Aquí, de la Nuez pone el dedo en la llaga: son ellos, los jueces y los cuerpos policiales, aquellos que por oposición ocupan su lugar en la trinchera pública, los que a pesar de todo luchan contra la corrupción de los poderosos y evitan que el país caiga irremisiblemente en la postración moral a la que la arrastra la clase política con una perseverancia y una falta de propósito de enmienda propia de países de democracia de bajísima intensidad.
Pueden cometer errores y ser lentos, y muchas veces se debe a la falta de medios, pero criticarlos por sistema es ir debilitando la red de seguridad...
Bien es cierto que después de Mani Pulite llegó Berlusconi, pero eso no fue culpa de Falcone y Borsellino.