En V.O. y paganini.
Aquí.
En tradu exprés:
La izquierda en reducción de jornada
Todo el mundo dice que las elecciones presidenciales de
2017 ya están decididas y que la segunda vuelta opondrá a Le Pen a Nicolas
Sarkozy. Para deshacerse de Juppé, Sarkozy ni siquiera necesitará que su rival
quede atrapado en una habitación de hotel con una mujer de la limpieza. El septuagenario alcalde
de Burdeos debería poder malograrse solito, con el paso de los meses, como un barril podrido y olvidado de tinto en el fondo del sótano. Pero otros líderes de
Les Républicains tratarán de interponerse en el camino de Sarkozy. Esta semana,
que el Ministerio de Derechos de la Mujer ha dedicado a la lucha contra el
sexismo, Les Républicains han nombrado a su única candidata para las primarias,
Nathalie Kosciusko-Morizet. Incluso el ISIS lo ha hecho mejor mediante la presentación
de varios candidatas para hacer detonar bombonas de gas frente a Notre-Dame de
París. Les Républicains aún tienen un largo trecho por recorrer hasta alcanzar
al ISIS. En las filas de la Izquierda, a
su vez, cuanto menos probabilidades tiene de ganar, más son los candidatos que se candidatean. A pesar de sus torpezas, la Izquierda debe de tener casi tantos
candidatos como Francia atletas paralímpicos en Río.
La elección presidencial de 2017 será un votación entre dos candidatos
de la Derecha y sus electorados. Por lo tanto, los votantes de izquierdas se
preguntan para qué van a servir ellos. En vez de llorar, harían mejor en aprovechar
esta oportunidad única para tomarse un año sabático y dar la vuelta al mundo.
Cuando regresen, todos los problemas de Francia deberían estar, en principio,
resueltos.
Los votantes de izquierda se preguntan para qué van a servir.
Cuando se habla de política y se quiere mostrar cierto conocimiento,
hay palabras esenciales que han de pronunciarse. Como por ejemplo: "desafección".
Pero nos toca ahora a nosotros preguntar, como quien no quiere la cosa, lo
siguiente: "¿Pero por qué demonios
se da esa desafección en la opinión pública frente a la política?". Se impone
una respuesta profunda: los gobiernos se parecen cada vez más a los administradores
de las comunidades de vecinos. Cambian como cambiamos de administradores. ¿El
administrador no ha reemplazado los buzones rotos de la entrada y no ha acabado
con la plaga de cucarachas en el local de los contenedores de basura? Tenemos
que cambiarlo. ¿El Gobierno no revirtió la tendencia del paro y bajó mis
impuestos sólo 30 euros? Tenemos que cambiarlo. Nunca más un Presidente de la
República cumplirá dos mandatos
consecutivos a la cabeza de su comunidad de ciudadanos. Será reemplazado cada
vez por uno nuevo. A veces sucede que se repesca a un antiguo administrador
despedido, porque en el fondo no era tan malo, una vez olvidado todo lo que se
le reprochó en su día.
En esto es en lo que confía Sarkozy.
Hubo un tiempo en que los políticos nos hacían soñar con
proyectos fabulosos de nuevas sociedades: ¡Mitterrand, Chaban-Delmas, Lecanuet…! Basta
con mirar sus carteles de campaña para verse abrumado por las esperanzas más
inesperadas. Aparte del Estado Islámico, no hay candidato que proponga un nuevo
proyecto de sociedad. No hay ya misterios por resolver, horizontes distantes
que alcanzar. La sociedad se ha hecho aburrida: estudiar, ganarse la vida,
registrarse en Facebook, preparar la jubilación, y al final firmar una póliza de funeral y entierro. Si uno vota a la Derecha,
tendrá que pagar un poco más cara la electricidad, pero un poco menos de impuestos.
Y si uno vota a la Izquierda, tendrá que pagar un poco menos por la electricidad,
pero un poco más de impuestos. Las posibilidades ofrecidas son escasas. En el siglo XX, los debates se centraban en la identidad
económica: ¿capitalista o colectivista? Los misiles nucleares soviéticos no tenían
la misma concepción de la sociedad que los misiles nucleares de Estados Unidos.
Hoy en día, se nos dice con espanto que la campaña electoral se centrará en las cuestiones
identitarias. ¿Y qué hay de malo en ello? En cada elección, los debates siempre
giran en torno a cuestiones de identidad. La burguesía tiene miedo a
confundirse con la clase media. Y la clase media tiene miedo a pauperizarse, y no quiere saber nada de la clase obrera. Y
la clase obrera tiene miedo de acabar en la calle. Ya se trate de la longitud
del burkini, de la del mono de trabajo o de la de la corbata del jefe en la
oficina, en última instancia todo se reduce a una cuestión de identidad.
Riss, director de Charlie Hebdo.