijo en una ocasión que sólo publicaría
reseñas positivas, rechazando el "mordaz destripaje” que veía en los"
viejos media". Demos a este
enfoque su auténtico nombre: esto es censura ideológica.
Lo verdaderamente siniestro de todo ello es que Internet, gracias a sus
tontos útiles de usuarios, se está convirtiendo en un gigantesco atrapabobos para
las corporaciones. Sé optimista y luego compra cosas y mira nuestros anuncios.
O, para decirlo de otro modo, pierde toda tu energía siendo cada vez más
ignorante, pobre y depresivo.
Los medios tradicionales son igual de nefastos, aunque algo menos
ladinos. Hay espectáculos de talento y "realitys" en los que hay que
dejarse abrumar por la alegría, por la
gloria de poder participar, incluso en la derrota; es un elemento televisivo
importado de Estados Unidos: si uno no se muestra exasperantemente
optimista, se convierte en profundamente
sospechoso.
John Updike describió Estados Unidos como "una gran
conspiración para hacerte feliz". Lo que no añadió es que esa conspiración
entrañaba feroces prejuicios combinados con una necesidad puritana de evitar a
toda costa al pesimista y al gruñón. (Una vez, un católico me dijo que, según
él, la fiebre histérica por la felicidad que se exhibe en la televisión
estadounidense era un legado del calvinismo en el que los excesivamente felices
anunciaban su pertenencia a las filas de los salvados por predestinación. Pudiera
ser).
En el Reino Unido, nuestra industria publicitaria fabulosamente
amoral, inteligente y que sabe muy bien lo que se pesca, ahora evita cualesquiera
honestas sugerencias en el sentido de que deberías comprar un producto por sus cualidades,
prefiriendo en su lugar una sucesión de cómodos chistes, de pequeños cielos
domésticos o bien seguir la pauta de esos anuncios navideños de John Lewis, esas
historias de toda la vida que evocan un futuro optimista en el que los
productos juegan papeles esenciales.
Pero la importación más insidiosa y eficaz del neo optimismo llegó
bajo la forma de "la teoría de la gestión”. El texto básico sobre el tema
es la obra cáustica, divertida, amena, despiadada y muy legible de Barbara Ehrenreich titulada Smile
or Die: How Positive Thinking Fooled America and the World. (Sonríe o
revienta: cómo el pensamiento positivo engañó a América y al mundo). La autora nos dice que el neo optimismo al que
ahora estamos sometidos no es, como muchos afirman, un valor estadounidense
fundacional. La Declaración de Independencia de los Estados Unidos y la
Constitución no son pesimistas ni optimistas: son realistas, sobre todo en lo
que se refiere a la naturaleza humana. Además, tal como dejó escrito Max Weber :
no hay nada intrínsecamente optimista en el capitalismo; es un trabajo arduo,
cargado de riesgos, y que vale la pena porque, para el imaginario protestante,
es obra de Dios.
La tendencia empezó en el siglo XIX con el surgimiento de lo que llegó
a conocerse como el pensamiento positivo; un rechazo, nos dice Ehrenreich,
frente a las austeridades del calvinismo. Esto tuvo orígenes distinguidos en
los trabajos de Ralph Waldo Emerson y William James. En nuestro tiempo, sin
embargo, ha acabado degradado en propaganda agresiva para grupos selectos.
El pensamiento positivo de hoy en día, como el pesimismo británico
de "Y nada de quejarse", se hizo realidad en los años cincuenta con
la publicación del libro de Norman Vincent Peale The Power of Positive Thinking (El poder del pensamiento positivo)
(1952). Así pues, fue anterior, y ciertamente inspiró la ola charlatanesca de “la teoría de la gestión”, que realmente comenzó en los años sesenta. Esta
visión del mundo hacía que el crecimiento económico perpetuo y el mejoramiento
infinito de la existencia no sólo pareciesen posibles, sino también algo
ordenado. La otra cara cruel de la moneda de esto es que el fracaso es visto
como una negativa a pensar positivamente y, por lo tanto, los pobres y los
excluidos no son seres desafortunados o perseguidos: son culpables.
“Si el optimismo es la clave del éxito material ", dice
Ehrenreich, "y si se puedes lograr una perspectiva optimista a través de
la disciplina del pensamiento positivo, entonces ya no hay excusas para el
fracaso".
El resultado es el quietismo político combinado con la búsqueda
vana y febril de logros materiales. Como indica la autora, esta actitud debe
fundarse en última instancia en la idea absurda de que tu estado mental puede
cambiar el mundo y vencer las contingencias de la vida; cuando no (aún) las de la
muerte. Esto es mera superstición, al igual que toda la industria del pensamiento
positivo, cuyo mercado es pasmosamente boyante. Por lo visto, los
estadounidenses gastan más de 100.000 millones de dólares al año en motivar a
sus empleados utilizando diversas técnicas de pensamiento positivo.
Esto es una locura, como puede confirmarte quienquiera que haya
sido sometido a una formación de espíritu de equipo o cualquiera de los otros
dispositivos del ramplón prontuario de ensalmos que es “la teoría de la gestión”.
Y que produce declaraciones claramente falsas como ésta de Marc Andreessen,
empresario e inversor de Silicon Valley: "Y puedo decirte, al menos desde
hace 20 años, que si apuestas por los optimistas, generalmente tendrás razón".
De hecho, teniendo en cuenta el número de fracasos debidos a los optimistas, la
vedad es que perderías hasta tu último chavo.
Más absurdamente si cabe, tuvimos la expresión suprema del
pensamiento positivo con El Secreto (2006),
un libro de Rhonda Byrne. Exponía las raíces supersticiosas del pensamiento
positivo al decir abiertamente que había una "ley de la atracción"
mediante la cual el universo recompensaría materialmente tus pensamientos
positivos. Nuestro querido Noel Edmonds es un adicto a algo similar llamado
"orden cósmico", una forma de Amazonía intergaláctica.
Que esto se nos haya ido peligrosamente de las manos es obvio para
los más inteligentes. El premio Nobel Daniel Kahneman (el autor del best seller
Thinking, Fast and Slow) (Pensar rápido, pensar despacio) y su
colaborador Dan Lovallo, consideran que el optimismo socava las decisiones
ejecutivas. Demuestran que las previsiones basadas únicamente en actitudes
internas de la empresa son a menudo excesivamente optimistas, y sugieren que
las empresas deberían adoptar en su lugar "previsiones de referencia de
clase" en las que se tenga en cuenta el rendimiento de los competidores en
situaciones similares, y en las que, al mismo tiempo, se incorpore el pesimismo.
También existe la paradoja de Ícaro, identificada por el economista Danny
Miller, que se refiere a la forma en que el éxito extremo en los negocios es
seguido a menudo por el fracaso más estrepitoso, precisamente debido al exceso
de optimismo provocado por los buenos tiempos.
En política, el neo optimismo puede ser letal. Como afirma John O'
Sullivan, Blair y Brown eran optimistas empedernidos -en política exterior y
finanzas- y su legado se puede ver en el caos de la guerra de Irak y sus
secuelas y en la ola de crímenes que asoló la ciudad de Londres. El monumental esquema
Ponzi que fue el sistema financiero hasta 2007 (y tal vez todavía lo sea) se
basaba en un optimismo cínico, en el caso de los bancos, o ingenuo, en el de
sus víctimas. El optimismo de Blair se fundó en la extraña convicción
neoconservadora de que nosotros, en particular, podríamos, con la fuerza de las
armas, intimidar al mundo para que se convirtiera en una democracia liberal.
Sin embargo, el optimismo tonto es ahora el modo predeterminado en política. ¿Quién, ahora, podría decir
como Churchill:"No tengo nada que ofrecer sino sangre, trabajo, sudor y
lágrimas"? Y fíjate en la palabra "nada". No se trataba de una
situación temporal: no había ni un gramo de optimismo.
Hay dos ámbitos en que el neo optimismo parece estar más firmemente
arraigado: la medicina y la Historia. Ha habido muchos estudios médicos en los
que la actitud del paciente parece poder afectar al curso de una enfermedad. En
algunos casos esto ha generado aún más superstición; cuando se descubrió que el
humor tenía un efecto marginal en el sistema inmunológico, hubo una serie de
afirmaciones que decían que el optimismo podía curar el cáncer.
El jurado no estará de acuerdo con esto, pero sospecho que la parte
culpable no será el pesimismo, sino la depresión. Además, los pacientes felices,
tranquilos, engañados y optimistas suenan como algo sospechosamente conveniente para la
profesión médica. Una vez más, se trata de grandes sumas de dinero y el
escepticismo, por tanto, no está permitido.
Sin embargo, están apareciendo grietas en la fachada del optimismo
médico. La gente está notando que las maneras de medir tales rasgos -pruebas de
lápiz y papel- son dudosas y que la suposición de que esos rasgos innatos te
siguen a lo largo de la vida puede ser errónea. Las personas pueden ser
estratégicamente optimistas o pesimistas según la situación en que se
encuentren. Esto implicaría que el pesimismo tiene ventajas adaptativas: una
herejía primitiva, pero si reflexionamos sobre ella, es muy probable que sea así.
La Historia neo optimista, mientras tanto, es realmente un aspecto
inherente al cientificismo, la creencia de que a cada pregunta coherente debe
corresponderle una respuesta científica. Lo viví hace unos años en una cena de
autores de la editorial Penguin a la que asistieron, entre otros, Steven
Pinker, David Deutsch y Simon Baron-Cohen. El ánimo, particularmente en el caso
de Pinker y Deutsch, era optimista, basado en la creencia de que, gracias a la
Ilustración, se han resuelto (por lo
menos, en teoría) la mayoría de nuestros problemas pendientes. El libro Pinker
estaba allí para alimentar la cosa. The Better Angels of Our Nature: a History of
Violence and Humanity (Los ángeles que llevamos dentro: el declive de la violencia y sus implicaciones) desde entonces se ha
convertido en una de las dos biblias (la otra es The God
Delusion (El espejismo de Dios) de Richard Dawkins) de la fe cientificista y del neo optimismo basado en la
ciencia.
La tesis de Pinker es que la violencia, según los índices de
criminalidad y los datos de las muertes bélicas, está declinando cada vez más.
Atribuye esto, al menos en parte, a la difusión de la racionalidad de la
Ilustración. Pero técnicamente él no es optimista, porque no aspira a hacer
predicciones. No hay pruebas de que esta tendencia continúe. Sin embargo, parece
haber algo a lo McCartney en su enfoque.
Mi primera reacción fue que las armas nucleares ciertamente han evitado un gran
número de muertes en los campos de batalla, pero eso sólo significa que hoy hemos concentrado nuestra
violencia en unas armas terribles que podrían utilizarse en cualquier momento.
La violencia futura podría, en un instante, resultar ser mucho peor que
cualquier otra en el pasado.
Ahora también hay muchas muertes no relacionadas con el campo de
batalla -en el Congo, por ejemplo, o cada vez más bajo el Estado Islámico- pero
causadas por la guerra. Además, un
reciente artículo de la politóloga Tanisha Fazal cuestiona muchas de las
estadísticas de Pinker. Muchas muertes bélicas, nos dice, han sido evitadas porque
hay mejores instalaciones médicas, por la evacuación más rápida de los soldados
del campo de batalla y por la mejor salud de las tropas de combate. Esta
evidencia no refuta a Pinker, pero hace que algunas de sus cifras parezcan
menos llamativas.
El neo optimismo científico o cuasi científico es el modo
predeterminado de nuestro tiempo. Las cosas mejorarán, se cree, y si miras
hacia atrás, hacia la oscuridad, a los siglos anteriores a la Ilustración,
Lennon tenía razón: las cosas es que no pueden empeorar. Obviamente, esto es
históricamente un dislate. El siglo XX le sentó de lo más desastrosamente a Alemania,
que era el país mejor educado y más ilustrado de Europa. Además, el optimismo
no fue en realidad un valor de la Ilustración. Voltaire, el príncipe de la
causa, despreciaba el optimismo por las brutales contingencias de su propia
vida y por las aún más brutales contingencias de la naturaleza, en particular
el terremoto de Lisboa de 1755 en el que murieron más de 100.000 personas. Dirigir
la nueva mirada racional a las realidades del mundo debería generar un
saludable pesimismo. O, como dijo Saul Bellow, refutando, como quien no quiere
la cosa, el lema más conocido de Sócrates,"la vida sobreexaminada podría hacerte
desear estar muerto".
Todo esto importa mucho: en primer lugar, porque el puro optimismo
es peligroso, tanto en la vida personal
como en la política y los negocios. El mejor consejo que se puede dar es el de
ser positivo pero esperar siempre lo peor. “Poned vuestra confianza en Dios, muchachos, pero mantened la pólvora seca", como se
decía en la época de Cromwell ( y no,
como sugiere la leyenda,como decía el propio Cromwell). "Confía, pero
comprueba", era la versión de Ronald Reagan; estaba citando un proverbio
ruso.
En segundo lugar, es importante por todo ese optimismo idiota que se ha convertido
en el modo imperante en mucha de la cultura
moderna, desde la televisión del desayuno hasta las emisiones de juego, talento y realitys. Es tan omnipresente que ya no nos damos cuenta de lo extraño, de
lo completamente demencial que es cuando los concursantes y presentadores ríen,
lloran, se desmayan y en general hacen todo tipo de aspavientos para demostrar lo maravillosamente bien que se
lo están pasando. Incluso los actores se han visto infectados; puede que sea cosa
mía, pero muchos de ellos parecen querer ser agradables, parece que necesitan que los quieran. Peter Cook debería ser su luminosa guía: sus miserias de dandi
trasnochado y sus agudas salidas de tono son el otro gran legado pesimista de la
posguerra.
El optimismo es una forma de presión, provoca estrés y reduce la
inteligencia. El pesimismo es una liberación: es relajante y amplía la mente.
Lee el Libro de Eclesiastés ("Todo tiene su momento y cada cosa su tiempo") o el Rubaiyat de Omar Khayyam ("El pájaro del tiempo tiene ahora poco espacio/para volar...") para comprobar cuán hermoso y pacífico puede ser el
tener cero expectativas. Y recuerda que cuando John Lennon escribió "No podrían ir peor" estoy seguro de que estaba siendo irónico. Claro que pueden ir peor,
siempre pueden ir peor...
Bryan Appleyard
Los libros recientes de Bryan Appleyard incluyen “The Brain Is Wider Than the Sky: Why Simple Solutions Don’t
Work in a Complex World” (Weidenfeld & Nicolson) ("El
cerebro abarca más que el cielo: por qué las soluciones simples no funcionan
en un mundo complejo")