Todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario.
Pero desde que existe la red, el principio ha quedado desdibujado: si a uno le afean algo en ella, deja de ser honorable hasta que uno demuestre lo contrario.
La llegada de Internet ha facilitado las denuncias, verdaderas y falsas, de todo tipo. Y su propalación.
Ni los tribunales se atreven ya a cuestionar la validez de la prueba digital.
La facilidad con que pueden viajar los datos de una filtración deja al acusado en pelota picada.
Y aún hay quien defiende todavía la superioridad del papel frente a lo digital.