Aquí en VO.
Y aquí en tradu exprés e interrumpida tres veces por la locura española de las seis de la tarde del viernes.
Stephen C. Angle (profesor de filosofía de la Weyslan University) y otros firmantes por alfabético orden.
En defensa de la
jerarquía
Como sociedad, hemos perdido el saber hablar de los
beneficios de la jerarquía, el conocimiento y la excelencia. Es hora de
recordarlos.
En el Occidente moderno se ha hecho especial hincapié en el
valor de la igualdad. La igualdad de derechos está consagrada en la ley, al
tiempo que se cuestionan las viejas
jerarquías de nobleza y de clase social, si bien no han quedado éstas
completamente arrumbadas. Pocos dudan hoy de que la sociedad global ha mejorado con
estos cambios. Pero las jerarquías no han desaparecido. La sociedad sigue
estando estratificada según el nivel de riqueza y el estatus, y ello se declina de
innumerables maneras.
Por otro lado, la idea de un mundo puramente igualitario en
el que no hubiera jerarquías parecería irrealista a la par que bastante poco
atractiva. Nadie, tras reflexionarlo, querría eliminar todas las jerarquías,
porque todos nos beneficiamos del reconocimiento consistente en que algunas
personas están más cualificadas que otras para desempeñar ciertas funciones en
la sociedad. Preferimos que nos opere un cirujano experimentado que un
estudiante de galeno, y recabamos
asesoramiento financiero de un buen profesional y no de un cursillista. Las jerarquías
deseables y permisibles nos rodean pues por doquier.
Sin embargo, la jerarquía se ha convertido en algo pasado de
moda y que nadie se atreve a defender o
a elogiar. Los ministros del gobierno británico denuncian a los expertos por no
estar en sintonía con el sentimiento popular; tanto Donald Trump como Bernie Sanders
propiciaron plataformas para atacar a las élites de Washington; se culpa a los
economistas de no predecir la crisis de 2008; e incluso las mejores prácticas asentadas entre los profesionales de la medicina, como las vacunas infantiles,
son vistas con reticencia e incredulidad. Vivimos una época en que no se
hacen distinciones entre las jerarquías
justificadas y útiles y las élites egoístas y explotadoras.
Nuestro grupo cree que un pensamiento más lúcido sobre la
jerarquía y la igualdad es importante en el ámbito de los negocios, la política y
la vida pública. Debemos vencer el tabú y debatir qué cosa pueda ser una buena
jerarquía. En la medida en que las jerarquías son inevitables, es importante
que éstas sean beneficiosas, y evitar aquellas que sean perjudiciales. También
es importante identificar las maneras en que las jerarquías útiles y
beneficiosas refuerzan y fomentan buenas formas de igualdad. Cuando hablamos de
jerarquía, nos referimos aquí a esas distinciones y clasificaciones que llevan
aparejados unos claros diferenciales de poder.
Somos un grupo de diversos estudiosos y pensadores que tenemos opiniones sumamente diferentes sobre muchos asuntos políticos y éticos. Recientemente hemos propiciado un intenso debate acerca de estos temas en el Centro de Filosofía y Cultura Berggruen, en Los Ángeles, y nos hemos puesto de acuerdo en esto: hay mucho que decir en defensa de algunos tipos de jerarquía. Las ideas que aquí presentamos son al menos merecedoras de una atención más amplia y seria. Todo esto adquiere una nueva urgencia dado el giro que ha dado la política mundial hacia un populismo que, a menudo, ataca las jerarquías del establishment mientras, paradójicamente, concede un poder autoritario a unos individuos que pretenden hablar en nombre "del pueblo".
Somos un grupo de diversos estudiosos y pensadores que tenemos opiniones sumamente diferentes sobre muchos asuntos políticos y éticos. Recientemente hemos propiciado un intenso debate acerca de estos temas en el Centro de Filosofía y Cultura Berggruen, en Los Ángeles, y nos hemos puesto de acuerdo en esto: hay mucho que decir en defensa de algunos tipos de jerarquía. Las ideas que aquí presentamos son al menos merecedoras de una atención más amplia y seria. Todo esto adquiere una nueva urgencia dado el giro que ha dado la política mundial hacia un populismo que, a menudo, ataca las jerarquías del establishment mientras, paradójicamente, concede un poder autoritario a unos individuos que pretenden hablar en nombre "del pueblo".
¿Qué debe decirse pues en favor de la jerarquía?
En primer lugar, que las jerarquías burocráticas pueden servir a
la democracia. Hoy, la burocracia es menos popular que la jerarquía. Sin
embargo, las jerarquías burocráticas pueden instaurar valores democráticos fundamentales,
como son el imperio de la ley y la igualdad de trato.
Existen por lo menos tres maneras en que las instituciones
constitucionales jerárquicas pueden mejorar la democracia: protegiendo los
derechos de las minorías y, por tanto, asegurando que los intereses básicos de
las minorías no se vean orillados alegremente por los prejuicios o los
intereses egoístas de las mayorías; frenando el poder de las mayorías o de
las minorías a la hora de aprobar leyes que las favorezcan, en detrimento del
interés general; y aumentando los recursos epistémicos que intervienen en la toma de decisiones, haciendo que la ley
y la política reflejen mejor un debate plural de calidad. De ahí que las
democracias puedan ver con buenos ojos la jerarquía porque ésta puede
reforzar la propia democracia.
Sin embargo, en las últimas décadas, estas jerarquías
cívicas han sido desmanteladas y, a menudo, reemplazadas por mercados
descentralizados y competitivos, todo ello en nombre de la eficiencia. Esto
tiene sentido únicamente si la eficiencia y la eficacia (por lo general, se
entiende que son medibles en términos económicos) se consideran prioritarias. Pero si damos por buena tal cosa, acabaremos otorgando menos
valor a conceptos como el estado de derecho, la legitimidad democrática o la
igualdad social. Así que a veces podríamos preferir las jerarquías democráticamente
controlables que preservan dichos valores, incluso por encima de una mayor
eficiencia.
A menudo se critican las instituciones constitucionales
jerárquicas porque escapan al escrutinio directo del electorado, pero
resultaría demasiado zafio pensar que el control democrático exige tal vínculo
inmediato. La máxima rendición de cuentas es compatible con un amplio grado de
probable aislamiento respecto del control electoral directo.
Aparte de su importancia cívica, la existencia de jerarquías
en la vida puede ser sorprendentemente beneficiosa de una manera más genérica.
La jerarquía se hace opresiva cuando se reduce a un simple poder sobre los
demás. Pero también hay formas de jerarquía que entrañan compartir el poder con los demás. El taoísmo se caracteriza
por este tipo de poder, en efecto, y lo vemos a través de la imagen del que monta un
caballo y a veces tiene que tirar de la brida y a veces soltarla. Esto no
es dominar, sino negociar. En el taoísmo, el poder es cuestión de energía y de
competencia más que de dominio y de autoridad. En este sentido, una jerarquía
puede empoderar y no tiene por qué incapacitar.
Tomemos los ejemplos de las buenas relaciones entre padres e
hijos, maestros y pupilos, o jefes y empleados. Éstas funcionan mejor cuando la
persona que está más arriba en el escalafón no utiliza su posición para dominar
al que está por debajo, sino para permitirle que crezca en sus propias capacidades.
Un conocido ideal confuciano preconiza que el maestro debe
procurar que el discípulo lo supere. Las jerarquías confucianas están marcadas por
la reciprocidad y la atención mutua. La respuesta correcta al hecho de una
capacidad diferencial no consiste ni en celebrarla ni en condenarla, sino en
aprovecharla en la búsqueda común de la buena vida.
Por ello, las desigualdades de estatus y de poder pueden
resultar aceptables en la medida en que estén insertas en relaciones de
reciprocidad y de atención mutua y si propician el progreso de aquel que está por
debajo en la jerarquía. Esto encajaría con la concepción taoísta de un poder
que no es una forma de dominio sino que busca potenciar a aquellos sobre los
que éste se ejerce.
Además de empoderar, las jerarquías deben ser dinámicas en
el transcurso del tiempo. Las jerarquías son a menudo perniciosas, pero no
porque distingan entre las personas, sino porque perpetúan estas distinciones
incluso cuando éstas ya no son pertinentes ni sirven un buen propósito. En
definitiva, las jerarquías se anquilosan. Pudo haber en su día buenos motivos,
por ejemplo, para nombrar a personas en cargos de poder sobre la base del
mérito, como en la Cámara de los Lores. Históricamente, sin embargo, esto a
menudo llevó a que las personas no sólo retuvieran ese poder cuando ya dejaron
de merecerlo personalmente, sino que también lo transmitieron a sus hijos.
Todas las jerarquías legítimas deben permitir cambios en el tiempo para que no
conduzcan a una injusta acumulación de poder. Esto es algo que se da en las
jerarquías basadas en la edad que propugnan los confucianos, puesto que los
jóvenes acabarán ascendiendo hasta alcanzar un estatus elevado y la autoridad
de los ancianos.
Para protegerse contra el abuso de los que ostentan un
estatus más elevado, las jerarquías también deben circunscribirse a ciertos ámbitos:
las jerarquías se vuelven problemáticas cuando se generalizan, de tal modo que las
personas que tienen poder, autoridad o gozan de respeto en un sector, dominan
también en otros sectores. Es más que evidente que esto se da cuando los que
ejercen el poder político disfrutan de
un poder jurídico desproporcionado, pues si bien no están completamente por
encima de la ley, al menos están sujetos a una responsabilidad jurídica menor
que los ciudadanos de a pie. Por lo tanto, debemos protegernos de lo que
podríamos llamar la deriva jerarquizante: la extensión del poder de un ámbito
específico y legítimo a otros ámbitos, esta vez ilegítimos.
Esta deriva jerarquizante ocurre no sólo en la política sino
en otros ámbitos humanos complejos. Es tentador pensar que las mejores personas
para tomar decisiones son los expertos. Pero la complejidad de la mayoría de
los problemas del mundo real hace que esto, a menudo, sea un error. Frente a
problemas complicados, las competencias generales, como la apertura mental y,
sobre todo, el raciocinio, resultan esenciales para una deliberación exitosa.
La especialización puede llegar realmente a interponerse
frente a estas competencias. Dado que produce un compromiso entre la amplitud y
la profundidad de un experto, cuanto mejor sea el experto, más exigua será su área de competencia. Por lo tanto, el
mejor papel para los expertos no es muchas veces el de tomar las decisiones
sino el de ofrecerse como recursos externos para ser consultados por un panel
de generalistas no especializados y seleccionados por sus competencias
generales. Estos generalistas deberán interrogar a los expertos e integrar esas
respuestas en toda una serie de aspectos especializados para así lograr conformar
una decisión coherente. Así, por ejemplo, los tribunales que deciden sobre la libertad condicional no deben acudir
a un solo tipo de experto sino que han de basarse en la experiencia de
psicólogos, trabajadores sociales, guardias de prisiones, personas que conocen
la comunidad en que un prisionero específico podrá ser puesto en libertad, etc.
Se trata de una toma de decisiones colectiva y democrática que se vale de las
jerarquías de los conocimientos especializados sin por ello plegarse a éstos
servilmente.
Pero ¿son las jerarquías compatibles con la dignidad humana?
Es importante reconocer que hay diferentes formas de jerarquías, como hay
diferentes formas de igualdad. La Declaración Universal de Derechos Humanos de
la ONU estipula en su artículo 1: "Todos los seres humanos nacen libres e
iguales en dignidad y derechos". Pero es
totalmente compatible con esta dignidad igualitaria el que algunos merezcan más
honores que otros. En otras palabras, podemos reconocer que los individuos
difieren los unos de los otros a la hora de encarnar excelencias de diferentes
clases, y estas diversas formas de excelencia humana suscitan en nosotros un
tipo especial de consideración positiva, algo que los filósofos llaman el "respeto valorativo". El respeto
valorativo es una forma de estima que tenemos para con aquellos que muestran
ciertas excelencias: por ejemplo, por su elevado carácter moral, o por su gran
habilidad en argumentar. Dado que las excelencias son intrínsecamente
comparativas, la gente inevitablemente operará clasificaciones mediante estas
valoraciones, por lo que honrar a alguien es considerarlo (en algunos aspectos
concretos) mejor que las personas que encarnan peor ese mismo valor o bien que
lo defienden en una menor medida. La igualdad aquí parece estar conceptualmente
fuera de lugar.
Una de las razones por las que la jerarquía ofende a la
mente moderna e igualitaria es que presupone una deferencia respecto a aquellos
que están más arriba. Ahora bien, si la idea de que la deferencia pueda ser
algo bueno parece chocante, pues qué se le va a hacer. La filosofía debe
perturbar y sorprender.
La jerarquía puede entenderse como indicadora de cuándo se espera que se produzca esa
consideración respetuosa, esa deferencia
hacia otras personas. Las buenas jerarquías indican el tipo correcto de
deferencia o respeto, mientras que las jerarquías opresivas exigen las
deferencias y los respetos que son erróneos.
Por supuesto, la deferencia y el respeto pueden llegar
demasiado lejos, y ello trae muy malas consecuencias. El llamamiento confuciano
a la "distinción" entre maridos y esposas, por ejemplo, abonó un
sistema social de relaciones de género opresivo y jerárquico. Pero el hecho de
que la deferencia sea mala si se da en
exceso, no significa que esté equivocada
si se practica en su justa medida.
Hay varias razones para pensar que la deferencia y el
respeto, cuando son debidos, resultan beneficiosos. Aceptar que otros saben más
o pueden hacer más que nosotros comunica y permite una apertura de aprendizaje
y un crecimiento. Nos permite acceder a lo que la filósofa Li-Hsiang Lisa
Rosenlee de la Universidad de Hawai llama "la compleja red de relaciones
humanas, en la que el conocimiento del
pasado se transmite de los mayores a los más jóvenes". La deferencia y el
respeto expresan el reconocimiento de la naturaleza finita y falible de cada uno
de nosotros, y transmite a uno mismo, como a los demás, la centralidad de la relación con la propia identidad y el
bienestar de cada cual, y contribuye a un funcionamiento social fluido… e
incluso tocado por la gracia o la belleza.
La deferencia y el respeto requieren reconocer que no somos
todos iguales en nuestras excelencias. Pero incluso si admitimos que algunas
personas encarnan la excelencia humana más que otras, o que hay algún tipo de
"rango" entre los seres humanos, debemos tener cuidado y saber lo poco que se colige de esto, especialmente en la esfera política.
Para empezar, la excelencia humana adopta múltiples formas,
lo cual significa que puede haber un buen número de maneras en las que una
persona puede exhibir su excelencia, incluso si es, en general, un
"promedio". Simplemente no sabemos lo que la gente es capaz de
aportar, por lo que debemos dar a todos el beneficio de la duda, en el sentido
de que todos tienen un potencial de excelencia en alguna esfera de la vida.
En segundo lugar, a pesar de nuestras diferentes habilidades,
los seres humanos son iguales en todo lo que fundamentalmente importa para
atribuirle valor a la vida. Todos somos miembros de la especie humana, y
nuestra común humanidad incorpora importantes rasgos merecedores de protección.
Que haya algunas clasificaciones legítimas entre los seres humanos no significa
que aquellos que están más cerca de la parte inferior del espectro no estén
asimismo por encima de cierto umbral que los hace acreedores a un pleno respeto.
La política debería reflejar todo esto. Un sistema político
como la democracia, que encarna la igualdad política, debe dar a cada persona el beneficio de la
duda de que cada uno de nosotros, con las mismas probabilidades que cualquier
otra persona, puede encarnar alguna forma de excelencia humana.
Las jerarquías basadas en el conocimiento especializado
están siendo hoy criticadas; las jerarquías basadas en la edad están claramente
pasadas de moda. Sin embargo, se han infravalorado los méritos de la gerontocracia,
que puede proporcionar una mezcla
bastante sutil de beneficios igualitarios y meritocráticos. El análisis
histórico de la China de la dinastía Qing, por ejemplo, sugiere que las jerarquías
gerontocráticas supusieron una alta representación de los grupos de bajos
ingresos entre las élites políticas. Esto se debía simplemente a que la
esperanza de vida no difería mucho en función de los ingresos de cada cual, lo
que significa que los ancianos de la aldea constituían un sector representativo
de la sociedad. Por supuesto, lo que ha sido cierto en el pasado tal vez no lo
sea en el futuro, y la estructura de la sociedad en todo el mundo ha cambiado
tanto que esta correlación no se mantendría si tratásemos de reproducirla hoy.
Por ejemplo, ahora que la riqueza mejora considerablemente la vida en muchos
países, una verdadera gerontocracia representaría menos a los grupos con ingresos
inferiores.
La gerontocracia se asocia a menudo con el paternalismo,
término que se ha convertido en un insulto. El paternalismo político puede
definirse como una interferencia coercitiva respecto de la autonomía. Esta
forma de jerarquía es generalmente considerada con mucha suspicacia, y ello por
una muy buena razón: muchos gobiernos autoritarios han despreciado los
intereses del pueblo pretendiendo actuar en su nombre. Pero puede haber una
justificación para, al menos, algunas formas de este fenómeno, ya que el
paternalismo puede, de hecho, fomentar la autonomía.
El razonamiento a seguir sería que la autonomía requiere de
dos cosas: primero, saber lo que es mejor y, segundo, la capacidad de vivir de
acuerdo con este conocimiento sin verse uno alejado o incapacitado para tal
tarea por la propia irracionalidad. Ambas condiciones son difíciles de cumplir.
Hasta el inicio de los tiempos modernos, muchos filósofos creían que los seres
humanos eran, en su mayoría, seres imperfectamente racionales y, por lo tanto,
no podían comprender plenamente que era lo mejor; y todos los psicólogos
aceptan que tenemos un control muy limitado sobre los elementos irracionales de
nuestra naturaleza.
Las buenas intervenciones paternalistas, desde esta perspectiva,
adoptan dos formas: comunican el conocimiento de lo que es mejor, en formas que
son accesibles a agentes imperfectamente racionales; y pueden
"habituar" los impulsos irracionales de los individuos desde una edad
temprana, de tal manera que más tarde esos individuos colaborarán en la
aplicación de las prescripciones que procedan de la Razón. Estas intervenciones
sólo se justifican en la medida en que, en última instancia, nos permitan
actuar de manera más autónoma. Que esto sea así lo sugiere la teoría de la
"habituación" de Aristóteles, para quien el buen vivir necesita del
cultivo de los hábitos del buen vivir. Por lo tanto, al ser requerido habitualmente
a actuar de cierta manera, especialmente cuando somos jóvenes, podría,
paradójicamente, permitirnos pensar más racionalmente por nosotros mismos a la
larga.
La psicología moderna presta cierto apoyo a esta visión de
las cosas, ya que sugiere la necesidad de proporcionar entornos apropiados para
fomentar una toma de decisiones buena y justa. Tanto los confucianos como los
psicólogos modernos comprenden que el comportamiento humano tiene dos raíces
principales: unas fuentes internas, como
son los rasgos de carácter, y unas características externas propias de las
situaciones particulares en las que nos encontramos.
La jerarquía paternalista podría entonces favorecer la
autonomía individual. Y la jerarquía tiene un beneficio final. Aunque parezca
divisiva, la jerarquía puede promover la armonía social. Muchas culturas
otorgan un elevado valor a la armonía común, y con razón. Esto supone un modo
de vida compartido, y también una atención empática hacia la calidad de vida de
los demás. El exceso de jerarquía actuaría en contra de esto, creando
divisiones dentro de las sociedades. De hecho, en cierto sentido, la jerarquía
siempre trae consigo la amenaza de tensiones, ya que es una condición en la que
un adulto manda, amenaza u obliga a otro a hacer algo, cuando este último es
inocente de cualquier acto ilícito, y es competente para tomar decisiones,
siempre que no se vea mermado en ese momento por el alcohol, una enajenación mental
transitoria o cosas similares. Pero el
objetivo de preservar la vida en común significa que la jerarquía puede
justificarse si (y sólo si) es el menor nivel jerárquico requerido, y si es
probable que sirva para ir contra una discordia importante o para fomentar una
mejor puesta en común. Ésta es una justificación minimalista que sólo justifica
la menor cantidad de jerarquía que sea necesaria.
Podemos encontrar ecos de tal respaldo a las jerarquías-que-permiten-la-armonía
en muchas sociedades africanas tradicionales, así como en las culturas
influenciadas por Confucio en Asia. Si vamos más allá de la teoría y de la
práctica, también parece evidente que alguna versión de este principio
justifica, a su vez, la jerarquía en muchas culturas occidentales. Piénsese en
cómo se le otorga a la Policía una autoridad sobre los demás en aras del mantenimiento del orden público. Algunas
de estas ideas sobre la jerarquía serán recibidas sin duda más favorablemente
que otras. También habrá desacuerdo -como existe entre nosotros- acerca de si
debemos ser simplemente más claros sobre el valor de algunas jerarquías, o
sobre si necesitamos más jerarquías en ciertos ámbitos. La jerarquía ha sido
históricamente muy denostada y el comprensible temor a mostrarse demasiado
entusiasta acerca de ella hace que a algunos
les entren los siete males al hablar de sus méritos. No obstante, consideramos
importante plantear estas ideas como una invitación a iniciar una muy necesaria
conversación sobre la función de la
jerarquía en un mundo que, hoy por hoy,
y en muchos sentidos, es fundamentalmente igualitario en la medida en
ofrece igualdad de derechos y de dignidad a todos. Sin embargo, este mundo
claramente no puede (y no puede) dar un igual poder y una misma autoridad a
todos. Si queremos que coexista la necesaria desigualdad que entraña la
desigual distribución del poder con la igualmente necesaria igualdad de valor
que le ponemos a la vida humana, ya va siendo hora de tomarse en serio los
méritos de la jerarquía.
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