La otra noche, Vargas Llosa dio el que tal vez sea su peor discurso en 80 años: y es que no lo llevaba escrito, y ahí está el mal.
Un intelectual de su talla no se puede permitir el lujo de repentizar, ni siquiera el día de la tarta de cumpleaños y de que le regalen una Pléiade con su nombre.
Habló Vargas de que hay menos hambre en el mundo que cuando él iba en calzón corto, de que las dictaduras capitalistas de China y Rusia son, a pesar de todo, un paso en la buena dirección, y de que les desea lo mismo a Cuba y a Venezuela. Y de que cada día es más feliz con su nueva novia. Grand bien lui fasse. Todo lo demás fue un mero dar las gracias a los comensales por su asistencia. Ni siquiera de acordó de su familia, al menos de sus nietos, algo raro para un papuchi en una fecha tan señalada y entrañable.
Al menos elogió al allí presente Orhan Pamuk, el turco, un intelectual de los pies a la cabeza que ha pagado el precio de su libertad con creces.
Pero más que lo que dijo, lo que hace tan pésimo y penoso su discurso de cumpleaños fue lo que no dijo: ni una palabra sobre los recientes atentados de Bruselas, ni sobre el islamismo subyacente, ni acerca del drama de los refugiados, ni nada de la deriva autoritaria de la Unión Europea, ni del peligro de Donald Trump si gana las elecciones, ni siquiere se detuvo en algo menor, pero que, por deferencia anfitriona, hubiera podido comentar sobre el lamentable panorama político en España. Estaban Aznar y González escuchándolo.
Le podría haber lanzado al menos una florecita a Albert Rivera, al que tenía a pocos metros, y que se supone que es un liberal. Uno de los suyos.
Tampoco se acordó de Cataluña y del problema del nacionalismo segregador.
Lo dicho, ha tenido mejores discursos en su vida Vargas.
En la sala, me tocó estar junto a unos lindos cachorros liberales latinoamericanos (argentinos, paraguayos y ecuatorianos) autodenominados "de la clase media, media alta", que me glosaron el rosado futuro del liberalismo en el mundo latinoamericano en términos de "se trata de hacer targeting en las clases medias y bajas con nuestros mensajes, pues ahora ellos ya tienen celulares" y del marketing político a base de la compra (ilegal) de base de datos a las operadoras de telefonía móvil.
Uno de ellos, trabajaba, entre su docena de "liberales" clientes, "para la independencia de Cataluña", uno de sus mejores pagadores. Ante mi sorpresa, el tipo me aseguró que era porque él "creía en la autodeterminación de los pueblos" (sic). No tuve ánimos, a esas alturas de la cena, para decirle que el pueblo catalán "como tal" no existía.
Prefiero pensar que estos cachorros eran unos polizones que se habían colado en "la fiesta de Vargas".
Pero me da que no.