El edito de Riss, crudelísmo y lucidísimo.
Aquí en VO.
Y debajo en VOSE.
Rebajas electorales
Tenían que ser unas elecciones legislativas, pero han
resultado ser un sumidero de bañera. La cuasi totalidad del Parlamento ha
desaparecido. De un plumazo. El pueblo francés quiere volver a empezar desde el
inicio, y la Asamblea que surja se parecerá un poco al Arca de Noé. Dios ahogó
a los corruptos y a los pecadores; pero en su Arca, Macron ha metido un
ejemplar de todo bicho viviente, y con ellos repoblará la Tierra del hombre
nuevo, puro, honesto y... molón. A los diputados que corren el riesgo de irse por
el sumidero de la bañera les entra el pánico y se agitan en todos los sentidos
para intentar escapar a su destino.
Así, para poder aspirar a un lugar en la nueva Arca,
Élisabeth Guigou, antigua ministra de Asuntos Europeos, no ha dudado en ponerse
un velo en una mezquita, con ocasión del final del ayuno del Ramadán. Esta
indumentaria, en absoluto obligatoria para asistir a esa ceremonia, da perfecta
cuenta del naufragio de una parte de la Izquierda. Todavía hay políticos, hombres y mujeres, que creen que con cosas tan
patéticas arañarán algunos votos de más. Creen que si uno dice “guau, guau”, conseguirá los votos de los caniches; y si dice “miau, miau” tendrá los sufragios de los gatos callejeros. A menudo se
dice que la vida política está monopolizada por “varones de raza blanca de más de 50 años”. En
realidad, cualesquiera que sean su edad, sexo o color de piel, los electos son
ante todo unos demagogos redomados. Ya sean hombres o mujeres, blancos o
negros, siempre utilizan los mismos trucos para sonsacarle el voto al elector.
Y es que seducir al votante es algo endemoniadamente complicado. En Reino
Unido, los que votaron a favor del Brexit acaban de votar en contra de Theresa
May. A saber lo que tendrían en mente. La demagogia de los políticos es
retorcida porque el cerebro del votante lo es aún más.
Un investigador sueco, Johan Norberg, plantea en su última
obra, publicada en francés, Non, ce n’était pas mieux avant (Editorial
Plon) [“No, antes las cosas no iban mejor”], que
se vive mejor hoy que ayer. Cifras en ristre, afirma que la pobreza ha bajado
en todo el mundo, que los progresos tecnológicos benefician tanto a los ricos
como a los pobres, y que la contaminación mataba a más gente en Londres hace
cuarenta años que hoy. Para elaborar esta teoría, que a buen seguro pronto será
refutada, ¿acaso el universitario ha tomado en cuenta la política? Del mismo
modo en que se compara la calidad del aire en 2017 a la del de 1950, la calidad
de la clase política, ¿es mejor en 2017 que en 1950? El éxito de los diputados macronistas se debe a esa nostalgia del “antes las cosas iban mejor”. Al igual que Catón el
Viejo, quien fustigaba la relajación en los usos y procedimientos políticos y que soñaba
con un regreso a “la República de Rómulo y Remo”, Macron y sus candidatos
fingen el regreso a la pureza prístina de la Democracia. Los diputados de
Macron llegarán al Parlamento neófitos,
ciertamente, pero puros. Los nuevos elegidos disfrutarán del beneficio de la
virginidad: de momento no contratarán a sus sobrinos como asistentes parlamentarios,
ni estarán achispados todavía por el güisqui que se sirve en el bareto de la
Asamblea a 90 céntimos la copa, ni habrán magreado a sus homólogas en los
pasillos del Hemiciclo. Los diputados de Macron estarán por estrenar y en buen
estado durante los próximos doce meses. Pero la pureza del niño recién nacido
no dura nunca demasiado. ¿Cuánto tiempo necesitarán para ser tan odiados como
aquellos a los que han birlado los escaños? Como ocurre con todos los coches
nuevos al cabo de un año, su precio en el catálogo de vehículos de ocasión será
pronto muy, muy bajo.
La baja participación en estos comicios hace que los
comentadores se vuelvan pesimistas. Los más exaltados ya clamaban durante la
velada electoral de la primera vuelta por un cambio en la Constitución: ni más ni
menos. El frenesí por todo lo novedoso tiene al personal enloquecido.
Presidente nuevo, nueva parejita presidencial, nuevo Código del Trabajo,
partidos nuevos, Parlamento nuevo, nueva Constitución. Los electores y también
los periodistas se abalanzan sobre Macron como los adolescentes el día de la
salida sobre el último Harry Potter.
La política se consume hoy en día como un anuncio de supermercado: compro, no
compro. Tengo ganas de votar, no tengo ganas de votar. Durante las elecciones
presidenciales, el cague de ver al Front National con un resultado abultado en
la segunda vuelta recordó a los ciudadanos la gravedad del gesto electoral. El
domingo pasado ya se habían olvidado de ese miedo y volvían a su rutina de
electores-consumidores. Confiemos en que al cierre de la segunda vuelta, cuando
sepamos su composición definitiva, la nueva Asamblea Nacional no se parezca a
las estanterías repletas de yogures de dieta y rollos de papel pal culo.