Es de admirar el silencio que mantienen los independentistas catalanes en torno al Brexit y la dramática fractura de una sociedad traumatizada. Ni un comentario oficial, o sólo tópicos que no comprometen.
Nada de alabar el Brexit ni el Independence Day.
Ni siquiera un algo de "pero miren cómo se les ha dejado votar, miren qué democrático fue en eso el RU y la UE..." De too eso, no na ni na.
El paralelismo sin embargo es perfecto: los partidarios del Brexit han querido emanciparse de una superestructura llamada UE, que supuestamente les asfixiaba, al grito de "Bruselas nos roba".
Los partidarios de la secesión de Cataluña quieren emanciparse de una superestructura llamada Reino de España, que supuestamente les asfixia, al grito de "Madrid nos roba".
Se me dirá que los secesionistas escoceses también querían emanciparse de una superestructura llamada Reino Unido, que supuestamente los asfixiaba, al grito de "Londres nos roba"...
Pero eso no contradice, antes al contrario, lo primero: los catalanes son tanto los escoces del Reino Unido que quieren salir por patas como los ingleses de la Europa Unida que acaban de hacer un corte de mangas a todos los europeos.
Y por eso calla hoy la élite indepe, presa como está de una contradicción irresoluble en que se hace fatalmente soluble: pues congratularse del Brexit sería reconocer que su europeísmo es de boquilla, y que su ideario está más cerca de la xenofobia de Farage que de las faldas a cuadros del Brave Heart de las Highlands, que era un bruto de mucho cuidado pero que tiene hoy un halo épico gracias al celuloide y a los gritos de Mel Gibson, otro pedazo de demócrata, por cierto.
Los indepes sueñan de un Españexit convocado por un Vox africanista y ganado por los euroescépticos españoles en un futuro cercano para poder decir: "en Cataluña no ganó el no a Europa, así que queremos separarnos de España para seguir siendo europeos".
Pero es una fantasía erótica tan remota y poblada de flamencos fascistoides, padanos con peto tirolés o húngaros cruzflechados en celo que prefieren soñar con que Artur Mas acabará en la cárcel por el 9-N y se convertirá así en el nuevo Michael Collins del siglo XXI en Europa. De momento, como Irlanda, ya tienen su propia Cataluña del Norte y su capital del mundo: Perpiñán.