jueves, 12 de enero de 2017

Camorra claustral

Que el Ministerio de Educación, y que el Consejo de Universidades y que el Parlamento no se ocupen  inmediatamente de este asunto, de bochorno ajeno, del plagio y del plagiario Fernando Suárez de la Juan Carlos da la exacta medida de la catadura moral de la gente que está en el poder.
No es ya el plagio, que clama al cielo de Gutenberg, es la camorra claustral que arropa al delincuente y, en el fondo, la profunda indiferencia ante el delito contra la propiedad intelectual en la sociedad española.
Robar palabras, a quién le importa.
Plagio, cuántos españoles de la calle saben siquiera lo que significa.

Aquí.

Viva Samoa

La palabra del año para el diccionario Oxford, el concepto de moda, me señala un joven filósofo, no lo acuña un intelectual, un pensador, un estadista o un científico, ni siquiera un periodista prestigioso, sino un mero bloguero. Un tal David Roberts. Y lo hizo en 2010.
Aquí.


Pero lo peor no es eso; sino que dicho concepto signifique simplemente la "mentira" de toda la vida, la del que miente a sabiendas, o porque le sale de la albóndiga. O porque él lo ve así.

Y si de lo que se trata es de denunciar las trolas y a los troleros y a los manipuladores me quedo con los rastafaris y su aguda iniciativa,  o con los periquitos samoanos del Espanyol de Barcelona: aquí.







Spoiler de la peli "Sully"

Advertencia: esto es un spoiler. Si no ha visto y piensa ir a ver la película Sully, no lo lea; o vuelva usted más tarde.

Sully, "el hombre que hablaba con su estómago", será sin duda una de las películas de la temporada. Lo tiene todo, como mi Maria Antonia, para triunfar.

A la salida de la sala, no me cuadraba nada; si era cierto todo lo que allí se contaba, ¿cómo es que no me había enterado yo en su día? ¿Cómo es posible que antes de la película no hubiera habido ciertas demandas judiciales? ¿Cómo el film se podía basar en la autobiografía de Sully , contaba con el aval del mismo, y con un vídeo final en créditos con el piloto junto con el copiloto y los verdaderos pasajeros celebrando la hazaña? ¿Cómo es que no había un texto final acreditando lo hechos o desmintiéndolos? Etc.

Pero la presunción de verdad es muy grande cuando se trata de historias basadas en hechos reales.
Así que tuve que ir a comprobar qué había pasado en realidad con el proceso de investigación posterior al accidente: ¡nada o casi de lo que cuenta la peli sobre la investigación tiene que ver con cómo fueron las cosas!

Pero eso a quién le importa. A la taquilla desde luego que no.




Forrest  Wickman de Slate lo cuenta con mucha más gracia que yo.

Aquí en V.O.

Y aquí en tradu exprés:

                       Sully, fantasía perfecta para la era postfactual



La historia  real del Comandante Chesley Sullenberger no llevaba incorporada un villano (bueno, a menos que el villano fuesen los gansos voladores), así que, por supuesto, el peliculón de Clint Eastwood Sully tenía que inventarse uno. No hay nada de malo en ello: no hay problema alguno en valerse de las licencias artísticas e inyectar en una historia real el tipo de conflicto que se necesita para alimentar un drama  hollywoodense que se precie. Tal como Dana Stevens dejó escrito en su reseña para Slate: "¿Acaso no es Sully, de entre todas las figuras archi masculinas de la historia americana más reciente… las más inmaculada?" [Juego de palabras intraducible con Sully y "unsullied" (inmaculado)].
Pero el conflicto que Sully se inventa es una fantasía que compite con algunas de las ideas más bobas, y por ende, más  peligrosas, de nuestra época. Haciendo que el malo de la peli sean los burócratas, los expertos y  los "hechos", Eastwood ha hecho la cinta perfecta para el año del Brexit y de la consagración de Donald Trump.
La película se toma su tiempo antes de mostrarse tal como es: primero emplea un enfoque a lo  Rashomon para narrar los acontecimientos del vuelo 1549 de la US Airways, que apenas duró seis minutos, desde el despegue en el aeropuerto de LaGuardia de Nueva York hasta su famoso “acuarrizaje” en lo que se dio en  llamar "El milagro en el río Hudson”. Vemos una  primera supuesta versión del accidente en la escena de apertura: esta vez el avión termina estrellándose contra algunos rascacielos de Nueva York; esto en una película cuyo estreno fue programado para el 15º aniversario del 11-S; y ésta es sólo la primera de varias escenas que evocan dicha tragedia, como un fantasma que recuerda lo que podría haber ocurrido: remedando el viejo titular de la revista satírica Onion:  "Ah, si Sully hubiera pilotado los aviones del 11-S..." (Comentario del bobo del año).
Sin embargo, el vuelo, incluso en su presentación desde múltiples perspectivas, constituye apenas una pequeña porción de la película, porque el resto sólo trata de una única cosa: de cómo se enfrenta un venerable, arrugado e íntegro piloto: Sully (interpretado por el favorito de Hollywood, el “hombre de la calle” Tom Hanks) contra el todopoderoso National Transportation Safety Board (Consejo Nacional de Seguridad en el Transporte), una panda de cabezas de huevo gubernamentales, que sólo piensan en términos de reglamentos, y que tienen la desfachatez de querer llevar a cabo una investigación de rutina sobre el importante incidente aeronáutico acaecido. 
Sully, el héroe, defiende la sabiduría que emana de sus entrañas, una sapiencia desarrollada a lo largo de 40 años de pilotaje. La película convierte en villanos a los tecnócratas, con su método científico y su sopa de siglas (¿"QRH"? ¿"APV"?) y con todas sus simulaciones y moderneces computerizadas que utilizan para insinuar que Sully podría haber aterrizado con su aparato en una pista cercana en vez de decidir posarse encima de un río helado. ("Están  ustedes jugando a Pac-Man…  ¡pero nosotros estábamos pilotando un avión lleno de seres humanos!", exclama en un momento dado el copiloto, Aaron Eckhart, con un bigote a juego (pero en menos cano) con el de su colega, el comandante Sully.
El conflicto alcanza su clímax en una escena completamente manipulada. Sully insiste en pedir que el NTSB vuelva a efectuar las simulaciones, pero esta vez con un ajuste crucial: los pilotos de la simulación deberán esperar 35 segundos antes de dirigirse hacia uno de los aeropuertos más cercanos, el tiempo aproximado que podría requerirse para evaluar la situación y tomar una decisión. Y, efectivamente, todos los pilotos de las pruebas simuladas pierden entonces altitud demasiado rápido y acaban estampuzándose mortalmente justo antes de alcanzar las respectivas teóricas pistas de aterrizaje. Es una conclusión, narrativa y dramáticamente, de lo más satisfactoria, pero resulta que es una pura ficción: en los hechos reales, fue el NTSB, y no Sully, quien sugirió agregar esos 35 segundos a las simulaciones.
El NTSB está que trina (y es comprensible) sobre la manera en que se le retrata en el film. Según Bloomberg, el panel de seguridad auténtico se lo dejó más bien a huevo a Sully, echándole todo tipo de cables, y poniendo buen cuidado en no parecer crítico con el nuevo héroe de los medios de comunicación, cuya actuación, concluyeron, fue ejemplar. "No hubo ningún intento de incriminarlo, ni siquiera de ponerlo en entredicho", afirma el especialista retirado del NTSB, Malcolm Brenner, que formaba parte del equipo que entrevistó a Sully. "Si hicimos preguntas, fue para aprender cosas". En esto coincide con Robert Benzon, el veterano y también antiguo miembro del NTSB que supervisó la investigación, y que contaba con varias décadas de experiencia: "Creo que en la cinta nos otorgan el papel de malo". "Por lo que he oído, la peli es algo así entre Sharknado 2 y Sharknado 3." (¡Creo que a alguien se le cruzaron los cables!)
Estrenada en otoño de 2016, el año en que un político británico conservador dijo: "Creo que la gente de este país ya ha tenido suficientes expertos", y en el que Stephen Colbert resumió todo un estado de ánimo con el chiste "¿Sabes quién también tenía un cerebro? ¡Adolf Hitler!”, no es ninguna sorpresa que la película vaya camino de convertirse, como ocurrió con American Sniper, en un inesperado éxito de taquilla. Después de todo, es la encapsulación cinematográfica perfecta de lo que muchos han sentido en 2016: los hechos no importan, las evidencias científicas son para los crédulos; y lo más importante es lo que te dice tu estómago (sobre los musulmanes, sobre las mujeres, sobre la economía…)
Quizás todo esto no debería sorprender, siendo Clint Eastwood el director de Sully, un señor  aparentemente partidario de Trump, cuya penúltima peli,  American Sniper, es otra cinta antifactual donde las haya; Eastwood es alguien que se permite hablar de los chavales de hoy en día como de “una generación de nenazas pegados a un ordenador”, y que resume sus creencias “libertarias” sobre el papel del gobierno con esta frase: "¡Hay que dejar a la gente en paz"! Y que piensa que Hillary Clinton es "una pelma a la que ojalá no haya que escuchar durante cuatro años".  (Uno de los principales investigadores del NTSB, interpretado por Anna Gunn, la actriz de Breaking Bad, algo ha de saber sobre lo pelma que les resulta a los hombres que nunca quieren escuchar…).  Como tampoco sorprende que el guionista sea Todd Komarnicki, declarado cristiano devoto, que piensa que Internet podría suponer el final del arte de contar historias y que ha comparado a los investigadores NTSB con el gran acusador de la Biblia, es decir, con el mismísimo Satanás.
Al final, después de que se demuestre que los burócratas sabihondos estaban equivocados, y una vez ensalzadas las corazonadas de ese hombre blanco de piel y de pelo, que más sabe por viejo que por otra cosa, toca hacer humor. Y así, en la escena final de la película, los pilotos salen tan inmaculados y en tal olor de santidad que de lo único de lo que se "arrepienten", si volviera a ocurrir lo ocurrido, es de que "lo habríamos hecho en el mes de julio."
Cuando la imagen se funde a negro, con un fondo de risas de los asistentes a la audición por un chascarrillo tan agudo como éste, te das cuenta de que nunca hubo razón alguna para  montar todo este drama. Y de que, al final, al que se le queda cara de tonto es a ti.

F.W.
....



Está claro que con la verdad no se pueden hacer películas para el gran público.

El exotismo fascinante

La fascinación que ha ejercido en la intelligentsia  Obama en su despedida (con un traspaso de poderes de mal perdedor, colocando minas por doquier, y con sus fans pidiendo 4 años más de lo mismo y él cuestionado la victoria de Trump y la supervivencia de la democracia) es equiparable a la que llegó a ejercer Zapatero durante su primer mandato, dentro, y, sobre todo, fuera de España. Y, en el fondo, es la que ejerce Woody Allen sólo fuera de EEU: pero ha bastado con que el director haga una insufrible película ambientadas en España, por ejemplo, para que podamos entender, mutatis mutandis, por qué tantos americanos les parece tan nefasto el retrato que hace de América.

(Lo mismo le pasa a Almódovar: el día que haga pelis americana en inglés se le habrá acabado la bula allende fronteras).


No todo la acción de Obama ha sido mala, por supuesto, pero su legado es, siendo generosos,  muy escaso, y quedará a la postre como un icono racial: el primer no blanco en la "blanca" Casa Blanca. En lo demás, no ha supuesto ninguna revolución, y de haber sido blanco, su huella sería mínima:
el modesto Obama Care.
Nunca tanta expectativa quedó en menos. Y ese menos pavimentó la llegada de una estrella de los realitys como es Trump al poder. Ni toda la prensa seria, ni todo el sistema de Hollywood y del show business ni toda la intelectualidad americana y europea, ni todo el apoyo de los países occidentales pudieron dar la victoria a la candidata demócrata y superministra de Obama.

Trump ganó con una campaña gamberra de descrédito y por su capacidad para conectar directamente con el elector cabreado por la gestión de ocho años de Obama. Su fuerza vino de las debilidades de Obama. Si de verdad los ochos años de Obama hubieran sido exitosos, la inercia le habría dado la victoria a Clinton y habría ésta ganado con la gorra.

Ahora nos tocará ver a un populista y demagogo en el poder de la todavía primera potencia mundial. Si no actúa como se espera de él, fracasará, como le pasó al alcalde de Reikiavik, el payaso que ganó la alcaldía prometiendo que durante su mandato no se apagaría el sol: en cuanto se puso a ejercer no de payaso sino de alcalde normal, perdió el apoyo ciudadano.

Y si Trump actúa como lo que es,  un nacionalista proteccionista xenófobo veremos lo que da de sí el experimento. Cuatro años de reality show es algo nunca visto. Si medio funciona la emisión, seguro que se franquiciará en el mundo libre.