Ayer se presentó Lilian Tintori, esposa coraje, Preso pero libre, de su esposo. el opositor Leopoldo López, que debería haberse titulado al revés: "Libre pero preso".
Aquí.
Y es que decía Sartre que nunca se había sido tan libre como bajo la ocupación alemana. Y algunas cosas más:
"Nunca fuimos tan libres como bajo la ocupación alemana.
Habíamos perdido todos nuestros derechos y en primer lugar el de hablar; nos
insultaban a la cara cada día y era necesario callar; nos deportaban en masa,
como trabajadores, como judíos, como prisioneros políticos; en todas partes, en
los muros, en los periódicos, en las pantallas encontrábamos ese rostro inmundo
que nuestros opresores nos querían dar de nosotros mismos: debido a todo eso
éramos libres. Porque el veneno nazi se deslizaba hasta nuestro pensamiento,
cada pensamiento era, precisamente, una conquista; porque una policía
todopoderosa procuraba obligarnos al silencio, cada palabra se volvía
primordial como una declaración de principios; porque éramos perseguidos, cada
uno de nuestros gestos tenía el peso de un compromiso. Las mismas
circunstancias de nuestro combate, a menudo atroces, nos hacían vivir sin
maquillaje y sin velos esta situación desgarrada e insoportable que llamamos la
condición humana. El exilio, la cautividad, la muerte sobre todo, que
enmascaramos hábilmente en las épocas felices, se nos hacían ahora el objeto
perpetuo de nuestras preocupaciones; aprendimos que no son accidentes
evitables, ni siquiera amenazas constantes pero exteriores: era preciso ver en
ellos lo que nos tocaba, nuestro destino, la fuente profunda de nuestra
realidad de hombres; en cada segundo vivíamos en plenitud el sentido de esta
pequeña frase banal: “Todos los hombres son mortales”. Y las elecciones que
cada uno hacía de sí mismo eran auténticas porque se hacían en presencia de la
muerte, porque siempre se podrían haber expresado bajo esta forma: “Antes la
muerte que…”. Y no hablo aquí de esa elite que fueron los verdaderos
Resistentes, sino de todos los franceses que, a cualquier hora del día y de la
noche, durante cuatro años dijeron no. La crueldad misma del enemigo nos
empujaba a los extremos de nuestra condición, obligándonos a hacernos estas
preguntas que eludimos en la paz: todos aquellos de entre nosotros – ¿y qué
franceses no estuvieron en una u otra ocasión en este caso?– que conocían
algunos detalles interesantes de la Resistencia se preguntaban con angustia:
“Si me torturan, ¿aguantaré el golpe?”. Así se planteaba la cuestión misma de
la libertad, y nos encontrábamos a orillas del conocimiento más profundo que el
hombre puede tener de sí mismo. Porque el secreto del hombre no es el complejo
de Edipo ni el de inferioridad, es el límite mismo de su libertad, es su poder
de resistencia a los suplicios y a la muerte.
A aquéllos que tuvieron una actividad clandestina, las
circunstancias de su lucha les aportaba una experiencia nueva: No combatían el
pleno día, como soldados; perseguidos en la soledad, detenidos en la soledad,
era en el abandono, en la privación más completa que ellos resistían a las
torturas: Solos y desnudos delante de los verdugos bien afeitados, bien
alimentados, bien vestidos que se burlaban de su carne miserable y a quienes
una conciencia satisfecha, un poder social desmesurado daban todas las
apariencias de tener razón. Sin embargo, en lo más profundo de esta soledad,
estaban los otros, todos los otros, todos los camaradas de resistencia que
ellos defendían; una sola palabra bastaba para provocar diez, cien detenciones.
Esta responsabilidad total en la soledad total, ¿no es la revelación misma de
nuestra libertad? Este desamparo, esta soledad, este riesgo enorme eran los
mismos para todos, para los jefes y para los hombres; para aquellos que
portaban mensajes cuyo contenido ignoraban como para aquellos que decidían por
toda la Resistencia, una sanción única: la prisión, la deportación, la muerte.
No hay ejército en el mundo donde se encuentre semejante igualdad en los
riesgos para el soldado y para el generalísimo. Y he ahí porque la Resistencia
fue una verdadera democracia: para el soldado y para el jefe, el mismo peligro,
la misma responsabilidad, la misma absoluta libertad en la disciplina. Así, en
la sombra y en la sangre, se constituyó la más fuerte de las Repúblicas. Cada
uno de sus ciudadanos sabía lo que debía a todos y que no podía contar más que
consigo mismo; cada uno de ellos conocía, en el desamparo más absoluto, su rol
histórico. Cada uno de ellos, contra los opresores, se arriesgaba a ser él
mismo, irremediablemente, y eligiéndose a sí mismo en su libertad, elegía la
libertad de todos. Esta república sin instituciones, sin ejército, sin policía,
hacía falta que cada francés la conquistara y la afirmara a cada instante
contra el nazismo. Nosotros aquí nos vemos, a punto de otra República: No
podemos sino desear que ella conserve en pleno día las austeras virtudes de la
República del Silencio y de la Noche."
J-P.-Sartre in Lettres françaises. (1944)