...y encima nos refocilamos en ello.
Más madera en la guerra contra la fanta-política...
Por qué somos "postfact"
Más madera en la guerra contra la fanta-política...
Por qué somos "postfact"
por Peter Pomerantsev en la revista Granta (número de agosto de 2016)
En V.O. aquí: https://granta.com/why-were-post-fact/
Y aquí debajo una tradu exprés:
Mientras su ejército se anexionaba con un total descaro Crimea, Vladimir Putin apareció en televisión y, con una sonrisa burlona, le dijo al mundo que no había soldados rusos en Ucrania. No estaba tanto mintiendo como diciendo que la verdad no importa. Y cuando Donald Trump se inventa hechos a su antojo y afirma que vio a miles de musulmanes en Nueva Jersey vitoreando la caída de las torres gemelas, o que el gobierno mexicano envía a propósito a los "malos" inmigrantes a los EE.UU., y los organismos de verificación de datos consideran que el 78 % de las declaraciones de Trump son falsas, pero él sigue siendo candidato a la presidencia, entonces parece más claro que el agua que los hechos ya no importan mucho en la tierra de los hombres libres. Cuando la campaña del Brexit anuncia 'Vamos a darle a nuestro Sistema Nacional de Salud (NHS) los 350 millones de libras que la UE nos birla cada semana' y, tras ganar el referéndum, esa reivindicación apenas provoca un encogimiento de hombros por parte de un líder del Brexit, que lo tilda de mero “fallo”, mientras que otro correligionrio lo justifica como "eso era una mera aspiración", está claro que estamos viviendo en un mundo postfactual; o postverídico . No es simplemente un mundo donde los políticos y los medios de comunicación mienten -siempre han mentido- sino que es un mundo en el que no importa si se dice la verdad o no.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Se debe a la tecnología? ¿A la globalización económica? ¿Al final de la Historia de la filosofía? Hay una especie de alegría adolescente en sacudirse el peso de los hechos, esos pesados símbolos de la educación y de la autoridad, recordatorios de nuestro lugar y limitaciones en el mundo; pero ¿por qué está produciendo esta rebelión ahora mismo?
Muchos culpan de ello a la tecnología. En vez iniciar una nueva época de búsqueda de la verdad, la era de la información permite que se difundan mentiras en lo que los "techies" llaman "fuegos digitales incontrolados". Y para cuando un fact-checker pilla una mentira, otras muchas miles ya han sido ya creadas, y la proliferación de las “cascadas de desinformación” hace que la irrealidad se habrá paso imparable. Lo único que importa es que la mentira se puede cliquear, y lo determinante es que alimente los prejuicios existentes en la gente. Los algoritmos desarrollados por empresas como Google y Facebook se basan en las búsquedas y en los clics anteriores, por lo que con cada búsqueda y cada clic uno no ve sino confirmados sus propios prejuicios. Las redes sociales, principal fuente de noticias para la mayoría de los estadounidenses hoy en día, nos introducen en cámaras de resonancia de personas con mentalidad similar, y nos alimentan sólo con las cosas que nos hacen sentir mejor, sean éstas verdaderas o no.
También la tecnología podría tener influencias más sutiles en nuestra relación con la verdad. Pero los nuevos medios de comunicación, con sus miles de pantallas y reproducciones , hacen de la realidad algo tan fragmentado que ésta se vuelve inasible, empujándonos hacia (o permitiéndonos huir) a realidades virtuales y fantasiosas. La fragmentación, combinada con las desorientaciones propias de la globalización, deja a la gente anhelando un pasado más seguro; y genera nostalgia. "El siglo XXI no se caracteriza por la búsqueda de lo novedoso” escribió la fallecida filóloga ruso-estadounidense Svetlana Boym, “sino por la proliferación de nostalgias:. nacionalistas nostálgicos y cosmopolitas nostálgicos, ambientalistas nostálgicos y nostálgicos urbafílicos (amantes de las ciudades) intercambian fuego de píxeles en la blogosfera”. Así, los ejércitos de trolls de Putin venden en la Red sueños de un Imperio Ruso y de una Unión Soviética redivivos; Trump tuitea: “Hagamos grande América otra vez”; los partidarios del Brexit sueñan con una Inglaterra perdida en Facebook; mientras que las “snuff movies” virales del ISIS glorifican un Califato mítico. La “nostalgia restauradora”, argumenta Boym, se esfuerza en reconstruir la patria perdida con “determinación paranoica”, y piensa en sí misma en términos de "la verdad y la tradición"; se obsesiona con los grandes símbolos y “renuncia al pensamiento crítico en aras de los lazos afectivos . . . En casos extremos, puede crear una patria fantasma, por la cual uno está dispuesto a morir o a matar. La nostalgia no reflexiva pueden engendrar monstruos”.
La huida a las tecno-fantasías se nutre de la incertidumbre económica y social. Si todos los hechos coinciden en decir que uno no tiene ningún futuro económico, entonces, ¿para qué quiere nadie saber nada de los hechos? Si uno vive en un mundo donde un pequeño acontecimiento en China conduce a la pérdida de calidad de vida en Lyon; donde el Gobierno de cada país parece no tener control sobre lo que está pasando; entonces, la confianza en las viejas instituciones con autoridad -políticos, académicos, medios de comunicación- se tuerce, lo cual lleva, por ejemplo, a que el líder del Brexit Michael Gove afirme que los británicos "ya han tenido bastante de tanto experto", o a las broncas de Trump a los medios de comunicación, a los que tacha de "lamestream' (paticojos o irrelevantes), o al florecimiento de sitios web de noticias alternativas. Paradójicamente, las personas que no confían en los medios de comunicación "mainstream", según muestra un estudio de la Universidad Northeastern, son más propensas a tragarse la desinformación. "Sorprendentemente, los consumidores de noticias alternativas, que son los usuarios que tratan de evitar la “manipulación de masas” de los medios de comunicación generalistas, son los que más se presta a dejarse inocular de afirmaciones falsas". [1]
Mientras su ejército se anexionaba con un total descaro Crimea, Vladimir Putin apareció en televisión y, con una sonrisa burlona, le dijo al mundo que no había soldados rusos en Ucrania. No estaba tanto mintiendo como diciendo que la verdad no importa. Y cuando Donald Trump se inventa hechos a su antojo y afirma que vio a miles de musulmanes en Nueva Jersey vitoreando la caída de las torres gemelas, o que el gobierno mexicano envía a propósito a los "malos" inmigrantes a los EE.UU., y los organismos de verificación de datos consideran que el 78 % de las declaraciones de Trump son falsas, pero él sigue siendo candidato a la presidencia, entonces parece más claro que el agua que los hechos ya no importan mucho en la tierra de los hombres libres. Cuando la campaña del Brexit anuncia 'Vamos a darle a nuestro Sistema Nacional de Salud (NHS) los 350 millones de libras que la UE nos birla cada semana' y, tras ganar el referéndum, esa reivindicación apenas provoca un encogimiento de hombros por parte de un líder del Brexit, que lo tilda de mero “fallo”, mientras que otro correligionrio lo justifica como "eso era una mera aspiración", está claro que estamos viviendo en un mundo postfactual; o postverídico . No es simplemente un mundo donde los políticos y los medios de comunicación mienten -siempre han mentido- sino que es un mundo en el que no importa si se dice la verdad o no.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Se debe a la tecnología? ¿A la globalización económica? ¿Al final de la Historia de la filosofía? Hay una especie de alegría adolescente en sacudirse el peso de los hechos, esos pesados símbolos de la educación y de la autoridad, recordatorios de nuestro lugar y limitaciones en el mundo; pero ¿por qué está produciendo esta rebelión ahora mismo?
Muchos culpan de ello a la tecnología. En vez iniciar una nueva época de búsqueda de la verdad, la era de la información permite que se difundan mentiras en lo que los "techies" llaman "fuegos digitales incontrolados". Y para cuando un fact-checker pilla una mentira, otras muchas miles ya han sido ya creadas, y la proliferación de las “cascadas de desinformación” hace que la irrealidad se habrá paso imparable. Lo único que importa es que la mentira se puede cliquear, y lo determinante es que alimente los prejuicios existentes en la gente. Los algoritmos desarrollados por empresas como Google y Facebook se basan en las búsquedas y en los clics anteriores, por lo que con cada búsqueda y cada clic uno no ve sino confirmados sus propios prejuicios. Las redes sociales, principal fuente de noticias para la mayoría de los estadounidenses hoy en día, nos introducen en cámaras de resonancia de personas con mentalidad similar, y nos alimentan sólo con las cosas que nos hacen sentir mejor, sean éstas verdaderas o no.
También la tecnología podría tener influencias más sutiles en nuestra relación con la verdad. Pero los nuevos medios de comunicación, con sus miles de pantallas y reproducciones , hacen de la realidad algo tan fragmentado que ésta se vuelve inasible, empujándonos hacia (o permitiéndonos huir) a realidades virtuales y fantasiosas. La fragmentación, combinada con las desorientaciones propias de la globalización, deja a la gente anhelando un pasado más seguro; y genera nostalgia. "El siglo XXI no se caracteriza por la búsqueda de lo novedoso” escribió la fallecida filóloga ruso-estadounidense Svetlana Boym, “sino por la proliferación de nostalgias:. nacionalistas nostálgicos y cosmopolitas nostálgicos, ambientalistas nostálgicos y nostálgicos urbafílicos (amantes de las ciudades) intercambian fuego de píxeles en la blogosfera”. Así, los ejércitos de trolls de Putin venden en la Red sueños de un Imperio Ruso y de una Unión Soviética redivivos; Trump tuitea: “Hagamos grande América otra vez”; los partidarios del Brexit sueñan con una Inglaterra perdida en Facebook; mientras que las “snuff movies” virales del ISIS glorifican un Califato mítico. La “nostalgia restauradora”, argumenta Boym, se esfuerza en reconstruir la patria perdida con “determinación paranoica”, y piensa en sí misma en términos de "la verdad y la tradición"; se obsesiona con los grandes símbolos y “renuncia al pensamiento crítico en aras de los lazos afectivos . . . En casos extremos, puede crear una patria fantasma, por la cual uno está dispuesto a morir o a matar. La nostalgia no reflexiva pueden engendrar monstruos”.
La huida a las tecno-fantasías se nutre de la incertidumbre económica y social. Si todos los hechos coinciden en decir que uno no tiene ningún futuro económico, entonces, ¿para qué quiere nadie saber nada de los hechos? Si uno vive en un mundo donde un pequeño acontecimiento en China conduce a la pérdida de calidad de vida en Lyon; donde el Gobierno de cada país parece no tener control sobre lo que está pasando; entonces, la confianza en las viejas instituciones con autoridad -políticos, académicos, medios de comunicación- se tuerce, lo cual lleva, por ejemplo, a que el líder del Brexit Michael Gove afirme que los británicos "ya han tenido bastante de tanto experto", o a las broncas de Trump a los medios de comunicación, a los que tacha de "lamestream' (paticojos o irrelevantes), o al florecimiento de sitios web de noticias alternativas. Paradójicamente, las personas que no confían en los medios de comunicación "mainstream", según muestra un estudio de la Universidad Northeastern, son más propensas a tragarse la desinformación. "Sorprendentemente, los consumidores de noticias alternativas, que son los usuarios que tratan de evitar la “manipulación de masas” de los medios de comunicación generalistas, son los que más se presta a dejarse inocular de afirmaciones falsas". [1]
El sano escepticismo acaba
en una búsqueda de conspiraciones descabelladas. La televisión controlada por
el Kremlin de Putin ve conspiraciones estadounidenses debajo de cada piedra;
Trump especula con que el 11-S fue una acción “interna”; y parte de la campaña
del Brexit puso a Gran Bretaña en el punto de mira de un complot
germano-franco-europeo.
"No hay información
objetiva", afirman los jefes de las
redes de propaganda de Putin, Dmitry Kiselev y Margarita Simonyan, cuando se
les pidió que explicaran los principios
editoriales que permiten que las teorías de la conspiración se presenten igual
de válidas que una investigación basada en pruebas. El canal internacional del
Kremlin, Russia Today, pretende dar un punto de
vista "alternativo", pero en la práctica esto significa que el editor
de una revista marginal de extrema derecha sea tan creíble, en su papel de
tertuliano, como un académico universitario, haciendo que una mentira sea tan
digna de ser retransmitida por la tele como pueda serlo un hecho. Donald Trump
juega a algo similar cuando invoca rumores sin pies ni cabeza como si fueran
opiniones razonables, opiniones “alternativas”, o fomenta cosas tales como que
Obama es musulmán y que su rival Ted Cruz tiene un pasaporte canadiense escondid; siempre, eso sí, con la advertencia-coartada del: "Hay mucha gente que lo comenta. . . "[2]
Esta equiparación entre la verdad y la falsedad procede (y se beneficia) de un relativismo y de un tardío post-modernismo de lo más invasivo, que, en los últimos treinta años, ha saltado del mundo académico al de los medios de comunicación y a todos los demás ámbitos. Esta escuela de pensamiento ha hecho suya la máxima de Nietzsche según la cual no hay hechos sino sólo interpretaciones: cada versión de los hechos no sería más que un relato en el que las mentiras pueden quedar justificadas como "un punto de vista alternativo" o "una opinión" ya que "todo es relativo" y "cada uno tiene su propia verdad" (y en Internet realmente eso es así) .
Maurizio Ferraris, uno de los fundadores del movimiento Nuovo Realismo y uno de los críticos más convincentes de la postmodernidad, sostiene que estamos viendo la culminación de más de dos siglos de pensamiento. La razón de ser de la Ilustración era hacer posible el análisis del mundo, desgajando el derecho a definir la realidad de la autoridad divina para dárselo a la razón individual. El "pienso luego existo" de Descartes trasladó la sede del conocimiento a la mente humana. Pero si lo único que se puede conocer es la propia mente, entonces, como dijo Schopenhauer, "el mundo es mi representación". A finales del siglo XX, los posmodernos fueron más allá, afirmando que "no existe nada fuera del texto", y que todas nuestras ideas sobre el mundo proceden de los modelos del poder que se nos imponen. Esto nos ha llevado a un silogismo, que Ferraris sintetiza así: "Como toda realidad se construye con el conocimiento, y el conocimiento es construido por el poder, ergo toda realidad se construye desde el poder. Por lo tanto, la realidad es una construcción del poder, lo cual la hace tan detestable (si por "poder" se entiende el poder que nos domina) como maleable (si por "poder" queremos decir "nuestro poder").
El postmodernismo primero se presentó como algo emancipador, una forma de liberar a la gente de los relatos opresivos a los que había sido sometida. Pero, como señala Ferrari, "el advenimiento del populismo mediático proporcionó el mejor ejemplo de un adiós a la realidad que no ha sido en absoluto emancipador". Si la realidad es infinitamente maleable, en tal caso Berlusconi, quien tanto influyó en Putin, puede argumentar con razón: "¿No te das cuenta de que algo no existe -una idea, un político o un producto- a menos que salga en la tele?" [3]. En tal caso, también, la administración Bush podría legitimar una guerra basada en información errónea. "Cuando actuamos, nosotros creamos nuestra propia realidad', le dijo al New York Times un cualificado asesor de Bush (se cree que fue Karl Rove) en la cita en que se centra Ferraris; "y mientras está usted estudiando esa realidad -juiciosamente, como usted lo hará-, nosotros vamos a actuar de nuevo, creando nuevas realidades “.
Para colmo de males, al decir que todo conocimiento es poder (opresor), el postmodernismo echó por tierra cualquier argumento en contra del poder. En su lugar postuló que "dado que la razón y el intelecto son formas de dominación, la liberación deberá hallarse en los sentimientos y el cuerpo, que son, de por sí, revolucionarios". El rechazo de todo argumento basado en hechos y su sustitución por las emociones se convierte en un bien en sí mismo. Podemos escuchar el eco político de todo ello en el pensamiento de Arron Banks, financiador de la campaña “Salgamos de la UE”: "La campaña en favor de la permanencia presentaba hechos, hechos y sólo hechos . Y esto, simplemente, no funciona. Tienes que conectar con la gente emocionalmente. Éste es el éxito de Trump". Ferraris ve el origen del problema en la respuesta de los filósofos ante el auge de la ciencia en el siglo XVIII. A medida que la ciencia se hizo cargo de la interpretación de la realidad, la filosofía se tornó más anti-realista, con el fin de retener un ámbito en el que todavía poder desempeñar un papel.
Cuando intento dar sentido al mundo en que crecí y en el que vivo -un mundo enmarcado en mi caso por Rusia, la Unión Europea, el Reino Unido y los EE.UU.- no necesito retrotraerme muy lejos para encontrar un momento en que los hechos sí importaban. Recuerdo que los hechos parecían ser enormemente importantes durante la Guerra Fría. Tanto los comunistas soviéticos como los capitalistas de las democracias occidentales se basaban en hechos para demostrar que su ideología tenía razón. Los comunistas, sobre todo, hacían trampas, pero al final perdieron porque no lograron hacer valer sus tesis por más tiempo. Cuando les pillaron mintiendo, reaccionaron con indignación. Y es que en aquellos tiempos era importante ser considerado como alguien preciso.
¿Por qué eran importantes para ambos lados los hechos? Porque los dos proyectos estaban tratando, al menos oficialmente, de probar una idea de progreso racional. La ideología, el relato y el uso de los hechos tenían que ir pues de la mano. Por otra parte, tal como me comentó el empresario de medios y activista Tony Curzon Price: durante una guerra, el liderazgo y la autoridad son importantes para mantenerse a salvo. Se mira hacia a los líderes en busca de hechos; y los líderes los hacen recaer sobre ti.
Luego llegó la década de los 90. No hubo más progreso por el que luchar, nada que debiera probarse. Los datos se alejaron de los relatos políticos. Esto tuvo su lado bueno: fue un tiempo de hedonismo y éxtasis, un aturdimiento que nos permitía ignorar los hechos de nuestras cuentas bancarias y endeudarnos tanto como quisiéramos . Sin hechos ni ideas, los nuevos amos de la política fueron los asesores de los partidos políticos y los politólogos. En Rusia, las tradiciones zaristas y de la KGB que han conformado movimientos políticos “títeres” se han entremezclado con triquiñuelas propias de relaciones públicas occidentales para crear una democracia-acorazado-Potemkin en la que el Kremlin manipula todos los relatos y a todos los actores políticos, desde la extrema izquierda a la extrema derecha. Esto comenzó en 1996, cuando se utilizaron partidos falsos y falsas noticias para salvar al presidente Yeltsin; y la cosa proliferó hasta convertirse en un modelo de "política virtual" imitado en toda Eurasia (el asesor de Trump, Paul Manafort, trabajó en el entorno del Kremlin en 2005 para ayudar Putin a moldear al aspirante a presidente Yanukovich en Ucrania). En el Reino Unido la tendencia se plasmó en la meteórica carrera de Alastair Campbell, un portavoz de prensa, que no era un cargo electo, considerado tan influyente que la sátira política más aguda del momento de él “el interino del poder” en el país. En los EE.UU. todo comenzó con la primera Guerra del Golfo, a la que Baudrillard describió como una pura invención de los medios de comunicación; y con todo el jolgorio montado por Bill Clinton. Luego hubo la segunda Guerra del Golfo y la ya legendaria cita de Rove de "somos nosotros los que creamos la realidad".
Pero a pesar de todo su cinismo, los asesores políticos y politólogos todavía estaban tratando, en ese momento, de crear una remedo de verdad. Sus relatos tenían vocación de ser coherentes, incluso si andaban algo escasos de hechos. Cuando la realidad les alcanzó -la opinión pública siguió tragando en Moscú, pero estallaron las mentiras sobre Irak y la bolsa se derrumbó-, la reacción fue la de cargar más la suerte y negar que los hechos importaran en absoluto; y en hacer un fetiche del hecho de dejar de preocuparse por los hechos . Esto reporta muchos beneficiosa los gobernantes; pero también es un alivio para los votantes. Putin no necesita hacer valer una historia más convincente: sólo tiene que dejar claro que todo el mundo miente, socavar la superioridad moral de sus enemigos y convencer al pueblo de que no hay alternativa a él. "Cuando Putin miente descaradamente quiere que Occidente diga que él miente”, nos cuenta el politólogo búlgaro Ivan Krastev, “pues así puede apuntar al otro y decirle: pero vosotros también mentís". Y es que si todo el mundo miente, todo vale; , ya sea en la vida personal de cada cual o a efectos de invadir un país extranjero.
Es ésta una (funesta) alegría. Ahora puedes darle rienda suelta a cuqalquier la locura que sientas ; y está bien que así sea. Lo que busca Trump es dignificar el placer de escupir bazofia, la alegría de la emoción pura,y, a menudo, alimentar la ira, todo ello sin ningún sentido.
Y un público que ya se ha pasado toda una década prescindiendo de los hechos ahora puede dejarse arrastrar por una liberación completa y anárquica de toda forma de coherencia.
Esta equiparación entre la verdad y la falsedad procede (y se beneficia) de un relativismo y de un tardío post-modernismo de lo más invasivo, que, en los últimos treinta años, ha saltado del mundo académico al de los medios de comunicación y a todos los demás ámbitos. Esta escuela de pensamiento ha hecho suya la máxima de Nietzsche según la cual no hay hechos sino sólo interpretaciones: cada versión de los hechos no sería más que un relato en el que las mentiras pueden quedar justificadas como "un punto de vista alternativo" o "una opinión" ya que "todo es relativo" y "cada uno tiene su propia verdad" (y en Internet realmente eso es así) .
Maurizio Ferraris, uno de los fundadores del movimiento Nuovo Realismo y uno de los críticos más convincentes de la postmodernidad, sostiene que estamos viendo la culminación de más de dos siglos de pensamiento. La razón de ser de la Ilustración era hacer posible el análisis del mundo, desgajando el derecho a definir la realidad de la autoridad divina para dárselo a la razón individual. El "pienso luego existo" de Descartes trasladó la sede del conocimiento a la mente humana. Pero si lo único que se puede conocer es la propia mente, entonces, como dijo Schopenhauer, "el mundo es mi representación". A finales del siglo XX, los posmodernos fueron más allá, afirmando que "no existe nada fuera del texto", y que todas nuestras ideas sobre el mundo proceden de los modelos del poder que se nos imponen. Esto nos ha llevado a un silogismo, que Ferraris sintetiza así: "Como toda realidad se construye con el conocimiento, y el conocimiento es construido por el poder, ergo toda realidad se construye desde el poder. Por lo tanto, la realidad es una construcción del poder, lo cual la hace tan detestable (si por "poder" se entiende el poder que nos domina) como maleable (si por "poder" queremos decir "nuestro poder").
El postmodernismo primero se presentó como algo emancipador, una forma de liberar a la gente de los relatos opresivos a los que había sido sometida. Pero, como señala Ferrari, "el advenimiento del populismo mediático proporcionó el mejor ejemplo de un adiós a la realidad que no ha sido en absoluto emancipador". Si la realidad es infinitamente maleable, en tal caso Berlusconi, quien tanto influyó en Putin, puede argumentar con razón: "¿No te das cuenta de que algo no existe -una idea, un político o un producto- a menos que salga en la tele?" [3]. En tal caso, también, la administración Bush podría legitimar una guerra basada en información errónea. "Cuando actuamos, nosotros creamos nuestra propia realidad', le dijo al New York Times un cualificado asesor de Bush (se cree que fue Karl Rove) en la cita en que se centra Ferraris; "y mientras está usted estudiando esa realidad -juiciosamente, como usted lo hará-, nosotros vamos a actuar de nuevo, creando nuevas realidades “.
Para colmo de males, al decir que todo conocimiento es poder (opresor), el postmodernismo echó por tierra cualquier argumento en contra del poder. En su lugar postuló que "dado que la razón y el intelecto son formas de dominación, la liberación deberá hallarse en los sentimientos y el cuerpo, que son, de por sí, revolucionarios". El rechazo de todo argumento basado en hechos y su sustitución por las emociones se convierte en un bien en sí mismo. Podemos escuchar el eco político de todo ello en el pensamiento de Arron Banks, financiador de la campaña “Salgamos de la UE”: "La campaña en favor de la permanencia presentaba hechos, hechos y sólo hechos . Y esto, simplemente, no funciona. Tienes que conectar con la gente emocionalmente. Éste es el éxito de Trump". Ferraris ve el origen del problema en la respuesta de los filósofos ante el auge de la ciencia en el siglo XVIII. A medida que la ciencia se hizo cargo de la interpretación de la realidad, la filosofía se tornó más anti-realista, con el fin de retener un ámbito en el que todavía poder desempeñar un papel.
Cuando intento dar sentido al mundo en que crecí y en el que vivo -un mundo enmarcado en mi caso por Rusia, la Unión Europea, el Reino Unido y los EE.UU.- no necesito retrotraerme muy lejos para encontrar un momento en que los hechos sí importaban. Recuerdo que los hechos parecían ser enormemente importantes durante la Guerra Fría. Tanto los comunistas soviéticos como los capitalistas de las democracias occidentales se basaban en hechos para demostrar que su ideología tenía razón. Los comunistas, sobre todo, hacían trampas, pero al final perdieron porque no lograron hacer valer sus tesis por más tiempo. Cuando les pillaron mintiendo, reaccionaron con indignación. Y es que en aquellos tiempos era importante ser considerado como alguien preciso.
¿Por qué eran importantes para ambos lados los hechos? Porque los dos proyectos estaban tratando, al menos oficialmente, de probar una idea de progreso racional. La ideología, el relato y el uso de los hechos tenían que ir pues de la mano. Por otra parte, tal como me comentó el empresario de medios y activista Tony Curzon Price: durante una guerra, el liderazgo y la autoridad son importantes para mantenerse a salvo. Se mira hacia a los líderes en busca de hechos; y los líderes los hacen recaer sobre ti.
Luego llegó la década de los 90. No hubo más progreso por el que luchar, nada que debiera probarse. Los datos se alejaron de los relatos políticos. Esto tuvo su lado bueno: fue un tiempo de hedonismo y éxtasis, un aturdimiento que nos permitía ignorar los hechos de nuestras cuentas bancarias y endeudarnos tanto como quisiéramos . Sin hechos ni ideas, los nuevos amos de la política fueron los asesores de los partidos políticos y los politólogos. En Rusia, las tradiciones zaristas y de la KGB que han conformado movimientos políticos “títeres” se han entremezclado con triquiñuelas propias de relaciones públicas occidentales para crear una democracia-acorazado-Potemkin en la que el Kremlin manipula todos los relatos y a todos los actores políticos, desde la extrema izquierda a la extrema derecha. Esto comenzó en 1996, cuando se utilizaron partidos falsos y falsas noticias para salvar al presidente Yeltsin; y la cosa proliferó hasta convertirse en un modelo de "política virtual" imitado en toda Eurasia (el asesor de Trump, Paul Manafort, trabajó en el entorno del Kremlin en 2005 para ayudar Putin a moldear al aspirante a presidente Yanukovich en Ucrania). En el Reino Unido la tendencia se plasmó en la meteórica carrera de Alastair Campbell, un portavoz de prensa, que no era un cargo electo, considerado tan influyente que la sátira política más aguda del momento de él “el interino del poder” en el país. En los EE.UU. todo comenzó con la primera Guerra del Golfo, a la que Baudrillard describió como una pura invención de los medios de comunicación; y con todo el jolgorio montado por Bill Clinton. Luego hubo la segunda Guerra del Golfo y la ya legendaria cita de Rove de "somos nosotros los que creamos la realidad".
Pero a pesar de todo su cinismo, los asesores políticos y politólogos todavía estaban tratando, en ese momento, de crear una remedo de verdad. Sus relatos tenían vocación de ser coherentes, incluso si andaban algo escasos de hechos. Cuando la realidad les alcanzó -la opinión pública siguió tragando en Moscú, pero estallaron las mentiras sobre Irak y la bolsa se derrumbó-, la reacción fue la de cargar más la suerte y negar que los hechos importaran en absoluto; y en hacer un fetiche del hecho de dejar de preocuparse por los hechos . Esto reporta muchos beneficiosa los gobernantes; pero también es un alivio para los votantes. Putin no necesita hacer valer una historia más convincente: sólo tiene que dejar claro que todo el mundo miente, socavar la superioridad moral de sus enemigos y convencer al pueblo de que no hay alternativa a él. "Cuando Putin miente descaradamente quiere que Occidente diga que él miente”, nos cuenta el politólogo búlgaro Ivan Krastev, “pues así puede apuntar al otro y decirle: pero vosotros también mentís". Y es que si todo el mundo miente, todo vale; , ya sea en la vida personal de cada cual o a efectos de invadir un país extranjero.
Es ésta una (funesta) alegría. Ahora puedes darle rienda suelta a cuqalquier la locura que sientas ; y está bien que así sea. Lo que busca Trump es dignificar el placer de escupir bazofia, la alegría de la emoción pura,y, a menudo, alimentar la ira, todo ello sin ningún sentido.
Y un público que ya se ha pasado toda una década prescindiendo de los hechos ahora puede dejarse arrastrar por una liberación completa y anárquica de toda forma de coherencia.
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[1] Data Minig revela cómo las teorías de la conspiración emergen en Facebook; MIT Technology Review (18 de marzo de 2014).
http://www.technolo- gyreview.com/view/525616/data-mining-reveals-how-conspiracy-theories-emerge-on-facebook/