Nada que añadir, comme d'habitude.
Aquí en tradu exprés.
Especie en vías de extinción
Un año después, ¿qué queda de lo del Bataclan? Después de la
matanza del 13 de noviembre de 2015, muchas voces proclamaron que nada ni nadie iba a
cambiarles su estilo de vida. Un año más tarde, esta frase se ha vuelto menos
frecuente porque, en realidad, nuestro estilo de vida ha cambiado; vaya que si lo ha hecho.
Hemos aprendido a mirar a nuestro alrededor en la calle, a informar de paquetes
sospechosos, a memorizar las caras de tipos poco de fiar y, durante los conciertos, a identificar dónde
se encuentran las salidas de emergencia. Por si las moscas.
El Bataclan volverá a abrir. Como Charlie Hebdo pocas semanas después del 7 de enero: había que seguir a toda costa para que los
fascistas que nos querían con la cabeza gacha no se salieran con la suya.
Pero estos atentados han causado otros daños, aparte de los
causados en una sala de espectáculos o en la de redacción de una revista. Hay un
lugar devastado por el terrorismo y respecto en el que no piensa inmediatamente el
público en general: el pequeño mundo de los intelectuales. Las víctimas de esta
guerra de ideas no fueron ni enterrados ni se vieron amputados, pero sí insultados,
desacreditados, vilipendiados. Desde hace casi dos años, los debates sobre el terrorismo islamista concitan una violencia y un odio cada vez
más palpables.
Ya el día 23 de enero de 2015, en el plató de Canal +, Edwy Plenel declaraba: "No
creo que, en el debate público, se pueda tomar todo a broma. A los dibujantes,
los defiendo, los apoyo, pero el odio no puede tener como excusa el humor y la
burla es condenable cuando ataca a las personas y las identidades". Fue el
pitido inicial de una campaña para desacreditar a las víctimas de Charlie Hebdo y
hacerlas responsables de su suerte por haber publicado las dichosas caricaturas. A continuación, nos tocó sufrir los desvaríos
de Emmanuel Todd, quien difamaba a los manifestantes el 11 de enero, a los que
califica de zombis reaccionarios y catolicuchos de raza blanca. Pero después de
lo del Bataclan, otras explicaciones fueron improvisadas con el fin de hacer
ilegibles las verdaderas causas de los atentados. Los terroristas se convertían
así en pobrecitos desnortados en una sociedad capitalista de hombres blancos dominantes y
neocolonialistas. Luego le llegó el turno a la explicación psiquiátrica según la
cual a los asesinos no les funcionaba bien la cabeza.
Cada seis meses aparecía una nueva teoría tan enrevesada como la anterior para
mantener vivas las operaciones estratégicas de diversión, como la del radicalismo que habría revestido los ropajes del Islam para
expresar una violencia primigenia y legítima presente en cada generación.
Cualquier persona puede imaginar la explicación que más le plazca: no será ni más descabellada ni menos deshonesta
que todo lo que han escritos estos estafadores desde hace dos años. Pues
uno tiene derecho a escribir lo que quiera sobre los atentados, e incluso derecho a equivocarse. Pero cuando, después de
dos años, se sigue escuchando este chamuyado de echadoras de cartas, se tiende a ser menos indulgente. La verdad que nadie quiere reconocer es que, un
año después de lo del Bataclan, a los que continúan buscando explicaciones (que,
en realidad, son meras excusas) no les desagrada ver que se ha logrado el objetivo de los ataques: desestabilizar
a la sociedad francesa. Debajo de las lágrimas de cocodrilo y las condenas para
la galería, los asesinos suscitan admiración en estos intelectuales-colaboracionistas para quienes aquéllos tuvieron el coraje de matar a dibujantes y a periodistas a
los que éstos despreciaban, de asesinar a policías instrumentos de la represión
policial... "que se lo merecían", de masacrar durante un concierto a un público-consumista-aborregado, de
aplastar a esos espectadores demasiado chovinistas que no deberían haber ido a
ver los fuegos artificiales el día de la fiesta nacional o de degollar a un
viejo sacerdote proveedor de valores demasiado cristianos. Al igual que en
relación con Charlie Hebdo, acusado
de ser el artífice de su propia desgracia, estos ideólogos creen que las
víctimas de todos estos ataques se merecían un poquito lo que les sucedió.
Francia es un país con tradición de colaboracionismo.
Contrariamente a la creencia popular, Francia no es un país de tradición cristiana. Francia es una nación de tradición colaboracionista. Los colaboracionistas más infames se encuentran siempre en las filas de los intelectuales. Estos son los peores, porque están más preparados que nadie para entender los resortes ocultos de la arbitrariedad; y, por el contrario, obran por hacerlos más oscuros y aún más difíciles de combatir. Los dos años transcurridos nos han hecho redescubrir el nauseabundo hedor de la Francia de entre 1940 y 1944. El olor de la cobardía, del oportunismo, del chaqueteo y de la colaboración con el terror.
La descomposición ideológica de la izquierda no ha sido
causada exclusivamente por los políticos, como está tan de moda proclamar cuando se
acerca un año de elecciones. Una parte de la izquierda intelectual ha jugado un
papel quizás aún más destacado a la
hora de asaltar la laicidad y, simultáneamente,
amordazar toda crítica contra las religiones y el Islam.
Dejemos lo más divertido para el final y escuchemos a Michel
Serres: "Miremos los números y las estadísticas de frente: el terrorismo es la
última causa de muerte en el mundo. Los homicidios están disminuyendo. El
tabaco, los accidentes de tráfico o incluso los delitos relacionados con la
libertad de portar armas matan a más gente que el terrorismo. Los ciudadanos
contemporáneos tienen una probabilidad entre diez millones de morir por culpa del
terrorismo, ¡cuando tienen una entre 700 000 de ser aplastados por un asteroide...!".
A este ritmo, estadísticamente, el intelectual francés de izquierdas tiene mil millones más de probabilidades de desaparecer de la faz de la tierra que las nutrias o los
escarabajos peloteros.
Riss in Charlie
Hebdo
Ici en VO payante.