Discernimiento y lucidez a raudales.
Aquello cartesiano del sentido común, el menos común de los sentidos...
Un solo "pero" o zona de sombra en su radiografía: ¿por qué cree que Ciudadanos puede desaparecer si no apoya al PP de Rajoy, o al PP a secas...?
No hay precedente en Europa de partido bisagra liberal que haya crecido después de su usar y tirar por socialistas o conservadores. Ciudadanos no debería apoyar a un PP caudillista que hunde sus raíces en las cloacas de la prevaricación y el saqueo y que no parece que se vaya a renovar en los próximos tiempos... Para apoyar a este PP ya está el PSOE, que es el pendant punto por punto del PP.
Como mucho se le podría dar la mínima abstención del mal menor, pero para ello el PSOE también habría de abstenerse.
El PP debe intentar gobernar con sus 137 diputados y ya.
“El 26J no absuelve al PP, pero Rajoy tiene una
responsabilidad que asumir”
Entrevista con Cayetana Álvarez de
Toledo. “Si el PP utiliza el resultado para blindarse ante la
renovación, hipotecará el futuro de España” / “Cameron quedará como el peor
primer ministro británico de la historia” / “Carmena es un horror de
alcaldesa”.
·
La Gran Vía está más colorida y nerviosa
que de costumbre. Se celebran las fiestas del Orgullo Gay en Chueca, a tan sólo
unas manzanas. Cayetana Álvarez de Toledo entra en la cafetería de un hotel
para mirar a España lejos del ruido. “Militante no simpatizante del PP”, de
apellido noble y vaqueros sencillos, lucha por aquello de un Congreso abierto
donde cada militante valga un voto. Porque Rajoy ha ganado, pero “su victoria
no le absuelve”. Lo más peligroso sería que sus 137 escaños “blindaran al
partido frente a la renovación”.
Una vez se definió como “rubia grave”.
Con respuestas reposadas y silencios pensados huye del arquetipo que habla de
frivolidad y ligereza. Viste camiseta magenta UPyD, donde tiene grandes amigos,
muchos de ellos invitados a Libres e Iguales. Se rumoreó un traje naranja a su
medida, pero conserva su carné de afiliada del PP, donde milita en segunda
línea, después de que no le dejaran “hacer la política que pretendía y ejercer
su derecho a la discrepancia”. Exdiputada, historiadora, portavoz de Libres e
Iguales, madre, marquesa de Casa Fuerte y firme defensora de la Constitución de
1978, para la que no quiere cambios. Tal vez, enmiendas. Nació en Madrid, pero
su corazón de tango bonaerense late en las ‘eses’ de secesionismo, separatismo,
nacionalismo, populismo e incluso brexit, los ejes de esta
conversación.
¿Se recupera una antes de la
resaca electoral cuando no hace campaña en primera línea?
Sigo viviendo la política con la misma
intensidad que cuando era diputada o jefa de gabinete del secretario general
del partido.
¿Conserva su carné de afiliada del
PP?
Sí.
¿Y está contenta con él?
Hace algún tiempo, una persona me
preguntó cómo me definiría en relación al PP. Contesté: “Soy lo peor que se
puede ser, una militante no simpatizante”. No simpatizante con la dirección,
con los responsables del rumbo errático, tecnocrático y, en mi opinión,
profundamente equivocado durante los últimos años. El Partido Popular, como
organización política, sigue siendo una estructura formidable, con una solidez
a prueba de casi todo. También conserva una enorme capacidad de recuperación, a
poco que tenga un buen líder y un proyecto renovado.
¿Hasta qué punto es difícil hacer
oposición al PP desde dentro? Usted levantó la voz e incluso hizo públicas sus
discrepancias en la prensa.
Me gustaría matizar algo: no hacía
oposición, expresaba mi preocupación por la deriva que estaba tomando el
partido. Tan sólo ejercía mi derecho, razonable y constructivo, a la
discrepancia. Distingamos entre disidencia y discrepancia. Uno no puede
convertirse en un disidente por el mero hecho de discrepar. Fui acusada de
traición por algunos compañeros de partido. Me parece una brutalidad.
Probablemente ocurra en todas las organizaciones políticas, pero yo hablo de lo
que conozco, el PP.
Muchos ciudadanos han vuelto al PP como a un refugio
¿Cómo puede testar un ciudadano
esa falta de democracia interna a la que alude?
Teóricamente, existen los cauces para la
discusión, pero no una cultura para hacerlo. Tendría que ser normal mantener un
debate en el Comité Ejecutivo y que luego pudieran votarse distintas posiciones.
Aunque luego todos tengan que aceptar la voluntad de la mayoría, habrían podido
expresar sus diferencias. Lamentablemente, esto no forma parte de la rutina.
Ha pasado un año desde que
Cayetana Álvarez de Toledo mostró sus diferencias con la dirección del Partido
Popular. ¿Qué diagnóstico hace ahora?
Los votantes han tenido que escoger
entre defender la democracia o castigar al Partido Popular con su abstención o
el voto a otro partido. Han optado por lo primero. Es una decisión dura, pero
síntoma de madurez. Muchos ciudadanos han vuelto al PP como a un refugio. Lo
diré de forma gráfica: en el país de los ciegos el tuerto es el rey. Dicho
esto, el 26-J no absuelve al PP de sus errores pasados y dice poco acerca de su
futuro. Sigue teniendo pendiente la renovación, orgánica e ideológica.
¿A qué se refiere?
No tiene un liderazgo atractivo ni un
gran proyecto de país capaz de convocar por sí mismo a una mayoría de
españoles. Por eso es tan importante insistir en la renovación interna. Debe
celebrarse un Congreso abierto: un militante, un voto. Es posible que el PP
utilice los resultados electorales para blindarse frente a la renovación. Si lo
hace, estará engañándose a sí mismo e hipotecando el futuro de España.
En el país de los ciegos el tuerto es el rey. Dentro del propio PP no ha
habido alternativas a Rajoy.
Bajemos al barro. Hablemos de
nombres, del debate de investidura. ¿Mariano Rajoy debe ser el presidente del
Gobierno?
No hay otra posición democrática
correcta. Ha sacado 137 escaños y tiene que asumir la responsabilidad de
gobernar y de lograr acuerdos. Lo dijimos desde Libres e Iguales: la mejor
forma posible pasa por una gran coalición entre PP, PSOE y Ciudadanos, aunque
lo veo poco probable.
Ciudadanos. ¿Veto, abstención o
entrada en el Gobierno?
Creo que el veto es un tanto pueril.
Deberían bajarse de la noria y tomar la iniciativa, ya sea buscando un acuerdo
con el PP que incluya su entrada en el Gobierno o anunciando que se abstiene en
la segunda votación. Para mí, desde luego, la primera es la mejor opción para
España y para el propio Rivera. Si no entra en el Ejecutivo y se abstiene,
podría decir a Rajoy: “A la primera votaré que no para que quede claro que no
soy como usted. A la segunda me abstendré porque España viene antes que usted”.
¿Le gusta la idea de un presidente
independiente?
No la comparto en absoluto. Ni
presidente independiente, ni sacado de la manga, ni aupar al número tres. Rajoy
puede gustar o no, yo he sido muy crítica con su gestión, pero tiene una responsabilidad
que asumir.
¿Qué es lo que no le ha gustado de
Rajoy?
Son motivos políticos, y no personales.
En su gobierno ha habido un exceso de tecnocracia y una ausencia de política.
No ha enfrentado los problemas desde la firmeza de las convicciones. Ha dejado
grandes reformas pendientes como la despolitización de la Justicia. Algunos
problemas se han ido pudriendo, como el desafío catalán, que no se ha afrontado
de forma activa. Insisto: en el país de los ciegos el tuerto es el rey. Dentro
del propio PP no ha habido alternativas a Rajoy. Ninguno de los presuntos
sucesores ha tenido el coraje de dar el paso, de decir públicamente lo que
tramaban en privado. Por tanto, que no se quejen.
Pablo Iglesias es un demagogo con ínfulas al que los españoles han calado.
¿Qué le achaca a Rivera?
Por motivos para mí inescrutables
renunció, entre las elecciones autonómicas catalanas y las generales de
diciembre, a convertirse en el líder de un centro derecha renovado, moderno,
limpio, dinámico y valiente. Confundió el centro con la equidistancia y creo
que fijó mal el eje del debate. Lo sitúo entre la nueva y la vieja política, en
lugar de entre reforma y ruptura, entre la defensa del sistema y su
impugnación. Cuando quiso corregir el rumbo, fue demasiado tarde.
¿Y a Pablo Iglesias?
Es un demagogo con ínfulas al que los
españoles han calado.
En su último discurso de Libres e
Iguales dijo: “Viva el centro”. ¿Supone una declaración de amor político a
Ciudadanos?
No. En la centralidad española incluyo
desde la socialdemocracia hasta los conservadores, frente a los que vienen a
destruir nuestro sistema. El proyecto podémico es de regresión profunda, igual
que el nacionalismo. Apuestan por la vuelta a lo tribal. Frente a eso, a ello
me refería, proclamamos la centralidad.
¿Formará parte de Ciudadanos
alguna vez?
Eso fueron rumores.
¿Pero hubo contactos?
Tengo muy buenos amigos en Ciudadanos.
Por eso se lo pregunto.
Su proyecto tenía un inmenso atractivo
para mucha gente del PP. Por eso, por lo que he comentado antes, sufrimos una
decepción.
Dicho de otra forma. ¿Va a dar
algún paso para volver a la primera línea de la política?
No hay motivo para las especulaciones.
Soy muy transparente en esto. Tengo una profunda vocación política. Me gustaría
ejercerla, como ya intenté, con un margen de libertad difícilmente compatible
con la militancia.
Es adanista e inmaduro querer tener una Constitución radicalmente nueva
para un tiempo nuevo.
En el PP no pudo hacer la política
que quiso.
Por supuesto que no. ¿Callarme para
lograr un cargo orgánico? No. Me equivoco mucho, pero con convicción. Y quiero
seguir haciéndolo. Ya veremos.
Cambio de tercio. Una vez contó
que cuando era niña y apenas conocía España, veía este país como una mezcla de
toros e inquisición. ¿Qué le llevó a cambiar de opinión y pedir la
nacionalidad?
Es cierto. Tenía una visión folclórica
de España, teñida por la leyenda negra. Ten en cuenta que veía el país con un
punto de vista anglosajón y viniendo desde la colonia. Nací en España, pero
nunca había vivido aquí. Fui a la Universidad en Reino Unido. Hice el doctorado
en Historia española, precisamente asesorada por quien se ha volcado en
desmontar la leyenda negra, John Elliot. Después, llegué a Madrid, entré en
contacto con la sociedad a través de la política y el periodismo. Descubrí que
la leyenda negra era tan injusta como de brocha gorda. Me enamoré de la
constitución de Cádiz, la unión de las coronas, los debates sobre los Derechos
Humanos del siglo XVI y, por fin, del sistema del 78.
Ahí vamos. La semana pasada, en el
escenario y como portavoz de Libres e Iguales dijo que en España es más fácil
quemar la Constitución y romperla que celebrarla.
Así es. Se ha hecho de la flagelación de
nuestro sistema una especie de rutina. Faltan militantes de la democracia que
tengan la convicción de serlo y la intención de defenderlo. Hemos encontrado
grandes dificultades a la hora de movilizar a las élites de este país. Nunca lo
hubiera pensado. Muchos piensan que son funcionarios de la democracia, que la
tendrán de por vida, pero es algo que hay que defender y regenerar.
Pedía que dentro de 20, 50 o 100
años sea la Constitución de 1978 la que vertebre las leyes de España. ¿No se
quedará vieja?
Es adanista e inmaduro querer tener una
Constitución radicalmente nueva para un tiempo nuevo. No hay que tirar nada a
la papelera. Cambiar es una cosa, enmendar otra. Damos por hecho que tenemos
Constitución y todo nos parece fácil. Miremos a Estados Unidos, hacen muchas
enmiendas interesantes, pero mantienen el esqueleto.
¿Qué “enmendaría” de la
Constitución?
Los derechos históricos. Mi Constitución
ideal sería aquella que garantizara que todos fuéramos libres e iguales ante la
ley. Que las personas tengan derechos en relación al territorio en el que nacen
es algo de otro tiempo. Dicho esto, los graves problemas que tiene España no
son consecuencia de la Constitución, sino de la política.
¿Haría alguna variación más?
¿Apostaría por la recentralización para corregir las incorrecciones en Sanidad
o Educación?
El problema de la educación en España
es, ante todo, un problema de calidad, fruto de un exceso de ideología y de un
déficit de exigencia. A partir de ahí, no creo que debamos renunciar al modelo
autonómico porque los nacionalistas han sido desleales y el Estado, débil.
Sustituyamos el apaciguamiento del Estado por una actitud militantemente
democrática en defensa de la libertad y la igualdad de derechos y oportunidades
de todos los españoles. La culpa no es del modelo sino de quienes no lo han
defendido con convicción. No cambiemos la Constitución. Cambiemos de actitud.
Describió la monarquía como un
anacronismo, pero después la defendió por haber sido “símbolo de unidad”.
¿Merece la pena la casa real a los españoles?
Por supuesto que está bien tenerla. Es un
gran elemento de unión. Nuestra Constitución no es, lógicamente, la que uno
redactaría hoy. Tiene dos anacronismos claros: la monarquía –incluida la
situación de la mujer en la línea de sucesión, que debe cambiar– y los derechos
históricos. El nacionalismo ha aumentado su poder a costa de la libertad de los
ciudadanos. Con la monarquía ha sucedido lo contrario. Con sus defectos, ha
trabajado por la concordia. Es un valor que debemos reconocer y preservar.
Vayamos con otra frase suya: “El
nacionalismo es el rostro del crimen político en España”.
Sí. Se ha matado en su nombre.
El espectáculo posterior al brexit está siendo tan
grotesco que ojalá sirva para alertar a la gente.
¿Se queda con Ortega o con Azaña?
¿Es un problema que se puede conllevar o que se podría solucionar con un
Estatuto?
Conllevarse no significa que sólo los
españoles pongan de su parte. Ortega también dice que los nacionalistas deben
hacer sacrificios para lograr la conllevancia. Hasta ahora, sólo una parte ha
cedido. Ha llegado el momento de que ellos también lo hagan.
¿Se puede caer en el nacionalismo
defendiendo la postura contraria? Hay quien les llama a ustedes nacionalistas
españoles.
Supongo que se puede, pero nosotros no
lo hemos hecho. Nuestro nacionalismo es la Constitución de 1978. ¿Qué
nacionalismo es ese? La Carta Magna nunca ha intentado echar a alguien de la
casa común. No defiendo España por ser una nación antigua. Lo que da valor a
este país es el hecho de ser una unión de ciudadanos libres e iguales. El
discurso esencialista de España como nación no me conmueve. Mucha gente tiene
la semilla del patrioterismo, yo no. Quizá por mis orígenes variados. Rechazo
profundamente las políticas identitarias.
Pasó su infancia en Reino Unido.
Luego vivió en Buenos Aires, pero regresó a tierras británicas para estudiar la
carrera y hacer el doctorado. ¿Qué sintió al enterarse del brexit?
Profunda tristeza y vergüenza.
¿Se lo esperaba?
El nacionalismo es letal. Ningún país
está a salvo, como hemos visto en Reino Unido. La combinación de nacionalismo y
populismo es muy peligrosa por su capacidad expansiva y destructiva. Puede
acabar con la Unión Europea.
¿Qué papel ha jugado Cameron?
Es un gigantesco irresponsable. Tomó una
decisión, la de convocar un referéndum, que ha tenido consecuencias muy graves
para su país y el conjunto de Europa. Recurrió a la fórmula típica del
populismo, el plebiscito, para zanjar un problema interno. Fue un cálculo
premeditado y miope con gravísimas consecuencias. Quedará en el recuerdo como
el peor ministro británico de la Historia.
El voto a Podemos es un voto mal informado o un voto frívolo.
¿El brexit dará
alas al populismo en Europa?
Por supuesto, ya lo ha hecho. Más y
cuando el punto de partida es un pueblo al que se le atribuye generalmente la
sensatez. De todos modos, el espectáculo posterior al brexit está
siendo tan grotesco que ojalá sirva para alertar a la gente de las
consecuencias de la frivolidad.
Suele hablar de “populismo
podémico”. También ha asegurado que el partido de Iglesias “ataca la libertad”.
¿Por qué?
El populismo es incompatible con la
democracia liberal porque pasa por la negación del pluralismo, el reformismo y
la razón. El populismo es piromanía política, puro irracionalismo. Exalta las
emociones viscerales para dividir, romper y vencer. Agita el miedo, el odio, el
victimismo y el rencor. Fabrica enemigos externos: el inmigrante, el judío, la
casta, el español… Es una fuerza reaccionaria y desemboca siempre en el
conflicto civil y la ruina económica. Ocurrió en Europa a principios del siglo
pasado, en Venezuela y ahora, en Reino Unido. Y seguirá extendiéndose en
Cataluña si las élites españolas siguen mirando para otro lado, con su infinita
e irresponsable condescendencia.
¿Entiende a un padre de tres
hijos, en paro y sin derecho a paro que vota a Podemos?
Yo entiendo la angustia ante la crisis
económica. Comprendo la indignación ante la corrupción. Entiendo la frustración
ante la ausencia de alternativas. Pero no entiendo que alguien pueda pensar que
la solución a todo estos males es un mal mayor: un partido de ideas
reaccionarias, liberticidas y fracasadas. Debemos tratar a los ciudadanos como
mayores de edad. El voto a Podemos es un voto mal informado o un voto frívolo.
Y los ciudadanos tienen —tenemos— la obligación de informarnos y de utilizar
nuestro voto con la misma responsabilidad que luego esperamos de nuestros
representantes político
¿Qué es eso del “blanqueante de la
emoción” que mencionó en su último discurso?
Utilizan la emoción para blanquear ideas
malignas y sustituir el pensamiento. Es uno de los grandes problemas de hoy: la
exaltación de los sentimientos identitarios por encima de lo razonable. Aquello
de “como yo me siento así, tiene que ser así”. ¿Y si todos somos distintos,
cómo lo resolvemos? Debemos esforzarnos en ver que nuestros sentimientos son
tan importantes como los del otro. El populismo, en cambio, apela al gusanito interior,
infantil y mimado. “Tienes razón, eres víctima de los demás. La culpa de todos
tus problemas la tiene el resto”.
¿Ha perdonado a Manuela Carmena?
Esta pregunta siempre acaba llegando
–dice entre risas–. Para mí aquello del tuit fue muy interesante porque pude
darme cuenta de algo. Mi mensaje llegó incluso al Financial Times y a muchos
medios de calidad. Antes, sucedía de otra manera. Los periódicos utilizaban las
redes sociales para difundir sus informaciones. Ahora, al revés. Lo que pasa en
Twitter se convierte en noticia.
¿Y eso es malo?
Depende. Existe un riesgo. 140
caracteres supone un reduccionismo y una fosilización del pensamiento brutal.
Fíjate en los emoticonos: las emociones son complejas y con ellos se reducen a
una carita. Si hubiera puesto el mismo tuit con un emoticono, no hubiera tenido
el mismo efecto. Mis palabras tenían un punto de ironía que no se percibió
porque es algo que, en Twitter, ya no se comprende si no hay emoticonos de por
medio. La forma de expresión se está pervirtiendo.
¿Qué tiene de bueno la gestión de
los Ayuntamientos ‘del cambio’?
Que los ciudadanos pueden ver su
fracaso.
¿No tiene nada de bueno?
Son los Ayuntamientos del cambio a peor.
Yo vivo en Madrid. El otro día recibí una carta que me invitaba a decidir qué
hacer con 60 millones de euros. Pensé: “¿Cuánta gente participa?” –al final han
sido alrededor de 46.000 personas– Muy pocos. Sólo los más movilizados por sus
propias redes van a consensuar que hacer con ese dinero. Es un fraude. También
hemos visto el patinazo de la memoria histórica, la inacción en torno al
edificio Wanda, el bloqueo de la operación Chamartín… Carmena es un horror de
alcaldesa.
Usted dedicó su tesis a Juan de
Palafox, obispo y virrey de Nueva España. Vamos con una cita suya: “El príncipe
perfecto ha de ser en la religión pío, en el pensar generoso, en el hablar
templado, en el resolver prudente, grato al oír, recto al juzgar, largo al
premiar, justo al castigar por mano de sus ministros, clemente al perdonar por
la suya. En los consejos atento, pronto en las ejecuciones, en las felicidades
igual y en las adversidades constante”. ¿Algún político en activo podría aunque
sea acercarse a esta definición?
Antes hemos hablado de los ciegos y los
tuertos, de la mediocridad de los actuales liderazgos españoles. Pero no hay
que flagelarse ni volver a caer en el viejo y rancio excepcionalismo español.
La crisis de liderazgo es un fenómeno extendido. ¿Qué gran ‘príncipe’ o
‘princesa’ hay en Europa? ¿Y en Estados Unidos? En los tiempos del tuit y el emoticono,
proliferan la demagogia barata y la mediocridad, y escasean la convicción y la
calidad. ¿Debemos resignarnos, entonces? No, claro. Seamos exigentes y
aspiremos al ideal: poder votar sin la pinza en la nariz.