Junqueras siempre apela a las tripas, y no sólo porque sabe que eso funciona, sino porque está, sin saberlo, bajo "la paradoja del comediante" de Diderot: mimar los sentimientos es toda la técnica del actor; de Junqueras emana la sinceridad del buen actor secundario. Y eso, más que cualquier propagada y agit prop es, en la sociedad del espectáculo en que se han convertidos las democracias, imparable.
Aquí.