jueves, 12 de enero de 2017

El exotismo fascinante

La fascinación que ha ejercido en la intelligentsia  Obama en su despedida (con un traspaso de poderes de mal perdedor, colocando minas por doquier, y con sus fans pidiendo 4 años más de lo mismo y él cuestionado la victoria de Trump y la supervivencia de la democracia) es equiparable a la que llegó a ejercer Zapatero durante su primer mandato, dentro, y, sobre todo, fuera de España. Y, en el fondo, es la que ejerce Woody Allen sólo fuera de EEU: pero ha bastado con que el director haga una insufrible película ambientadas en España, por ejemplo, para que podamos entender, mutatis mutandis, por qué tantos americanos les parece tan nefasto el retrato que hace de América.

(Lo mismo le pasa a Almódovar: el día que haga pelis americana en inglés se le habrá acabado la bula allende fronteras).


No todo la acción de Obama ha sido mala, por supuesto, pero su legado es, siendo generosos,  muy escaso, y quedará a la postre como un icono racial: el primer no blanco en la "blanca" Casa Blanca. En lo demás, no ha supuesto ninguna revolución, y de haber sido blanco, su huella sería mínima:
el modesto Obama Care.
Nunca tanta expectativa quedó en menos. Y ese menos pavimentó la llegada de una estrella de los realitys como es Trump al poder. Ni toda la prensa seria, ni todo el sistema de Hollywood y del show business ni toda la intelectualidad americana y europea, ni todo el apoyo de los países occidentales pudieron dar la victoria a la candidata demócrata y superministra de Obama.

Trump ganó con una campaña gamberra de descrédito y por su capacidad para conectar directamente con el elector cabreado por la gestión de ocho años de Obama. Su fuerza vino de las debilidades de Obama. Si de verdad los ochos años de Obama hubieran sido exitosos, la inercia le habría dado la victoria a Clinton y habría ésta ganado con la gorra.

Ahora nos tocará ver a un populista y demagogo en el poder de la todavía primera potencia mundial. Si no actúa como se espera de él, fracasará, como le pasó al alcalde de Reikiavik, el payaso que ganó la alcaldía prometiendo que durante su mandato no se apagaría el sol: en cuanto se puso a ejercer no de payaso sino de alcalde normal, perdió el apoyo ciudadano.

Y si Trump actúa como lo que es,  un nacionalista proteccionista xenófobo veremos lo que da de sí el experimento. Cuatro años de reality show es algo nunca visto. Si medio funciona la emisión, seguro que se franquiciará en el mundo libre.