Sully, "el hombre que hablaba con su estómago", será sin duda una de las películas de la temporada. Lo tiene todo, como mi Maria Antonia, para triunfar.
A la salida de la sala, no me cuadraba nada; si era cierto todo lo que allí se contaba, ¿cómo es que no me había enterado yo en su día? ¿Cómo es posible que antes de la película no hubiera habido ciertas demandas judiciales? ¿Cómo el film se podía basar en la autobiografía de Sully , contaba con el aval del mismo, y con un vídeo final en créditos con el piloto junto con el copiloto y los verdaderos pasajeros celebrando la hazaña? ¿Cómo es que no había un texto final acreditando lo hechos o desmintiéndolos? Etc.
Pero la presunción de verdad es muy grande cuando se trata de historias basadas en hechos reales.
Así que tuve que ir a comprobar qué había pasado en realidad con el proceso de investigación posterior al accidente: ¡nada o casi de lo que cuenta la peli sobre la investigación tiene que ver con cómo fueron las cosas!
Pero eso a quién le importa. A la taquilla desde luego que no.
Forrest Wickman de Slate lo cuenta con mucha más gracia que yo.
Aquí en V.O.
Y aquí en tradu exprés:
Sully, fantasía perfecta para la era postfactual
La historia real del
Comandante Chesley Sullenberger no llevaba incorporada un villano (bueno, a
menos que el villano fuesen los gansos voladores), así que, por supuesto, el peliculón de
Clint Eastwood Sully tenía que
inventarse uno. No hay nada de malo en ello: no hay problema alguno en valerse de las licencias
artísticas e inyectar en una historia real el tipo de conflicto que se necesita para alimentar un drama hollywoodense que se precie. Tal como Dana
Stevens dejó escrito en su reseña para Slate: "¿Acaso no es Sully, de entre todas las figuras archi masculinas de la
historia americana más reciente… las más inmaculada?" [Juego de palabras
intraducible con Sully y "unsullied" (inmaculado)].
Pero el conflicto que Sully
se inventa es una fantasía que compite con algunas de las ideas más bobas, y
por ende, más peligrosas, de nuestra
época. Haciendo que el malo de la peli sean los burócratas, los expertos y los "hechos", Eastwood ha hecho la
cinta perfecta para el año del Brexit y de la consagración de Donald Trump.
La película se toma su tiempo antes de mostrarse tal como es:
primero emplea un enfoque a lo Rashomon
para narrar los acontecimientos del vuelo 1549 de la US Airways, que apenas duró
seis minutos, desde el despegue en el aeropuerto de LaGuardia de Nueva York hasta
su famoso “acuarrizaje” en lo que se dio en llamar "El milagro en el río Hudson”.
Vemos una primera supuesta versión del
accidente en la escena de apertura: esta vez el avión termina
estrellándose contra algunos rascacielos de Nueva York; esto en una película cuyo estreno
fue programado para el 15º aniversario del 11-S; y ésta es sólo la primera de varias
escenas que evocan dicha tragedia, como un fantasma que recuerda lo que podría haber
ocurrido: remedando el viejo titular de la revista satírica Onion:
"Ah, si Sully hubiera pilotado los aviones del 11-S..." (Comentario del bobo del año).
Sin embargo, el vuelo, incluso en su presentación desde múltiples perspectivas,
constituye apenas una pequeña porción de la película, porque el resto sólo trata
de una única cosa: de cómo se enfrenta un venerable, arrugado e íntegro piloto: Sully (interpretado por el favorito de
Hollywood, el “hombre de la calle” Tom Hanks) contra el todopoderoso National
Transportation Safety Board (Consejo Nacional de Seguridad en el Transporte),
una panda de cabezas de huevo gubernamentales, que sólo piensan en términos de reglamentos,
y que tienen la desfachatez de querer llevar a cabo una investigación de rutina
sobre el importante incidente aeronáutico acaecido.
Sully, el héroe, defiende la
sabiduría que emana de sus entrañas, una sapiencia desarrollada a lo largo de 40 años de
pilotaje. La película convierte en villanos a los tecnócratas, con su método
científico y su sopa de siglas (¿"QRH"? ¿"APV"?) y con todas
sus simulaciones y moderneces computerizadas que utilizan para insinuar que
Sully podría haber aterrizado con su aparato en una pista cercana en vez de
decidir posarse encima de un río helado. ("Están ustedes jugando a Pac-Man… ¡pero nosotros estábamos pilotando un avión
lleno de seres humanos!", exclama en un momento dado el copiloto, Aaron
Eckhart, con un bigote a juego (pero en menos cano) con el de su colega, el
comandante Sully.
El conflicto alcanza su clímax en una escena completamente
manipulada. Sully insiste en pedir que el NTSB vuelva a efectuar las
simulaciones, pero esta vez con un ajuste crucial: los pilotos de la simulación
deberán esperar 35 segundos antes de dirigirse hacia uno de los aeropuertos más
cercanos, el tiempo aproximado que podría requerirse para evaluar la situación
y tomar una decisión. Y, efectivamente, todos los pilotos de las pruebas simuladas pierden entonces altitud demasiado rápido y acaban estampuzándose mortalmente
justo antes de alcanzar las respectivas teóricas pistas de aterrizaje. Es una conclusión, narrativa y dramáticamente, de lo más satisfactoria, pero resulta que es una pura ficción:
en los hechos reales, fue el NTSB, y no Sully, quien sugirió agregar esos 35
segundos a las simulaciones.
El NTSB está que trina (y es comprensible) sobre la manera en
que se le retrata en el film. Según Bloomberg, el panel de seguridad auténtico
se lo dejó más bien a huevo a Sully, echándole todo tipo de cables, y poniendo
buen cuidado en no parecer crítico con el nuevo héroe de los medios de
comunicación, cuya actuación, concluyeron, fue ejemplar. "No hubo ningún intento
de incriminarlo, ni siquiera de ponerlo en entredicho", afirma el
especialista retirado del NTSB, Malcolm Brenner, que formaba parte del equipo que
entrevistó a Sully. "Si hicimos preguntas, fue para aprender cosas".
En esto coincide con Robert Benzon, el veterano y también antiguo miembro del NTSB
que supervisó la investigación, y que contaba con varias décadas de experiencia:
"Creo que en la cinta nos otorgan el papel de malo". "Por lo que he
oído, la peli es algo así entre Sharknado 2 y Sharknado 3." (¡Creo que a
alguien se le cruzaron los cables!)
Estrenada en otoño de 2016, el año en que un político
británico conservador dijo: "Creo que la gente de este país ya ha tenido
suficientes expertos", y en el que Stephen Colbert resumió todo un estado de
ánimo con el chiste "¿Sabes quién también tenía un cerebro? ¡Adolf Hitler!”, no es ninguna sorpresa que la película vaya
camino de convertirse, como ocurrió con American
Sniper, en un inesperado éxito de taquilla. Después de todo, es la
encapsulación cinematográfica perfecta de lo que muchos han sentido en 2016:
los hechos no importan, las evidencias
científicas son para los crédulos; y lo más importante es lo que te dice tu
estómago (sobre los musulmanes, sobre las mujeres, sobre la economía…)
Quizás todo esto no debería sorprender, siendo Clint
Eastwood el director de Sully, un
señor aparentemente partidario de Trump, cuya penúltima
peli, American Sniper, es otra cinta antifactual donde las haya; Eastwood
es alguien que se permite hablar de los chavales de hoy en día como de “una
generación de nenazas pegados a un ordenador”, y que resume sus creencias “libertarias”
sobre el papel del gobierno con esta frase: "¡Hay que dejar a la gente en
paz"! Y que piensa que Hillary Clinton
es "una pelma a la que ojalá no haya que escuchar durante cuatro años". (Uno de los principales investigadores del
NTSB, interpretado por Anna Gunn, la actriz de Breaking Bad, algo ha de saber sobre lo pelma que les resulta a los hombres que nunca
quieren escuchar…). Como tampoco
sorprende que el guionista sea Todd Komarnicki, declarado cristiano devoto, que
piensa que Internet podría suponer el final del arte de contar historias y que
ha comparado a los investigadores NTSB con el gran acusador de la Biblia, es decir, con el mismísimo
Satanás.
Al final, después de que se demuestre que los burócratas
sabihondos estaban equivocados, y una vez ensalzadas las corazonadas de ese
hombre blanco de piel y de pelo, que más sabe por viejo que por otra cosa, toca hacer
humor. Y así, en la escena final de la película, los pilotos salen tan inmaculados y
en tal olor de santidad que de lo único de lo que se "arrepienten", si volviera a ocurrir lo ocurrido, es de que "lo
habríamos hecho en el mes de julio."
Cuando la imagen se funde a
negro, con un fondo de risas de los
asistentes a la audición por un chascarrillo tan agudo como éste, te das cuenta de que nunca hubo razón alguna para
montar todo este drama. Y de que, al
final, al que se le queda cara de tonto es a ti.
F.W.
....
Está claro que con la verdad no se pueden hacer películas para el gran público.