Escribió ayer este artículo pre Diada, que, por su interés indudable, he traducido de modo exprés.
Aquí en VO.
Con la esperanza entre los dientes
“La historia es nuestra y la hacen los pueblos"
Salvador Allende
En tiempos de canallas con togas de negro, flota una
fiscalía que aúlla contra el independentismo, un ministro del Interior que
intoxica a diestro y siniestro y un Estado en tromba --9-N, querella a Forcadell,
denuncias en Vic y Berga-- que gradúa a voluntad la represión, echando siempre mano del tic autoritario liberticida que lo define. Entre amenazas soterradas
del 155 --cuando la autonomía está más que suspendida, intervenida y bloqueada--,
guerra sucia alcantarillas adentro y siempre el látigo, el grito y la mordaza.
Retablo del desbarajuste: si estás en crisis, busca un buen enemigo interior y
ampárate en el tribunal inquisitorial del Santo Oficio Constitucional. Que nada
se mueva, que nada cambie y que la ley Duralex ahogue la democracia. A palos,
incluso con la zanahoria.
En tiempos de mercaderes con chaqueta negra asaltando todos
los templos, la troika que nadie escogió impone una economía que ladra y un
capitalismo senil que atiza nuevas burbujas especulativas escupiendo
desigualdad: dos millones de parados y tres millones de pobres en los Països
Catalans. De los restos del régimen autonómico, de las cenizas humeantes del
pujolismo y de las ruinas de una crisis con la UE en quiebra queda el
vergonzoso agujero impune de 15.000 millones de las cajas catalanas, deudas y
sobrecostes hasta el año 2108, un fraude fiscal anual de 16.000 millones,
recortes por 5.300 millones de euros y 20 catalanes con un patrimonio de 23.300
millones de euros. Y aún más: país en venta, el 40% de los pisos que se compran
en Barcelona se pagan ya al contado con dinero extranjero y del rescate
bancario que entre todos pagamos sólo un 5% se ha recuperado. Toma el dinero y
corre.
En tiempos de corrupción y dinero negro en tantos despachos
oficiales, un régimen se tambalea en la periferia y se solidifica en el centro,
en medio del rosario de la aurora del saqueo y el expolio social: de Palau a
Pretoria y de Mercurio a Palma Arena. "Nos hemos pasado", decía la
hermanita de Rita Barberá. "Soy la polla insaciable", decía un
imputado de la Brugal. "Somos 400 y siempre somos los mismos", se
jactaba Millet. Contra la cartografía de la cleptomanía también nació la sólida
exigencia democrática de desembarazarse de todo eso, echarlos y reconstruir en común
desde la ética de la decencia. Por esto y mucho más, rebeldes con causa, un 95%
de la sociedad catalana ya no se reconoce en la Constitución, un 80% de la
sociedad catalana está a favor del derecho a decidir y un 48% ya opta
abiertamente por la independencia. Y 942 ayuntamientos --de 947-- blindaron el
9-N. Un pueblo en movimiento ante el inmovilismo de la otra unilateralidad
silente, la de la imposición unidireccional del Estado, arbitraria, cotidiana y
permanente. El rayo que no cesa.
Pero para unilateralidad --no pedir permiso para ser libres;
hacer y no esperar; decir y no callar; resistir y no desistir; activarse y no
quedarse en casa--, la de cada desahucio detenido, la de cada insumiso que se
negaba a hacer la mili, la de cada vecina que secuestraba autobuses hasta
arriba del cerro --de Nou Barris a Santa Coloma-- para garantizar transporte
público; la de cada urna de las 555 consultas; y sí, y también, la de un
referéndum. Unilateralidad sin rodeos para devolver la voz a la sociedad,
recuperar la capacidad de decidir y reconstruir toda la justicia que
necesitamos. Que el tiempo del más pescado para la olla, del vuelva usted mañana
y del doble juego desapareció y no
volverá. Y el sueño se hace a mano y sin permiso.
En tiempos de olvidos y amnesias, contra toda tentación
triunfalista, hace falta el retrovisor entero de la memoria. El tiempo de las
cerezas nunca llega solo y estamos donde estamos porque muchos hicieron huelga
en La Canadenca, pocas abrieron la maternidad de Elna y tantos resistieron el
fascismo en Argelès, en Mauthausen o en el Campo de la Bota. En el hilo rojo de
nuestras resistencias, nuestra paciencia nos hace sabios, porque tenemos toda
la vida para desobedecerla. Resistimos aún desde el bagaje de la lucha por la
libertad en la espalda y la pasión por la igualdad social en la mochila. La
estrategia del caracol.
En tiempos de guerras, extremas derechas y banderas negras
nihilistas, lo que más se necesita es construir refugios. Un refugio
democrático, económico, social y cultural, llamado Països Catalans, en medio de
un mundo que madruga horror cada día. Alguien quizás dirá que esto es cerrarse,
cuando es precisamente todo lo contrario: la forma más concreta y republicana
de abrir puertas y ventanas y de demostrar y demostrarnos, humildemente y a
base de sudar la camiseta, picar piedra y salir del pozo, que sí hay
alternativas y que ya están aquí. Cuando la pregunta ya no es si otro mundo es
posible, sino cómo es posible éste. Y somos lo que hacemos para cambiar lo que
somos.
En ciclos de imposiciones, tiempos de unilateralidad y
constancia perseverante: desobediencias compartidas, autodefensa democrática y
autotutela de los derechos sociales. Tiempos de materializar el anhelo de
cambio mayoritario, en el desafío democrático --ciertamente-- de abrir un
singular proceso constituyente en el sur de Europa para persistir en el reclamo
de más, y no menos, democracia. Dialéctica entre contrarios: o eso o volver
atrás. Porque la alternativa es que no hay alternativa: sólo búnker, un bloque
monolítico de un régimen cerrado en banda y el regreso al pasado. Dilema
dicotómico, si no lo conseguimos volveremos atrás: porque como diría Gramsci,
toda contrarrevolución --antidemocràtica, antisocial, autoritaria-- es siempre
el resultado posterior de una revolución democrática fallida, de un cambio
político frustrado, de una aspiración popular ahogada. Brújula: o desobedecemos
el presente con ganas de futuro o tendremos que obedecer la decadencia del
pasado. ¿Si no ahora, cuándo, si no nosotros, quién?
Aquí seguimos, pues. Aún de pie y listos. Resistiendo
unilateralmente. El camino es largo, se debe hacer entre todas y todos y merece la
pena. Resistiendo todavía. Desde Xàtiva, desde Santiago de Chile, desde Kobane,
por el tiempo de las cerezas que vendrá. Podríamos seguir, pero es hora de
hacer y hay que dejarlo aquí. Que hoy hemos quedado a las cinco y cuarto para
llenar calle y futuro, con gente que no conocemos, que seguro pensamos diferente
y que por eso estamos por lo mismo. A punto y en la calle: donde todo comienza, todo acaba y
todo vuelve siempre a recomenzar. En nosotros mismos. Adelante con las
antorchas". David Fernàndez.
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