La quemalibros, explorando los límites de la libertad de expresión, que incluye el de ser borde, como es sabido, reivindica su derecho a criticar lo que considere como considere y a hacer de payasa; y añade que la Constitución Española no la representa (lógico, es un texto serio; pero no parece que piense en hacerse apátrida, de momento, a la espera de poder ser ciudadana de la República Catalana, ni devolver el dinero que cobró por la performance).
La fiscalía no piensa actuar.
Aquí.
Nada que añadir, señoría.