martes, 5 de abril de 2016

Más luz

El esencialismo, según la historiografía más clásica, consiste en acudir a unas raíces, más  o menos reales, o inventadas, eso en el fondo da lo mismo, para reelaborar a partir de ellas un concepto de nación o pueblo, como algo preexistente e inmanente; algo que se legitima con esos supuestos ancestros que pobablan determinado territorio.

Es un teoría completamente absurda desde siempre; pero todavía más en el mundo contemporáneo. Se cuentan con los dedos de las manos los casos de pueblos que en el mundo y en la Historia han sido y vivido sin emigraciones, guerras, colonizaciones, traslados poblacionales, etc. E incluso en esos pocos casos, dicho esencialismo ha quedado encapsulado siempre en un determinado y breve lapso temporal.

Un alemán de hoy hace unos siglos habría sido prusiano, o checo o... hasta latino-romano, si vivía en Tréveris. Un belga habría podido ser español o burguiñón u holandés. Y un transilvano, pues rumano, húngaro, austriaco... y aun antes, miembro de una tribu balcánica.
Un catalán de hoy, tantas cosas podría haber sido, todas menos precisamente catalán.

La cadena ancestral de todos modos nos llevaría a las cavernas donde habitaban recolectores sedentarios pero que antes fueron cazadores nómadas.
El ser humano es semoviente, tal es su esencia. Semoviente quiere decir que se mueve por sí mismo. Algunos se hacen llevar, pero en general no es el caso.

Sin embargo, la idea de que hay pueblos asociados a territorios tiene la piel muy dura. Y para los partidarios de la idea, el que llega ha de asimilarse.

Tal vez tenga que ver con la gestión y el reparto y protección de los recursos; siempre, por definición, finitos, escasos.

El canibalismo entre las tribus primitivas estaba suficientemente documentado en todos los rincones del planeta, pero hasta ahora sólo como mero ritual de victoria.

Pero ha quedado acreditado, desde hace unos años, una variante del canibalismo que llamaré "funcional" en el yacimiento de Atapuerca, es decir una forma de canibalismo puramente alimenticio, despojado de todo símbolo y ceremonia: comerse un cervatillo  o un humano cazado de la tribu de al lado era el mismo bocado espetado sobre las brasas. Rico, rico, rico.

Si hemos pasado de eso a los derechos humanos ( si bien poco o escasamente aplicados en muchos sitios, Unión Europea incluida, es cierto) en unos cuantos de miles de años, ello significa que la evolución existe, y que, por tanto, no hay que desesperar de que un día aceptemos al otro como a un igual.
Por el mero hecho de que pertenecemos a la misma especie, la humana.
Tal vez llegue ese día, y tal vez sea cuando las máquinas reclamen sus derechos: nos daremos entonces cuenta de que tal reivindicación se podría estudiar, pero que antes convendría (por aquello del orden de llegada) resolver de una vez por todas el asunto de la igualdad  de derechos entre los seres humanos,


En el entretanto, habrá que seguir combatiendo el tándem diabólico "ellos / nosotros", tan arraigado, como en la batalla de la luz contra las tinieblas, que, seguramente ese era el sentido del "Mehr licht!" de Goethe.