jueves, 25 de octubre de 2018

BHL contra la digitación

La respuesta de BHL a la carta "digitada" de Onfray a Macron.


Aquí en VO.


Y aquí en tradu exprés:


Onfray, el naufragio


Hay que forzarse en leer hasta el final la "carta" abierta de Michel Onfray a Macron: es innoble, pero, ay, sintomática.

Es necesario leer la "carta" a Emmanuel Macron, publicada por Michel Onfray, en su blog, a la vuelta del viaje presidencial a las Antillas, y que fue noticia la semana pasada en las cadenas de noticias y en la Red.
Debemos obligarnos a leer hasta el final, hasta apurar el cáliz, hasta la náusea, todo ese torrente de locuras elegantemente titulado "Carta a Manu sobre la digitación y sus honduras" y en que sólo se habla de "culos", de "fist fucking" y de un Presidente de la República, llamado "cariñito", del que se nos cuenta que es de aquellos a los que les  gusta "metérnosla muy a fondo".
Y si hay que leer esta infamia, si tiene que superarse el asco que le invade a uno ante esta prosa de los bajos fondos, literalmente sucia y degradante, si tiene que ignorarse el primer reflejo, que es el de despreciar tanta vulgaridad, bajeza de alma y de corazón y tantas insinuaciones sórdidas, es porque allí aparece un síntoma, enorme, terrible, que va mucho más allá de la persona del presidente.
Voy a dejar de lado al propio Onfray, al que conozco como si lo hubiera parido y que, desgraciadamente, pude haber parido un poco, porque fue en mi colección, en la editorial Grasset, donde publicó sus primeros libros hace treinta años.
Dejo de lado la pregunta que tortura al editor que, al tratar de rebobinar esta mala película, ya vio una propensión al resentimiento; esa tendencia en él, ya de por sí muy común y popularecha, a subirse a hombros de los gigantes del pensamiento universal para contarle a una audiencia tomada como rehén y bautizada como "el" pueblo: "Platón, Hegel, Freud, las grandes teologías, todo esto no vale un pimiento, no os dejéis intimidar más"; dejo de lado esa forma de servilismo, tal vez, frente a las grandes instituciones culturales que, en su momento, tanto anhelaba él que lo reconocieran.
Pero esto otro no lo dejo de lado: no, esta homofobia; no, esta escatología digna de panfletos de alcantarilla; dejo de lado, sí, la ceguera que me hizo acoger a este hombre sin imaginar ni por un momento que algún día podría, en el fragor del debate político, decirle a un Presidente, o a cualquier otra persona:  "El dedo, podemos ver perfectamente a quién pertenece; pero el culo...  a saber quién lo pone."
Y luego tampoco insisto -pues eso sería honrarle demasiado- en la evolución de un "hedonista" al que vimos primero partidario de Mélenchon, luego cortejado por el Frente Nacional, y luego proponiendo "negociar" con el Isis, y al que imagino hoy, en su nubecilla, feliz por su última gamberrada y dando brincos, no como un cabritillo, sino como un burrazo, repitiendo: "Hago logorreas como Céline.... escribo crudezas como Rabelais... con mi idea fija de un mundo dado a la sodomía generalizada, soy el Sade de nuestro tiempo..."

El verdadero problema, en realidad, es triple.

1. La transgresión de la “ley de hierro” cuando hablamos de de lucha política en democracia: sí a la ira que inspira, no al odio que ciega; sí a la irreverencia y a la sátira, no a la literatura de alcantarilla a tutiplén; atacar las ideas del oponente, incluso del Presidente de la República, por supuesto, y mejor dos veces que una… ¡pero nunca atacar a su persona!... menos aún a su cuerpo o (escrito en el idioma de Onfray) a su "recto ciudadano"…

2. Esta transgresión, sin precedentes hasta donde yo sé, no proviene de una Marine o incluso de un Jean-Marie Le Pen que, comparados a tal avalancha de basura, casi parecen seres que debaten con buen tono y con un vocabulario elevado, sino de un ensayista que una vez se reivindicó como socialista francés y heredero de los maestros del libre pensamiento: ¡oh, pobres almas de Longuet, de Lafargue, de Jaurès...! ¡Oh pobres Diógenes,  Swift,  Voltaire, cómo puede el autor atreverse a alistarlos en su asqueroso ajuste de cuentas!

3. Y por fin está el problema de que, si dejamos pasar esto, si aceptamos sin reaccionar que un polígrafo para redes sociales confunda "consideraciones políticas" -y  lo cito de nuevo- con "variaciones proctológicas", si encontramos normal, o divertida, o "bien empleada", la carta a un Presidente de la República presentado con una "mano y luego todo el brazo en el culo" y "con esa sonrisa radiante que muestra[su] satisfacción", entonces todo el cuerpo social se verá, por contagio, despreciado, manchado y amenazado: es hoy a un presidente al que se pretende desnudar pero mañana cualquiera pagará el pato de esta misma violencia; esta violencia, de momento, es simbólica, pero ¿no es la palabra "simbólica" la misma que usaban los primeros Camisas Negras del fascismo, no menos obsesionadas que Onfray por esta idea de sodomizar al mundo, cuando perseguían a sus oponentes para purgarlos con aceite de ricino?
Se está generando en Internet y en la calle una marabunta contra la gente.
Crece un rumor de caza a las élites, a los hombres de la cultura y el pensamiento, a las minorías étnicas, religiosas y sexuales,  y va en aumento en nuestras sociedades.
Y vemos cómo el grasiento ego de los que llamamos populistas puede acabar vengándose -pero esta vez en la realidad- de aquellos a los que presentan como "populicidas", es decir, como personas que serían, literalmente,  asesinos del pueblo.
Pues bien, lamento ser yo quien deba decirlo, porque hubo un tiempo en que, lo repito, yo mismo le tendí la mano a Michel Onfray: pero es que este llamamiento al asesinato que retumba, que espera su momento y que aglutinará, cuando llegue el momento, todo el odio, todo el racismo y todos los simplismos, es exactamente lo que fomenta un textito de esta clase".

Bernard-Henri Lévy