La pérdida de votos combinada con una mayor abstención general (que es una forma de censura) le han arrebatado al Pacto del Abrazo 13 escaños, casi los mismos que ha ganado el PP.
No es casual.
Lucía Méndez tiene claro que el castigo que ha sufrido ese pacto de centro izquierda se debe al uso habilísimo del mismo por parte de Rajoy.
Aquí.
Seguramente tiene razón. Y nadie puede discutir que el único que ganó ayer es Rajoy. Y con panache. El espectáculo audio de las conversaciones nauseabundas del ministro del Interior le ha hecho tanto daño como una mosca en el lomo de un elefante. Y el Brexit le ha venido de perilla.
Rajoy abrazó en su día como un oso a Podemos, facilitándole unas nuevas elecciones para intentar il sorpasso, pero con esa pinza abrasó al mismo tiempo a los del Pacto del Abrazo.
El Pacto del Abrazo fue un pacto enfático, sobrerepresentado y cursi; pero sobre todo fue suicida, pues no sólo no sumaba y lo fiaba todo a la abstención del PP o de Podemos (que era como pedir peras al horno, sin gas ni electricidad) sino porque se vio enseguida que aquello era una boda exprés y a prueba que iba a durar sólo un par de días, demostrando así el oportunismo y la frivolidad del enlace.
A la gente no le gusta que a los toros te pongas la minifalda pa na.
Sin embargo, de haber concurrido en coalición, haciendo de necesidad virtud y queriendo ser una pareja algo más constante y menos frívola, habrían cosechado casi el 36% de los votos (sobre la base de los obtenidos ayer) y serían con casi toda seguridad la lista ganadora por delante del PP; y sus escaños serían muy superiores a los 117 que suman ahora (85+ 32), muy probablemente por encima de los escaños que habría obtenido el PP, por obra y gracia del denostado por C's señor D'Hondt.
Habrían sido la primera lista en votos y en escaños y se podrían presentar como el cambio tranquilo, una colación social-liberal europeísta y homologable.
Todo esto se lo llevó por delante el mérito de Rajoy que condujo al huerto a Podemos tentándolo con la segunda plaza; pero también por el demérito de Sánchez e Iglesias que no vieron algo harto evidente y que se ha repetido aquí muchas veces: en unas nuevas elecciones tenían que ir juntos o arriesgarse a salir peor parados.
Como ha sido el caso.