martes, 6 de septiembre de 2016

Pujol humanista personalista (y post andorranista)

Sale ahora un escrito antiguo de Jordi Pujol.
Aquí en VO.

Y aquí en tradu exprés.

Tres ámbitos en convulsión. Cataluña, España, Europa.

Jordi Pujol i Soley.
5-10-2015

Un comentario personal. Pero no sólo personal.
Un comentario referido al hecho que me resulta difícil superar el estado de ánimo en que me encuentro. Me estoy esforzando. Trato de resistir la ofensiva de desprestigio que me vuelcan encima. Esto se podrá dilucidar del todo en su momento, pero en cualquier caso desde ahora puedo decir -porque es mi sentimiento íntimo- que no es eso lo que realmente me angustia. El sentimiento de culpabilidad me viene de que, no por codicia, pero sí por miedo, por desidia, por ligereza, por debilidad, he cometido una falta que no debí haber cometido. Que creo que en su momento se reconducirá la cosa.
Pero no es de eso de lo que ahora quiero hablar. Sino de otro aspecto menos personal. Si bien algo personal porque hace referencia a tres ámbitos de acción a los que quería dedicar en gran parte mi vida. Y lo hice. Durante muchos años. Y me ilusionaban. Pero ahora tanto objetiva como subjetivamente se me hace difícil, o imposible, hacerlo. Y no sólo por el estado de ánimo y los problemas personales sino también -y mucho- porque realmente en los tres se ha ido haciendo objetivamente difícil trabajar con ilusión y eficacia. Con entusiasmo y ambición.
Estos tres ámbitos eran Cataluña, España y Europa.
(1)
Mi primera fidelidad fue y es Cataluña. Desde muy joven. Y en todos los ámbitos. Siempre en el marco de un proyecto de país. Tocando muchas teclas, pero todas ellas en el marco de un proyecto. De un proyecto de país. De un país con fuerte conciencia histórica, con una lengua y una cultura a la vez resistentes y creativas, con  determinadas formas de vida muy persistentes.
Por razones demográficas y políticas, y por cómo ha evolucionado la Historia, habría sido lógico que Cataluña se hubiera diluido, que se hubiera despersonalizado. No ha sido así. Aparte de los hechos esenciales de la lengua y la cultura, deben de haber contribuido los que se han llamado "formas de vida". Que haciendo un resumen muy breve e incompleto pueden ser desde la "laboriosidad" que decía Cadalso a finales del siglo XVIII (justo en el momento de la recuperación económica y social del siglo XVIII, como tan bien explica Pierre Vilar) hasta la combinación de cordura, ironía, mesura y continuidad de Ferrater Mora y la aportación decisiva de Vicens Vives, quien sitúa en la "voluntad de ser" el hecho básico de la actitud colectiva catalana. Personalmente yo llego a la toma de conciencia personal de lo que es el país y de la situación en que se encuentra en un momento (los años inmediatamente posteriores a la guerra) difícil y que invita al desaliento. Por diversos motivos y circunstancias -familiares, sociales-,  yo no caí. Y me apunté muy pronto a la tarea de conservación de la memoria y de reconstrucción del país. En una doble línea de agitación y de formulación de proyecto. De proyecto global y, por tanto, poliédrico.
(2)
Ya he dicho que mi primera fidelidad, fue y es Cataluña, la he querido ejercer en dos marcos más amplios. Uno de ellos es España. Yo no he sido independentista salvo un momento fugaz que combinaba la opresión radical del primer franquismo y lo que podríamos llamar la lectura de los versos de Ventura Gassol. De hecho, en 1946 -con dieciséis años- eso ya quedó superado. (Época, por ejemplo, de mi adscripción al grupo Torras i Bages, y poco después de la gran concentración en Montserrat del mes de abril de 1947). Mi activismo catalanista ya incorporaba tanto el hecho español como el europeo. El reconocimiento de Cataluña debía conseguirse en ese doble marco. Y no sólo pasiva o resignadamente sino con iniciativa y compromiso. Con espíritu constructivo. Es decir, no sólo debíamos tener como lema y objetivo lo que yo llamaba "construir Cataluña" sino también -en la medida muy modesta que nos correspondía- contribuir al progreso español y europeo.
Ya he explicado muchas veces cómo desde los años 50 empecé a plantear lo que debía hacer Cataluña en el marco español. No sólo políticamente, sino también en el campo económico y social. Y en el ideológico.
Creo que durante muchos años he podido trabajar en este sentido. En general, modestamente, aunque en determinadas épocas con cierta capacidad de incidencia.
Esto era posible para una Cataluña con su propia identidad reconocida y respetada y con las herramientas y competencias pertinentes. Y una España abierta a esta posibilidad. Y este era nuestro objetivo colectivo. Y el mío personal. Pero ahora ya no lo es.
Desde hace unos años el proyecto político ampliamente mayoritario en España se ha puesto completamente de espaldas, pero no se debe caer en la tentación del "finis Cataloniae" porque el proyecto que hemos defendido tope con dificultades muy grandes.
Que además me afectan personalmente de una manera grave. Ya he dicho de entrada que hacía un comentario personal. Aunque no sólo personal, porque durante muchos años he contribuido de manera importante a la aplicación de un proyecto colectivo que ha propiciado un gran progreso en Cataluña. En todos los órdenes. Y que también durante más de cuarenta años ha contribuido al progreso general español.
Pero ahora mi capacidad de hacer una contribución positiva ya no existe. Confío en que otros lo harán. Y lo deseo.
(3)
Empecé este escrito el 5 de octubre de 2015. Lo continué a mediados de mes. Y hoy -3 de noviembre- lo retomo a raíz del texto de una entrevista en La Vanguardia del día 27 a un profesor de Oxford -John Gray- que añade leña al fuego de las preocupaciones que empecé a exponer referidas a Cataluña y a España. (Pero faltaba el comentario sobre Europa).
El titular de la entrevista ya es bastante inquietante para un europeísta como yo. Para un patriota europeo como yo. "El proyecto europeo y el euro se desintegran".
Y yo soy especialmente sensible a esto porque ya hace algún tiempo que contemplo con preocupación la evolución europea. Y lo tengo escrito. Y porque coincido con algunas de las críticas de John Gray.
Pero me rebelo frente a la idea de una ineluctable decadencia europea.
Porque creo en los valores de Europa. Y porque no es casual, por ejemplo, que tanta gente de todo el mundo quiera ser europea.
Que quieran ser de la UE. Mucho más que de cualquier otro continente, gran país o gran civilización. Más incluso que los USA, al menos en aspectos muy importantes.
Como lo que dice el Profesor Gray invita al pesimismo me pongo preventivamente la venda en la herida y adelanto que sigo teniendo fe en Europa. Después diré por qué. Pero de momento cuento lo que dice el Profesor Gray.
Dice que está en marcha el proceso de desintegración europeo. Y da a entender que éste no se detendrá, o que es muy difícil que lo pueda hacer. Porque la UE se ha hecho demasiado grande y es demasiado rígida. Porque hay demasiado desequilibrio interno, por otra parte muy difícil de eliminar. Y porque Europa ya no es ni probablemente sea ya un actor mundial.  Y porque Europa no tiene capacidad para resolver el problema de la inmigración. Y porque Europa va camino de convertirse en "débil, desordenada e introvertida, con muchos gobiernos débiles, una política opaca y un resurgimiento poderoso de la derecha radical". Y concluye que estamos "en un callejón sin salida".
 Todo esto dicho por un hombre serio. O sea que no es moco de pavo. Pero yo quiero creer que lo que decíamos -y yo personalmente con especial énfasis- de que la UE había sido una historia de éxito sigue siendo verdad. Ahora amenazada, pero todavía real.
Todo el mundo quiere ser europeo porque Europa y la UE combinan mejor que ninguna otra sociedad el nivel de vida, el bienestar social (Estado del Bienestar) y la libertad política y de pensamiento. Todo ello fruto de un patrimonio cultural y espiritual, humanista, de alta calidad. El mismo Gray habla de Montaigne "y de unos cuantos más", dice. Pero es que son muchos más. Y vienen del pensamiento griego y de la idea cívica de Roma y de los valores del cristianismo. Todo esto dicho sin infravalorar otras culturas y civilizaciones, pero sin olvidar nuestros valores. Que vienen de muy lejos, pero que después han continuado con las grandes reformas religiosas y con el enciclopedismo y la Declaración de los Derechos  Humanos.
Y con las formulaciones ideológicas y políticas que han conducido al Estado del Bienestar. Que han conducido a que una gran multitud en todo el mundo, si puede elegir, elige ser europea y no de otros continentes. No de otras culturas y de otros sistemas.
O sea que Europa es un valor universal. Es un referente de alcance universal. Esto hace más necesario y urgente que supere su crisis. O sus crisis. Porque tiene más de una. Económica y financiera, política y social, de desconcierto frente a la globalización, de ideas y de valores. Pero la multiplicidad de crisis debe tener un origen común. O al menos habrá interconexión entre todas ellas. Habrá algún lugar o algún mecanismo que, bien utilizado, tal vez podría ayudar a recomponer el conjunto de ideas, valores y actitudes que podrían hacer de Europa algo menos discursivo y más operativo, más sincero y menos teatral, más responsable y menos evasivo. Más valiente.
Todo ello requiere inteligencia y competencia, pero también una voluntad colectiva pactada de sentido de responsabilidad, y de buena fe, y también de percepción del peligro.
Podría ser que para hacer esto fuera necesario un liderazgo reforzado. En el terreno político. Pero también, y mucho, en lo ideológico y cultural, y si la palabra no causara miedo deberíamos decir en el terreno espiritual. Porque ahora lo ejerce demasiado en solitario Alemania. Y honestamente hay que aceptar que en buena parte esto es así porque todo el mundo se escabulle. Como hace unos meses editorializó The Economist,  Alemania es, a día de hoy, en Europa, "the reluctant hegemon". El hegemónico o jefe de filas reticente. Que lo es; o lo finge, al menos en parte, a la fuerza.
¿Se vislumbra por alguna parte que estas condiciones se empiecen a dar? No del todo. Pero el espíritu europeo es una mezcla de actitud prometeica y de esperanza cristiana. Y de humanismo personalista. Unos ingredientes sólidos y creativos. Que pueden hacer posible la reacción.

(El artículo es de octubre de 2015, antes de las dos elecciones generales españolas del 20-D yel 26-J y el Brexit del 23 de junio de 2016).