A muchos les parecerá ridículo el artículo del que hoy se cumplen 50 años, y que obligó a su autor a un exilio tres años; pero es que no tienen ni idea de lo que supuso este texto.
Debería comentarse en todas las escuelas de España, especialmente en las catalanas y vascas.
Aquí.
La Monarquía de todos
En la
vieja Europa de las experiencias y de las sabidurías políticas, una serie de
países avanzados, de alto nivel de vida, que han hecho una reforma social justa
y han distribuido la riqueza de manera equitativa, sin necesidad de
revoluciones armadas, ni de sangre; que, en fin, gozan de libertad en medio de
paz prolongada y de ejemplar estabilidad política, son monarquías: Suecia,
Noruega, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Inglaterra... Con esto no quiero negar la
existencia de repúblicas justas y estables, sino sencillamente subrayar un
hecho incuestionable: la Monarquía es un sistema que responde a las exigencias
de la más avanzada modernidad social y política, y no sólo no entorpece el
progreso y la libertad, sino que, por el contrario, los favorece al máximo. De
ahí se deriva, tal vez, la profunda popularidad de la institución monárquica en
los países europeos que disfrutan de ella, en todos los cuales, por cierto, han
gobernado o gobiernan los socialistas. Que en Bélgica, en Dinamarca o
Inglaterra el pueblo está con la Monarquía, nadie puede dudarlo. Por eso toda
la propaganda antimonárquica desbordada en España por ciertos demagogos
enraizados en ideologías más o menos totalitarias y torpemente planteadas sobre
pintorescas imágenes de pelucas, marqueses empolvados, rigodones y explotación
del pueblo, se desmorona como un castillo de arena ante la realidad de la
Europa de hoy. Mirando hacia Noruega o Suecia resulta verdaderamente difícil
convencer a nadie de que la Monarquía es un sistema atrasado que utilizan los
poderosos para exprimir al pueblo y privarle de la libertad y de su derecho a
intervenir en la vida pública. Aún más, es cierto que algunas de las monarquías
derribadas desde la crisis de la Gran Guerra se han convertido, tras pruebas
durísimas, en repúblicas libres: la Alemania partida en dos, Austria, Italia,
donde si gana el partido de la oposición se terminaría la democracia. Pero la
mayor parte de los países europeos que perdieron sus monarquías no lo hicieron
en favor de la libertad, sino que, tras breves periodos republicanos,
desembocaron en dictaduras. Así, Rusia, Hungría, una parte de Alemania,
Yugoslavia, Albania, Rumanía, Polonia, Bulgaria... En Portugal y España, la
caída de la Monarquía y la República consiguiente concluyeron en regímenes
autoritarios occidentalistas. Hoy, en fin, libertad y Monarquía en Europa se
identifican y eso no lo puede negar nadie.
Conviene
tener en cuenta todas estas consideraciones ahora que se habla tanto en España
de Monarquía. Porque la Monarquía en sí misma quiere decir poco. Si interesa a
los españoles es en función de que cumpla una serie de condiciones: las mismas
que satisfacen las monarquías europeas, según ha señalado certeramente Carlos
Ollero, en su reciente y gran discurso académico. Habrá diferencias de matices
y de tal o cual estructura, porque las circunstancias son también diferentes,
pero, en líneas generales, la Monarquía española no podrá ser muy distinta de
la belga, la noruega o la danesa. Desde 1945 el Régimen español –poco propicio
a la permeabilidad– ha experimentado una evolución de noventa grados. Basta
leer los discursos y los periódicos de entonces y los de ahora para
comprobarlo. ¿Cómo se puede pretender entonces que dentro de veinte años la
Monarquía sea igual que el Régimen de hoy? El inmovilismo sobre todo después
del ejemplo del Concilio, es imposible, la evolución se impone y la Monarquía
española, incorporada en el futuro, económica y políticamente a Europa de forma
casi inevitable, será, en líneas generales, como sean las otras monarquías
europeas, con sus inconvenientes, pero con todas sus inmensas ventajas de paz,
continuidad, progreso económico y libertad.
Por eso,
en España los caminos políticos conducen a la Monarquía de Don Juan, que es la
Monarquía a la europea, la Monarquía democrática en el mejor sentido del
concepto, la Monarquía popular, la Monarquía de todos. En unos meses, desde
Serrano Súñer a Tierno Galván, las principales figuras políticas españolas de
numerosas tendencias han hecho declaraciones públicas en favor de Don Juan.
Hace unos días hablaba yo con Hermenegildo Altozano, el político de más
porvenir que tiene el Opus Dei, de este hecho significativo: en la cena que,
con motivo de la onomástica del Jefe de la Casa Real Española, se celebró el 23
de junio pasado en Madrid, se encontraban presentes no sólo los sectores
tradicionalmente conservadores y monárquicos desde Arauz de Robles y su grupo
de carlistas a Joaquín Satrústegui y sus liberales, sino también –y esto es lo
más significativo– los representantes de ideologías en otro tiempo hostiles a
la Monarquía. Así, Villar Massó y sus socialistas, Federico Carvajal y los
suyos. Así, Dionisio Ridruejo y su grupo, los socialistas de Tierno y
republicanos históricos como el magnífico Prados Arrarte o Félix Cifuentes,
hombre de mente extraordinariamente fría y lúcida. Así, el equipo de la Revista
de Occidente, con José Ortega a la cabeza, sin que faltara Aranguren, ni las
adhesiones de Laín y Marías. Mención aparte, por cierto, para algunos sectores
del grupo de democracia cristiana, centro de equilibrio de la vida política
española, con hombres de la calidad humana y la inteligencia de Moutas, Adánez,
Barros de Lis, Juan Jesús González, Guerra Zunzunegui. En la mesa donde yo
cenaba estaba Miguel Ortega, hijo de Ortega y Gasset, miembro del Consejo
Privado de Don Juan, y, viéndole yo pensaba: «Lo importante de esta noche no es
la presencia de los grupos conservadores, de los grupos que el 18 de julio
sustentaron el Régimen actual, y cuyos nombres sería demasiado largo enumerar
ahora. Lo importante es que se encuentren en un acto en honor de Don Juan los
que derribaron a su padre, los que dijeron «delenda est Monarchia», y hoy, con
un patriotismo admirable y una honestidad intelectual ejemplar, dicen: «La
Monarquía debe ser construida». Así se podrá cumplir el deseo del Jefe del
Estado cuando al impedir a Don Juan incorporarse al frente durante la guerra
afirmó que no debía pertenecer a los vencedores ni a los vencidos para poder
ser un día el Rey de todos los españoles. Pensaba yo esto y pensaba también en
la postura ejemplarísima de Don Juan Carlos cuando un periodista indiscreto le
habló de sus posibilidades al Trono y el Príncipe hizo esta declaración
perfecta, recogida en la revista «Time» de 21 de enero de 1966: «Nunca, nunca
aceptaré la Corona mientras mi padre esté vivo».
La
Monarquía de Don Juan, pues, que es la del sentido común, significa la sucesión
del Régimen sin alteraciones de la paz y del orden. No la convirtamos por
matices bizantinos en un problema más, sino en un lugar común de convivencia
para que los españoles de todas las tendencias puedan abordar pacíficamente la
solución de los problemas de España. La Monarquía permanece en Inglaterra, en
Bélgica o en Dinamarca porque es útil, mucho más útil que la República. No
podemos actuar de espaldas a los tiempos que vivimos, y por eso es necesario,
aun a costa de sacrificar matices o posiciones de grupo, ensanchar las bases de
nuestra Monarquía. Porque la Monarquía no puede ser excluyente, como lo fue la
República. De cara al futuro no hay más Monarquía posible que la Monarquía de
todos, al servicio de la justicia social y de los principios de derecho público
cristiano.
Luis
María ANSON
ABC / 21
de julio de 1966