O bien: tanta paz lleven como descanso dejan...
Traducción exprés del último editorial de Charlie Hebdo sobre el Brexit.
Traducción exprés del último editorial de Charlie Hebdo sobre el Brexit.
¡Fuera los racistas!
Los británicos han votado por la
salida de Europa. Lo más sorprendente en la campaña fue descubrir la existencia
en Inglaterra de un discurso clara y abiertamente racista y xenófobo.
Muchos partidarios del “Brexit” no se cortaban ante las cámaras de televisión y
declaraban que había demasiados extranjeros y que la inmigración ponía en
riesgo su “identidad”. Este discurso del odio, habitualmente en boca de
partidos de extrema derecha en Francia o neonazis en Austria, perdía así su dimensión
abyecta hasta convertirse en algo audible y aceptable si se pronunciaba en el
país de Shakespeare y Newton. Como si, gracias a un truco de magia digno de
Harry Potter, el racismo del continente europeo despareciese una vez cruzado el
Canal. Y es que durante años nos han venido con el cuento de que allí, en
Inglaterra, no había problemas de integración, como en Francia o en Europa; que
allí, en Inglaterra, la “comunitarización” era la fórmula idónea para darle a
todas las identidades el lugar que deseaban. Que allí, en Inglaterra, los
velos, los niqabs, los turbantes y los bombines británicos cohabitaban en las
testas en milagrosa armonía, causando la envidia general de todos los países.
El éxito del “Brexit” nos revela de golpe y porrazo que todo eso era un camelo.
Los ingleses ya no pueden más de los extranjeros. Los ingleses ya no soportan
que su “identidad” haga concesiones a la de los recién llegados. La noche del
jueves al viernes no saltó por los aires Europa sino más bien el
“comunitarismo” anglosajón. Y cuando vemos el éxito del discurso racista de
Trump en Estados Unidos, cabe preguntarse si el fracaso del modelo para
gestionar los fenómenos migratorios todavía no ha alcanzado su punto
culminante.
La mayoría de los ingleses son pues
racistas y no quieren ya que sus fronteras se abran a los piojosos que
desembarcan, desde sus balsas neumáticas, en las costas de Europa.
Para asustar al elector británico,
y a toda Europa, los medios de comunicación insistieron en un desplome de las
Bolsas consecutivo al Brexit. Muy pocos destacaron la dimensión inhumana y
xenófoba del Brexit. Mientras el racismo no cotice en Bolsa, nunca será
considerado un problema. Sólo la especulación da valor a las cosas, pensaban
los listillos de la City, que ahora han demostrado no serlo tanto.
En realidad, el derrumbe de las
Bolsas nos importa un pito. Primero, porque las Bolsas ya se desplomaron en el
pasado solitas sin la ayuda de ningún referéndum. Y, luego, los mercados son
tan irracionales que el día de mañana habrá otras catástrofes financieras
provocadas exclusivamente por el delirante funcionamiento intrínseco de esos mismos mercados. Para esto no hacía falta ningún “Brexit”.
Durante demasiado tiempo nos hemos
negado a admitir la existencia de un racismo made in England. Pensábamos
que Inglaterra eran los Sex Pistols, James Bond o los Beatles. Esta visión
pintoresca y folclórica que se nos vende en el continente como una
postal simpática nos hace olvidar que Inglaterra fue también un país
colonizador, dominador y explotador de una multitud de pueblos a lo largo y
ancho del mundo, esas “razas inferiores que ignoran la ley”, según dejara dicho
Kipling. Un poco como si se presentase a Francia únicamente a través de los impresionistas,
los cruasanes y el camembert, para evitar recordar a los torturadores de
la guerra de Argelia, los colaboracionistas de Vichy y los terroristas de la
OAS. El Brexit nos revela el rostro vergonzoso de Inglaterra.
Nigel Farage, jefe del Partido por
la Independencia del Reino Unido (UKIP), estaba exultante la mañana del
recuento de votos, saludando la victoria de la “verdadera gente”, de “la gente
honrada”. Según él, el “verdadero pueblo” había hablado. Sin embargo, por mucho
que la gente sea la gente, no por ello deja de poder equivocarse. Si las élites
dicen a menudo muchas tonterías, los pueblos también las cometen muchas veces.
En el Berlín de los años 30 fue el pueblo el que quemaba unos libros porque sus
autores eran judíos. En Francia fue también el pueblo el que, durante la
Liberación, afeitaba la cabeza a las mujeres que se habían acostado con los
alemanes. El pueblo es esas cosas, también, a veces. La votación a favor de la
salida de Europa por parte del “pueblo inglés” se inscribe en la línea de estas
manifestaciones de odio.
Desde hace años se fustiga la
construcción europea, su Comisión y sus incoherencias. Se nos ha repetido que
los ingleses estaban hartos de todo ello, a la manera de Boris Johnson cuando,
con solemnidad, explicaba que Bruselas imponía el tamaño de los plátanos. Pero
las leyes nacionales producen a su vez reglas absurdas e inaplicables que
inundan los códigos de leyes. Que las aprueben unos parlamentos nacionales en
lugar de un Parlamento Europeo no las convertirá en más eficaces. Ser
nacionalista consiste en preferir hacer el gilipollas con los de casa en vez de
equivocarse con los de fuera. Los ingleses ya no quieren saber nada más de los
de fuera. Ya no quieren saber nada de los extranjeros.
Los escoceses tampoco. Pedirán a su
vez irse de este Reino antiguamente Unido. Los ingleses vivirán en una isla
cada vez más pequeña. Y puesto que han decidido convertirse de nuevo en
extranjeros respecto a los europeos, habrá que taponar el túnel bajo el Canal de la Mancha.
Una vez lleguen a Calais se les dará un café caliente y unas mantas, las asociaciones
benéficas se ocuparán de ellos y se les acogerá en centros de detención
reservados a aquellos extranjeros de los que no querían saber nada. Y se
encontrarán como en casa.
Riss, director de Charlie Hebdo.