viernes, 1 de julio de 2016

Hoja de reclamaciones

Podemos va a preguntar a las bases las razones de su fracaso.
Aquí.
Una especie de encuesta de (in)satisfacción, como las de Ikea.
Hay que pasar la vida, mientras se ve cómo y con quiénes se encama Rajo y cómo se encarama a la silla curul.

Duelo de vértigos

Madina, The Revenant, preparando el aquelarre contra Sánchez y, al mismo tiempo, llenándose la boca con la cifra 169; es decir, empujando a C's para que se escore a la derecha y, sobre todo, apoye a Rajoy,  y así le haga el trabajo sucio los socialistas, que necesitan más que el pan que gobierne el PP para intentar reconstruirse.
Aquí.

En el fondo, lo que busca el PSOE es centrarse y para ello ha de empujar a C's a un acuerdo de legislatura con el PP, en el entendimiento que C's, achuchado por los veteranos y fundadores y soberanos del Partido Citizen al final cederá.

¿Quién tiene más que perder si no coadyuva al PP? ¿C's o el PSOE?
A ver quién tiene más vértigo.



El bréxito de la voluntad

O bien: tanta paz lleven como descanso dejan...

Traducción exprés del último editorial de Charlie Hebdo sobre el Brexit.

¡Fuera los racistas! 

Los británicos han votado por la salida de Europa. Lo más sorprendente en la campaña fue descubrir la existencia en Inglaterra de un discurso clara y abiertamente racista y xenófobo.  Muchos partidarios del “Brexit” no se cortaban ante las cámaras de televisión y declaraban que había demasiados extranjeros y que la inmigración ponía en riesgo su “identidad”. Este discurso del odio, habitualmente en boca de partidos de extrema derecha en Francia o neonazis en Austria, perdía así su dimensión abyecta hasta convertirse en algo audible y aceptable si se pronunciaba en el país de Shakespeare y Newton. Como si, gracias a un truco de magia digno de Harry Potter, el racismo del continente europeo despareciese una vez cruzado el Canal. Y es que durante años nos han venido con el cuento de que allí, en Inglaterra, no había problemas de integración, como en Francia o en Europa; que allí, en Inglaterra, la “comunitarización” era la fórmula idónea para darle a todas las identidades el lugar que deseaban. Que allí, en Inglaterra, los velos, los niqabs, los turbantes y los bombines británicos cohabitaban en las testas en milagrosa armonía, causando la envidia general de todos los países. El éxito del “Brexit” nos revela de golpe y porrazo que todo eso era un camelo. Los ingleses ya no pueden más de los extranjeros. Los ingleses ya no soportan que su “identidad” haga concesiones a la de los recién llegados. La noche del jueves al viernes no saltó por los aires Europa sino más bien el “comunitarismo” anglosajón. Y cuando vemos el éxito del discurso racista de Trump en Estados Unidos, cabe preguntarse si el fracaso del modelo para gestionar los fenómenos migratorios todavía no ha alcanzado su punto culminante.
La mayoría de los ingleses son pues racistas y no quieren ya que sus fronteras se abran a los piojosos que desembarcan, desde sus balsas neumáticas, en las costas de Europa.
Para asustar al elector británico, y a toda Europa, los medios de comunicación insistieron en un desplome de las Bolsas consecutivo al Brexit. Muy pocos destacaron la dimensión inhumana y xenófoba del Brexit. Mientras el racismo no cotice en Bolsa, nunca será considerado un problema. Sólo la especulación da valor a las cosas, pensaban los listillos de la City, que ahora han demostrado no serlo tanto.
En realidad, el derrumbe de las Bolsas nos importa un pito. Primero, porque las Bolsas ya se desplomaron en el pasado solitas sin la ayuda de ningún referéndum. Y, luego, los mercados son tan irracionales que el día de mañana habrá otras catástrofes financieras provocadas exclusivamente por el delirante funcionamiento intrínseco de esos mismos mercados. Para esto no hacía falta ningún “Brexit”.
Durante demasiado tiempo nos hemos negado a admitir la existencia de un racismo made in England. Pensábamos que Inglaterra eran los Sex Pistols, James Bond o los Beatles. Esta visión pintoresca y folclórica que se nos vende en el continente como una postal simpática nos hace olvidar que Inglaterra fue también un país colonizador, dominador y explotador de una multitud de pueblos a lo largo y ancho del mundo, esas “razas inferiores que ignoran la ley”, según dejara dicho Kipling. Un poco como si se presentase a Francia únicamente a través de los impresionistas, los cruasanes y el camembert, para evitar recordar a los torturadores de la guerra de Argelia, los colaboracionistas de Vichy y los terroristas de la OAS. El Brexit nos revela el rostro vergonzoso de Inglaterra.
Nigel Farage, jefe del Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), estaba exultante la mañana del recuento de votos, saludando la victoria de la “verdadera gente”, de “la gente honrada”. Según él, el “verdadero pueblo” había hablado. Sin embargo, por mucho que la gente sea la gente, no por ello deja de poder equivocarse. Si las élites dicen a menudo muchas tonterías, los pueblos también las cometen muchas veces. En el Berlín de los años 30 fue el pueblo el que quemaba unos libros porque sus autores eran judíos. En Francia fue también el pueblo el que, durante la Liberación, afeitaba la cabeza a las mujeres que se habían acostado con los alemanes. El pueblo es esas cosas, también, a veces. La votación a favor de la salida de Europa por parte del “pueblo inglés” se inscribe en la línea de estas manifestaciones de odio.
Desde hace años se fustiga la construcción europea, su Comisión y sus incoherencias. Se nos ha repetido que los ingleses estaban hartos de todo ello, a la manera de Boris Johnson cuando, con solemnidad, explicaba que Bruselas imponía el tamaño de los plátanos. Pero las leyes nacionales producen a su vez reglas absurdas e inaplicables que inundan los códigos de leyes. Que las aprueben unos parlamentos nacionales en lugar de un Parlamento Europeo no las convertirá en más eficaces. Ser nacionalista consiste en preferir hacer el gilipollas con los de casa en vez de equivocarse con los de fuera. Los ingleses ya no quieren saber nada más de los de fuera. Ya no quieren saber nada de los extranjeros.
Los escoceses tampoco. Pedirán a su vez irse de este Reino antiguamente Unido. Los ingleses vivirán en una isla cada vez más pequeña. Y puesto que han decidido convertirse de nuevo en extranjeros respecto a los europeos, habrá que taponar el túnel bajo el Canal de la Mancha. Una vez lleguen a Calais se les dará un café caliente y unas mantas, las asociaciones benéficas se ocuparán de ellos y se les acogerá en centros de detención reservados a aquellos extranjeros de los que no querían saber nada. Y se encontrarán como en casa.

Riss, director de Charlie Hebdo.

Monterrosiana

Cuando despertamos del 26-J, Iceta seguía... aquí.

Pucherazo austriaco

Por irregularidades en el recuento de la segunda vuelta, se repetirán las elecciones a la Presidencia de Austria.
Aquí.
Se verá así el efecto del Brexit, entre autres.
Se abre una ventana esperanza no para Podemos, sino para Rajoy.


Divorcio a la inglesa

Santiago Muñoz Machado argumentando con gran finura que el Reino Unido no se irá de la UE aunque se quiera ir, porque sencillamente no puede irse debido a que su realidad política y jurídica está entretejida con la fibras de los tratados internacionales europeos.
Aquí.
Soslaya sin embargo el hecho principal: si el Reino Unido no se va,  al Reino Unido se le va a echar a patadas y con escarnio ejemplarizante, para disuadir toda nueva aventura antieuropeísta entre los socios.

De momento, no ha pasado ni una semana y Cameron ya no se sienta en el Consejo Europeo, que se reúne a 27,  ya no hay Comisario británico ni se le va a sustituir, y pronto no habrá jueces ni eurodiputados británicos.

No parece que el Reino Unido pueda demorar su salida a todos los efectos durante mucho tiempo.
Otra cosa es que intente negociar las mejores condiciones del divorcio, pero el que se marcha siempre se lleva la peor parte.

El caso escocés sólo podrá resolverse internamente y con un nuevo referéndum para irse del Reino (des)Unido, por la misma razón: los Estados miembros no pueden aceptar que una región, por muy autónoma que sea, tenga una personalidad propia distinta a la del Estado al que pertenece. Mientras Escocia no sea un Estado independiente no es nada.

La política se acabará imponiendo a la juridicidad.