Los escandinavos ilustrados dan el Nobel de la Paz al
presidente Santos (20% de popularidad) en plenos morros de gran parte de la población
colombiana. Santos, que contaba con todos los sondeos favorables al SÍ. Sólo
habría faltado que se lo dieran ex equo a Timoshenko.
El prestigio de la FARC allende fronteras es tan real como
inmerecido.
El no (o la abstención) en el referéndum sobre el acuerdo transnacional de paz en Colombia ha sido
un acto en parte de dignidad, o aun de fe (o de petición de mano dura) para
evitar que los líderes de la FARC, impunes, se conviertan en los nuevos agitadores
sociales y políticos en un país en que no quedan ya líderes sociales, pues la
izquierda pacífica no pudo coexistir con una armada y extremista.
Pero el NO o la abstención (enorme) también viene de un
lugar inesperado: al girar la estructura
social y económica en Colombia tanto en torno a la economía de guerra, el miedo
al vacío también puede haber aportado votos negativos de simpatizantes o afines
a los violentos.
Pero subsiste un problema moral, el da la impunidad penal:
el de los secuestros, crímenes atroces y de guerra: las FARC pedían los
rescates tres veces por secuestrados ya asesinados, torturaban, etc.
Esto es el análisis racional del caso.
Ahora el (tristemente) empírico:
Uribe, con un 60% de popularidad, ha convencido de que el SÍ era la vía real al
castrismo chavismo. Eso es lo que funcionado. Y la promesa implícita de la mano
dura.
Esto, señores, no nos
engañemos, es la democradura.
Los del Nobel se han cubierto de gloria, como hicieron con
Obama y un Nobel de la Paz preventivo. Cierto que se lo podrían haber dado a
Cameron, con carácter póstumo.