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Los que creían en la app y los que no...
Ahora resulta que los gilipuertas que cometieron la masacre del 13 de
noviembre de 2015 en París no lo eran tanto como parecía. Los servicios de
policía siguen sin poder descifrar sus mensajes codificados. ¿Cómo unos terroristas tan de poca monta que, pocas horas después de los asesinatos, buscaban un escondrijo
a veces hasta en los taludes cerca de la autopista, podían disponer de una tecnología tan sofisticada como para hacer fracasar los programas ultrapoderosos e hipersofisticados de los servicios secretos
occidentales? Habían encriptado sus correos electrónicos de un modo más eficaz
que los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, cuyos mensajes cifrados por
la célebre máquina Enigma lograron ser leídos, a pesar de todo, por los
Aliados. ¡Por lo que se ve los asesinos del 13 de noviembre de 2015 estaban
mejor equipados que la Wehrmacht!
Mientras tanto, un tribunal administrativo francés decide prohibir a los menores de 16 años la película Salafistes. Por un lado, los islamistas nos ocultan con eficacia
sus planes a golpe de códigos; y por el otro, se prohíbe a las posibles dianas el
visionado de lo que un día tal vez deban padecer. Nos negamos a mirar estas
imágenes abominables porque, en realidad, son de lo más triviales: yihadistas en un todoterreno alcanzan a un coche
y disparan contra sus ocupantes. El coche se cae al barranco, y se acabó. Todos
muertos. Un yihadista se cruza con un viandante por la calle y, de pronto, saca
una pistola y le mete un tiro en la testa. Y para el otro barrio. Coser y cantar.
Pensamos que, para liquidarnos, los asesinos urden en su mente planes tan
difíciles de descifrar como sus mensajes encriptados. Pero no es así: su concepción del mundo no precisa de un
ordenador capaz de ejecutar dos mil millones de operaciones al segundo para que
la podemos entender. Se resume en una aplicación informática de cuatro letras: DIOS. Esos
asesinatos gratuitos de inocentes filmados en plena calle que nos muestra la
película Salafistes son la prueba de
su fe inquebrantable en Dios, al que consideran estar de su parte. Matar con
semejante relajo no hace más que reforzar su fe. Cuando se mata, no se puede deshacer lo hecho. Mato porque soy creyente. Mato luego creo. Fe y asesinato se
retroalimentan de un modo cuasi incestuoso.
Dios cuenta con una ventaja: es
una app de fácil descarga en el móvil,
gratuita y que ni siquiera hay que encriptar. ¿Por qué confiamos tanto en la tecnología,
en ordenadores superpotentes, para que nos revelen las intenciones de los
asesinos y nos protejan de sus místicos planes
criminales? Pues porque apenas nos queda nada más que esto; porque los
intelectuales han renunciado a cuestionar a Dios, porque los periodistas ponen pies
en polvorosa en cuanto se menta su nombre. Porque las únicas armas para combatir
este fanatismo religioso, que son la razón y el espíritu crítico, han sido
abandonadas en campo abierto, por pura cobardía y mero derrotismo. Y entonces acudimos a la tecnología con la esperanza
de que ésta repare las consecuencias de nuestras inconsecuencias. Pero no, no cuela: los ordenadores y los programas de descifrado
no nos van a proteger de esta violencia y no nos devolverán el terreno cedido a
la religión por parte de los intelectuales.
Un
periódico de ámbito nacional hace el retrato de un teólogo e imam de 37 años, presentándolo como un
creyente reformista. Se nos cuenta
que con tres años entró en una escuela coránica. ¡Con tres primaveras! Por lo general, cuando a un chaval de tres añitos se le mete en una secta para
que recite frases sagradas todo en santo el día sin parar, se suele llamar a la policía.
En este caso, ni un amago de indignación. Nada de nada. Todo esto ya resulta
normal. Ni media palabra para cuestionar lo poco o mucho que tiene que ver todo
esto con Dios. La prensa se rasga las vestiduras por el estado de excepción, por la Policía que no fue capaz de abortar los atentados pero, al mismo tiempo, publica retratos
complacientes de unos místicos comidos de tarro desde los tres añitos de edad. ¡Y a los que presentan como reformistas!
¿Qué significa ser reformista en
2016? ¿Inscribir a un chaval en una escuela coránica a los cuatro años en vez de a los tres? Mientras los periodistas se maravillan ante un tipo formateado desde
su más tierna infancia en una escuela religiosa, el escritor argelino Kamel
Daoud declara en Le Monde que
renuncia al debate público después de que unos universitarios lo hayan acusado de islamofobia. Se le atacaba por haber escrito un texto sobre “la miseria sexual en
el mundo árabe” después de los hechos violentos ocurridos en Colonia. El terrorismo utiliza todas las armas
posibles: bombas, fusiles de asalto, mensajes encriptados, pero también la
intimidación y el ostracismo a los escritores e intelectuales que intentan
pensar “de otra manera”. Estas acusaciones nada tienen que ver con un debate de
ideas: forman parte del arsenal del terrorismo. Cuando esta guerra contra
el islamismo haya concluido algún día, habrá que pasar cuentas de todas las cobardías,
complacencias y traiciones de los intelectuales y periodistas que se han coaligado
para intimidar y acallar las voces contestatarias. Y para ello se necesitará un
ordenador muchísimo más grandote que el utilizado para descifrar los mensajes de
los asesinos de 2015.
Riss, director del semanario satírico Charlie Hebdo.
Para saber más sobre el film Salafistes, ici.