lunes, 18 de enero de 2016

Combatiendo el lunes azul con Rich Harris

Hoy es el mal llamadado "lunes azul".
Se supone que es el día más triste, más sombrío, más deprimente del año, sobre la base de una supuesta ecuación cientista.
Paparruchas, cagarrutas imperiales.
Pura pseudociencia, mera veracidosidad, truthiness.
Hoy, sin ir más lejos (cierto que incomprensiblemente) este blog ha superado las cinco mil  páginas visitadas.

Judith Rich Harris habla en edge.org. del problema de la pseudociencia (en la wikipedia española no mencionan la edición española de su última obra, No hay dos iguales: menuda wikimierda) y de que el mal también afecta, y esto es lo grave, a la ciencia y a sus divulgadores:

La veracidosidad* en la investigación científica (Judith Rich Harris)

El tema no es nuevo. Durante décadas circularon rumores sobre célebres científicos de la Historia tales como Newton, Kepler y Mendel. Se les acusaba de que los resultados de sus investigaciones eran demasiado buenos como para ser ciertos. Debieron de haber falsificado los datos o, al menos, haberlos maquillado un poco. Pese a todo, Newton, Kepler y Mendel mantienen sus bustos en la Galería de la fama científica. La reacción habitual de quienes oían tales rumores consistía en encogerse de hombros. ¿Pero qué más da? Tenían razón, ¿no?
Lo novedoso es que hoy todos parecen hacer esto, pero no todos tienen razón siempre. De hecho, según John Ioannidis, ni siquiera tienen razón la mayor parte del tiempo.
John Ioannidis es el autor de un trabajo titulado Por qué la mayoría de los hallazgos que se publican son falsos, aparecido en una revista médica en 2005. Hoy se lo califica como “seminal” e “insoslayable”, pero al principio recibió poca atención fuera del campo de la medicina, e incluso a los investigadores médicos poco pareció quitarles el sueño.   
Más tarde, gente de mi propio campo, el de la psicología, empezó a plantear dudas similares. En 2011, la revista Psychological Science publicó un estudio que lleva por titulo: Psicología del falso positivo: la flexibilidad  encubierta en la recogida y análisis de datos permite presentar cualquier cosa como si fuera importante. En 2012, esta misma revista publicó un trabajo sobre “la prevalencia de las malas prácticas en investigación”. Resulta que en un estudio anonimizado llevado a cabo con más de 2000 psicólogos, el 53%  de éstos admitió no haber justificado todas las medidas dependientes de sus estudios, el 38% había decidido eliminar datos tras ponderar el efecto que éstos podrían tener en los resultados y el 16% había dejado de recabar datos antes de lo previsto porque ya se habían logrado los resultados perseguidos.                 
La puntilla se dio este agosto de 2015. La noticia se publicó primero en la revista Science y se propaló rápidamente por todo el mundo a través del New York Times, con un título sin duda que quería ser chistoso: “Los psicólogos agradecen mucho aquellos análisis que ponen cuestión su trabajo”. El artículo pintaba un panorama bastante más realista. “El campo de la psicología acaba de encajar un revés tremendo”, es el arranque del texto. “Un nuevo análisis revela que de casi 100 estudios publicados en las tres  revistas de psicología más prestigiosas, sólo el 36% de los hallazgos podían darse por buenos si se repetían con rigurosidad los experimentos iniciales”. En promedio, las réplicas sólo arrojaban la mitad de los efectos recogidos en las publicaciones originales.
¿Por qué han ido tan rematadamente mal las cosas en la investigación médica y psicológica? ¿Y qué puede hacerse para remediarlo?
Creo que hay dos razones que explican el declive de la verdad y el auge de la veracidosidad (*) en la investigación científica. En primer lugar, la gente ya no hace investigación por placer, para satisfacer su propia curiosidad. Investigar se ha convertido en algo que hay que hacer si se quiere prosperar en el mundo académico. Les guste o no, sean buenos o no, los investigadores deben presentar trabajos cada pocos meses para que sus carreras no se malogren. Las recompensas por publicar han aumentado demasiado, en comparación con las recompensas por hacer otras cosas, como por ejemplo: simplemente dar clase. Mucha gente está haciendo pues investigación por las razones equivocadas: no para satisfacer su curiosidad sino para satisfacer su ambición.
Y son demasiadas las revistas que publican demasiados estudios. La mayoría de lo que se recoge en éstos es irrelevante o aburrido o erróneo.
La solución sería dejar de recompensar a la gente sobre la base del volumen de lo que publica. ¡Seguro que las comisiones dictaminadoras en las grandes universidades pueden encontrar otros criterios en los que basar sus decisiones!
La segunda cosa que se ha hecho mal se da en los propios trabajos de investigación publicados. La mayoría de las revistas mandan valorar los manuscritos recibidos. Los críticos que se encargan de ello son expertos no remunerados del mismo ámbito, de los que se espera que lean el manuscrito cuidadosamente, emitan juicios sobre la importancia de los resultados y la validez de los procedimientos,todo ello dejando de lado cualquier consideración sobre cómo podrían afectar a sus propias perspectivas las publicaciones objeto de su evaluación. Es una ardua tarea que a lo largo de los años se ha ido volviendo más ingrata, a medida que la investigación se ha hecho más especializada y los datos analizados más complejos. Propongo que esta tarea sea desempeñada por expertos remunerados, especialistas de reconocido prestigio en el análisis de las investigaciones. Quizás esto podría proporcionar una vía alternativa para acceder al mundo académico a todas aquellas personas que no disfrutan especialmente con la meticulosidad que supone llevar a cabo una investigación, pero a las que les encanta detectar fallos y virtudes en investigaciones ajenas.  
En la película de Woody Allen El dormilón, ambientada en un futuro dentro de dos siglos, un científico explica que antes las personas creían que el germen del trigo era muy saludable, y que  la carne roja, los pasteles de nata y los caramelos blandos de azúcar no lo eran, “justo lo contrario de lo que ahora sabemos.” Es una broma que viene aquí casi como anillo al dedo. La mala ciencia acaba dando mala fama a la ciencia.
No importa tanto que el germen de trigo sea más o menos saludable; pero lo que sí es de crucial importancia para asegurar el futuro del planeta y de sus habitantes es que la gente crea en la investigación científica y no se la tome a rechifla.


(*) En el original: “Truthiness”, neologismo creado en 2005 por el periodista  televisivo estadounidense Stephen Colbert. Se trata de un tipo de “verdad” que una persona “afirma saber intuitivamente, porque le sale de dentro o porque tiene el pálpito de que es cierta, pero sin que esta se base en pruebas, en la lógica o en el menor escrutinio intelectual”.