Se ha celebrado incomprensiblemente como un victoria estatal el que Juncker no recibiera en Bruselas a Puigdemont, de gira por Flandes, donde tiene algunos cuates.
Aquí.
No creo que Juncker haya recibido presiones del Gobierno de España.
Un Juncker en forma y no en declive lo habría recibido, le habría contado la postura comunitaria y sus consecuencia legales frente a los secesionismos unilaterales y luego nos los habría contado a todos en rueda de prensa. Algo tan sencillo y democrático como esto nos habría ahorrado miles de horas de ambigüedades interesadas en mítines indepes por venir, y, sobre todo, habría sido un buen precedente erga omnes para todos los aventureros de la insolidaridad.
El problema de Juncker con este esquinazo era evitar tener que dar explicaciones a Puigdemont y luego a los periodistas sobre cómo avanza la investigación interna sobre el fantasmagórico traductor españolista que manipuló hace unos meses la respuesta de la Comisión a la pregunta del diputado del PP Santiago Fisas sobre una eventual secesión catalana.
Ici.