Una sentencia, que si no fuera tan excepcional, permitiría albergar alguna esperanza en el sistema democrépito que le hace de muleta a la democracia española tan cesante, tan callando.
La libertad de expresión en la ficción, en la sátira, ha de ser cuasi ilimitada (protegiendo a los menores de edad, por supuesto.)
En la vida real, ha de tener los límites del CP. La apología del terrorismo merecer cárcel. Y no la Lehendekaritza.
Lean como el delincuente se esconde detrás de la gentecilla.