El editorial sobre el editorial doble de la semana pasada en forma de portada, y la polémica desencadenada sobre “El Islam como religión de paz... eterna” ilustrado por la camioneta asesina de las
Ramblas de Barcelona.
Aquí en francés.
Y aquí en tradu exprés:
Reflexionar puede perjudicar gravemente la salud
"La portada del último número de Charlie Hebdo ha dado que hablar más que de costumbre. Asociar la
fórmula “Islam, religión de paz” al adjetivo “eterna” ha disgustado a algunos.
Se nos reprocha amalgamar la religión musulmana con la muerte. Esta acusación
es inaceptable. Charlie Hebdo nunca
ha amalgamado el Islam con algo que no tuviera que ver con él. Nunca hemos
amalgamado al Islam con el cáncer, el exceso de velocidad, la canícula, las
inundaciones, el calentamiento global o los perturbadores endocrinos.
Simplemente hemos constatado que, demasiado a menudo, moría gente
inocente en el mundo asesinada a manos de musulmanes tildados de integristas, que querían
poner en práctica la suras del Corán que llaman a asesinar a los infieles Aun
cuando el Corán no se reduce a esos pasajes que glorifican el asesinato, no se
puede echar balones fuera y contentarse con repetir esta frase demagógica y
huera: “El Islam es una religión de paz”.
Para ser justos, hemos de precisar que el Corán no ostenta el
monopolio de la violencia. Contrariamente a lo que suele creerse, Cristo no se
limitó a pronunciar palabras de amor y paz. El cristianismo también fue, en
su día, una “religión de paz …eterna”. “Fuego vine a echar en la Tierra; ¿y qué quiero, si ya se ha encendido?
“ (Lucas, 12: 49). “No penséis que he venido para traer paz a
la tierra; no he venido para traer la paz, sino la espada.”
(Mateo, 10, 34).
Así hablaba Jesús cuando estaba de malas, si damos crédito a los
evangelistas Lucas y Mateo. Estas palabras belicosas parece que han sido olvidadas
con el tiempo para dejar espacio a un Jesús reinventado, más en sintonía con
las exigencias del mundo moderno. Un Jesús pacífico, barbado y melenudo que
predica el amor entre los hombres, como un hippy de ojos enrojecidos por el
humo de sus propios porros.
¿Acaso los musulmanes y sus imanes están dispuestos a excluir
definitivamente del Corán los numerosos llamamientos a asesinar que en él se
hallan? ¿Quién se atreverá a modificar la palabra revelada del Profeta sin
temer que le den el pasaporte, a su vez, para
“la vida eterna” a base de kalashnikovs? No son numerosos los religiosos y los
creyentes que se atreverían a dar tal paso. Y aun son menos numerosos los
periodistas, intelectuales y políticos que se atreverían a hablar de ello. El
malestar de los musulmanes es tanto mayor por cuanto se sienten obligados a
condenar los asesinatos cometidos en el nombre del Islam, pero al mismo tiempo,
a conservar los pasajes violentos del Corán, puesto que fue el propio Mahoma quien
se supone que los escribió.
Las puertas de salida que quedan son pues escasas. Se puede recurrir
a la “relectura” del Corán, proponiendo nuevas traducciones que atenúen los
pasajes más sanguinarios. Pero el ejercicio muestra enseguida sus límites, ya
que la libertad del traductor no le autoriza a decir lo contrario de lo que Mahoma
escribiera. Las reinterpretaciones del Corán llegan demasiado tarde en una época
moderna en la que es complicado ocultar al público las manipulaciones de los
textos, como fue el caso con el Nuevo Testamento. Los manuscritos de los
Evangelios han pasado por tantas manos y han sido tan a menudo reformulados que
resulta difícil distinguir las palabras auténticas de los añadidos y
supresiones de todos aquellos que han ido recopiando los textos a su antojo durante siglos y siglos.
Los musulmanes no tienen esa suerte. Son prisioneros de un Corán al que no le han
encontrado todavía la puerta de salida.
Después de cada atentado, proclamamos que ello no
cambiará nuestro modo de vida. Seguiremos yendo al restaurante, al cine y a tomar una copa en las terrazas. Lo que ha cambiado no es nuestro modo de vida sino
nuestro modo de pensar. Ya no pensamos con tanta libertad.
Quien más quien menos tiene miedo. Los intelectuales temen ser
tratados de islamófobos, los artistas temen por su carrera, los
periodistas temen por su pellejo y los políticos temen por lo que ocurrirá en las
siguientes elecciones. En cuanto se pronuncian las palabras “Corán”, “Islam” o “Mahoma”,
todo el mundo agacha la cabeza y baja la mirada. Nadie se atreve ya a
reflexionar sobre la religión en general y sobre el Islam en particular. Ya no
hay lugar para la reflexión, pues se nos facilitan frases precocinadas tales como
“El Islam es una religión de paz”, concebidas para dar cerrojazo a cualquier debate.
Cuando los hermanos Kouachi salieron a la calle, después de sus asesinatos, gritaron: “¡¡Charlie está muerto!!”, y lo hicieron de conformidad con
las suras del Corán que ordenan a los musulmanes a matar a los infieles. Hoy las
llamadas a matar a Charlie Hebdo se
lanzan desde las redes sociales, sin embozo alguno. Los hermanos Kouachi no lograron
destruir Charlie Hebdo, pero sí
consiguieron trasladar su mensaje a la sociedad francesa: ¡Temed a Dios o
moriréis! Así, como quien no quiere la cosa, en Francia las ideas parecen cada
día menos influenciadas por Victor Hugo o Voltaire y más por los hermanos asesinos
del 7 de enero".
Driss es el director [aún vivo] de Charlie Hebdo.
...
En verdad, en verdad os lo digo, la ele y la o hacen lo.