jueves, 17 de noviembre de 2016

Donald Truth

El edito de Riss post trumpazo.

Aquí en tradu exprés.

Americanos über alles

Durante semanas, los medios de comunicación de todo el mundo nos han advertido de que Donald Trump era racista, misógino, homófobo, islamófobo, intelectualófobo, latinófobo y muchos otros horrores más. Este catálogo de taras debería de haber bastado para disuadir a los votantes de darle su voto. Sólo que sucedió justo lo contrario. Donald Trump es el nuevo presidente de los Estados Unidos. La elección de este energúmeno es un capítulo más que añadir al debate sobre la identidad que obsesiona en los últimos años al mundo occidental. La izquierda americana progresista ha caído en su propia trampa. Su lucha desde hace décadas por una mayor justicia se ha centrado en categorías consideradas minoritarias. Minoría negra,  minoría hispana, las minorías sexuales, etc. La obsesión identitaria que recorre todas las derechas del mundo también anida en la izquierda. Sólo cambia la delimitación de la identidad. En la derecha, la identidad será la del varón blanco padre de familia. En la izquierda, la identidad es el inmigrante, la mujer, el  homosexual o el negro. Toda concepción política se basa en diferentes opciones de identidad. Votar por Trump o votar por Clinton equivalía, sin embargo, a elegir una identidad frente a otra.
Pero Trump ha ido más allá que todo esto. Contrariamente a la creencia general, Trump no se ha limitado a poner en valor una sola identidad, la del macho dominante blanco. Al insultar a las mujeres, a los negros, a los latinos y a los homosexuales, ha obligado a estas categorías a jerarquizar sus identidades de modo diferente. ¿Eres un negro tonto del culo? Sin duda, pero eres un estadounidense antes que nada. ¿Eres una pelandusca? Es cierto, pero una estadounidense ante todo. ¿Eres un latino atontado? Claro, pero un estadounidense, ante todo. ¿Eres un mariquita? En efecto, pero un estadounidense antes que cualquier otra cosa.
Excepto que reintroduzca la segregación racial, o  apruebe una legislación como la de Nuremberg  que arianizaría los Estados Unidos, las leyes que Trump promoverá serán leyes para todos los estadounidenses. Como el hombre de derechas de lo más clásico que es, Trump coloca a la nación por encima de todo. Las particularidades individuales deben ceder el paso a la identidad compartida por todos, la identidad norteamericana, la única por la que merece la pena luchar para él.
De tanto luchar por las minorías, la izquierda estadounidense ha perdido de vista lo que definía  a la mayoría. Ahora bien, para ganar unas elecciones se requiere de una mayoría, no de una minoría. La democracia a la carta, hecha a la medida de cada particularismo cultural, racial o sexual, acaba de saltar por los aires en pleno vuelo. En los EE.UU., así como en Europa, las izquierdas tendrán que reaprender a pensar para todos los ciudadanos y determinar lo que los une, aunque individualmente éstos no tengan mucho que ver entre sí. Una mayoría siempre es más difícil de definir que una minoría pues, para construirla, hay que reunir a personas muy diferentes. Hacer tal cosa no es problema con las minorías, ya que, por definición, en éstas hay un menor número de personas.

Trump no es un intelectualoide, pero tampoco es un idiota.


Blanco, negro, amarillo, cetrino, hetero, homo, trans, mujer, hombre, joven o viejo, los criterios para la definición de un individuo son tan numerosos que es imposible resumirlos en uno solo. Éste es el límite de la política para las minorías. Cuanto más se entra en el detalle de lo que define a un individuo, más características descubrimos que un solo individuo posee. ¿Hasta dónde puede la política tener en cuenta la singularidad de cada persona? Casi tendría que fabricarse un sistema político diferente para cada categoría. Una democracia para los blancos, una para los negros; otra democracia para los latinos, una democracia para las mujeres, etc. Pero llegaríamos así a una fragmentación de la sociedad que es, precisamente, lo que amenaza a Estados Unidos y a las democracias occidentales. Un poquito a la imagen de esos barrios para ricos que proliferan en Estados Unidos, parapetados detrás de vallas y monitoreados por cámaras para protegerse de aquellos que no tienen la misma identidad, es decir, de los pobres.
Trump probablemente no tiene todas estas sutilezas en mente. No es un intelectualoide, pero tampoco es un idiota. Es un reaccionario, pero no es todavía un fascista. Trump ha logrado el tour de force  de que gane al mismo tiempo una mayoría y una minoría.
La mayoría de los blancos y la minoría de los multimillonarios.

Riss, director de Charlie Hebdo.


Ici en V.O. moyennant finance.