Aquí un entrevista en el El País en el aniversario de lo atentados que sufrió la revista satírica.
Y aquí una tradu exprés de su texto de esta semana. (en francés, aquí)
Religión y violencia:
basta de amalgamas
No hay jerarquía en la organización religiosa del Islam; en
todo caso, no oficialmente, pero sí hay autoridades morales que se definen como
tales. Es muy práctico. Ello permite que Tareq Oubrou, imán de Burdeos, pueda
echar balones fuera cuando le preguntaron en la radio France Inter sobre el imán de Ripoll
que habría radicalizado a la célula terrorista responsable de los atentados de
Barcelona y Cambrils: “El Islam no es el catolicismo –contestó-, cualquiera
puede considerarse imán y ejercer. A partir de ahí, no cabe buscar pues una
relación, cualquiera que sea, entre lo que este imán pudo predicar y la palabra
del Profeta".
Es, por lo tanto, la típica respuesta hoy tan al uso: el
terrorismo islamista no tiene nada que ver con el Islam, ni siquiera tiene que
ver con algo relacionado con la religión.
Dicho por el imán de Burdeos la cosa tiene su lógica: él defiende su
negocio y el eslogan que sirve para vender su mercancía: “Dios es amor”. Lo que
tiene menos lógica es que la periodista que lo entrevistaba no le recordase
algunos hechos que permiten relativizar el pacifismo religioso. Por ejemplo, el
hecho de que quienes cometen los atentados se reclaman del Estado Islámico y no del Estado sin Dios. Que
los fanáticos que se inmolan en medio de la gente o que rebañan los cuellos de los
viandantes lo hacen al grito de “Allah Akbar” y no de “Pásame el salero”. Que
se consideran soldados de una guerra santa.
Que no matan por amor al arte... de matar, sino para servir a Dios. Que los Estados que financian el terrorismo –Arabia Saudita,
Qatar, Irán…- son teocracias islamistas.
Que todo empezó cuando un dignatario religioso
–el ayatolá Jomeini- condenó a muerte a un escritor –Salman Rushdie- que fue
decretado blasfemo, y que llamó con
una fatwa a todos los musulmanes del mundo a ejecutarlo allí donde éste
estuviera. Que en los innumerables mensajes de amenazas e insultos que recibimos
en Charlie después de la publicación
de un dibujo considerado impío o islamófobo, la mayoría de ellos recoge la
promesa de que Alá nos comerá los huevos y se calzará a nuestra madre. Que la
ideología que motiva este odio halla su origen en un texto proclamado santo que se llama El Corán. Es sin duda
posible que algunos lo lean trapaceramente. Pero si admitimos que el texto está
sujeto a interpretaciones, entonces también podremos equivocarnos cuando afirmamos
que no predica la paz ni el respeto al prójimo…
Ninguna religión puede ser, por definición, “de paz” o “de
guerra”. Una religión, cuando se circunscribe a lo íntimo, es una muleta
existencial, un medio de dar respuestas simples a cuestiones complicadas, una
fuente de reconfort, un masoquismo saciado, qué más da lo que sea en tales
casos; en la medida en que no quieran embarcar a los demás, sólo debería
importarle a los interesados. Pero cuando se amplía al colectivo, se convierte en
un instrumento de control social y político. Y en este sentido, no se puede
descartar que someta, encarcele, torture y masacre a tutiplén con el único
objetivo de ejercer un poder 100% terrenal. El integrismo, el oscurantismo y el
fanatismo no son disfunciones, son elementos consustanciales al “hecho
religioso”. Durante siglos se mató en nombre del cristianismo, y alguno que
otro cristiano echa de menos hoy aquellos tiempos triunfales. Incluso el
Budismo, que se supone es la religión más guay de todas, causa estragos en
Birmania. El estado normal de una religión, cuando desciende a la arena
política, es el totalitarismo, y sus instrumentos preferidos son la brutalidad,
e, incluso, la barbarie. El Islam no es la excepción.
Que esta evidencia no pueda decirse ni ser atendida,
que se acuse de “amalgamar” en cuanto se establece un vínculo entre un terrorismo que se autoproclama religioso y el Islam, entre el Corán y la
ideología totalitaria que se inspira en él, entre Dios y las atrocidades que se
comenten en su nombre, es algo que plantea un grave problema.
No sólo es una inepcia
intelectual sino que es aceptar que la fe –y todo lo que ésta acarrea consigo–
se imponga un vez más sobre la razón”.
Gérard Biard, redactor jefe [todavía vivo] de Charlie Hebdo.
...
Amén.